Astillero
Neoatenquismo
Barbarie en Iguala
Provocación a politécnicos
Tlatlaya: ‘‘limpieza’’ social
Julio Hernández López
ADIÓS A JOVEN FUTBOLISTA. Familiares y compañeros de equipo de David García Evangelista asistieron a las exequias del deportista, quien militaba en el conjunto Avispones de Chilpancingo, de la tercera división. El joven resultó muerto a raíz del ataque de un grupo armado la noche del pasado viernes en la carretera federal Iguala-Chilpancingo. Los asistentes a la cancha donde se realizó el homenaje luctuoso exigieron justicia para los fallecidosFoto Lenin Ocampo Torres
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e pronto se acumulan los hechos violentos con implicaciones políticas que parecieran no tener conexión entre ellos ni obedecer a una directriz central. Durante los 20 meses en que se procesaron las reformas estratégicas deseadas por el peñismo hubo esfuerzos extraordinarios, con la Secretaría de Gobernación como eje central nacional, para evitar que actos de represión llegaran a detonar protestas populares que pudiesen crecer y generar condiciones adversas para la aprobación de las reformas mencionadas. Incesantemente partieron de Bucareli hacia estados y municipios las órdenes tajantes de no generar ruidos ni turbulencias, a pesar de que hubiese excesos o provocaciones de parte de grupos opositores. Todo fuera por las sacrosantas reformas.
Ciertas amarras parecen haber sido soltadas luego de que se consiguieron esas autorizaciones legislativas. Pareciera que ahora, cuando ya no es tan necesario cubrir las apariencias, EPN estuviese dispuesto a actuar conforme a sus motivaciones reales, a demostrar que mantendrá su diseño reformista al costo que sea y que aplicará mano dura en cuantos casos sea necesario. Sería la inauguración del neoatenquismo, es decir, la irrupción del verdadero espíritu represor que en el estado de México tuvo como momento cumbre las acciones policiacas contra pobladores opuestos a la construcción de un aeropuerto federal en sus tierras. Espíritu retadoramente reivindicado por Peña Nieto frente a un auditorio estudiantil de la Iberoamericana que le era altamente crítico. Podría ser, también, que la administración peñista esté llegando a niveles de ineficacia que le impiden manejar los hilos de los poderes en todo el país. O que grupos priístas inconformes con el grupo dominante estén moviendo piezas explosivas en un tablero de familia para demandar mejores rebanadas del reparto en curso.
En ese contexto viscoso y amenazante se ha producido en Iguala la acción contra alumnos de la escuela normal rural de Ayotzinapa por parte de policías y ‘‘pistoleros’’ (¿bandas gobiernistas al estilo de los halconesecheverristas?, ¿bandas ‘‘amigas’’ del crimen organizado que acuden en ‘‘apoyo’’ de los gobernantes para hacer el trabajo sucio?) Ángel Aguirre Rivero, priísta de corazón, gran amigo de Peña Nieto, impulsado por Marcelo Ebrard y ahora aliado de Los Chuchos, mantiene a Guerrero en una zozobra permanente, amarrado a la demagogia como único presunto salvavidas personal y familiar (su hijo será presentado por el perredismo como candidato a presidente municipal de Acapulco). A su vez, el alcalde de Iguala, Jorge Luis Abarca, es un aliado político del gobernador Aguirre.
En tales condiciones resulta difícil creer que lo acontecido en Iguala pudiera haber estado fuera del alcance natural de control político de las autoridades estatales y municipales. Tres ataques en distintos lugares y a diversas horas. Balas expresamente dirigidas contra vehículos que se sabía que habían sido ‘‘tomados’’ por normalistas. Ataque mortal contra jóvenes futbolistas que viajaban en autobús. Decenas de heridos y desaparecidos. El estremecedor hallazgo del cuerpo de un joven, presuntamente también normalista, con la piel del rostro levantada. Y apenas unas horas después, el asesinato en Acapulco del secretario general del comité estatal del Partido Acción Nacional, Braulio Zaragoza Maganda Villalba.
Los normalistas rurales de Ayotzinapa buscaban recursos, incluso autobuses, para participar en los actos del próximo 2 de octubre. Tan brutal represión en Guerrero atiza el fuego y agrega motivos a quienes creen que los caminos institucionales están cerrados y es preferible la acción violenta. También, desde luego, aviva a infiltrados y provocadores. Pero no es el único combustible lanzado desde ámbitos gubernamentales a la hoguera juvenil.
Otro ejemplo: en cuestión de días se ha multiplicado la inconformidad de estudiantes del Instituto Politécnico Nacional contra cambios en planes de estudio y un reglamento general. La directora de la institución, Yoloxóchitl Bustamante, no ha mostrado un talante convincentemente conciliador. Ha anunciado que los cambios académicos se posponen por un año, pero no que se cancelan. Y que el reglamento interior se sostendrá. Sus declaraciones en entrevistas periodísticas han acentuado la suposición de la directora Bustamante de que las protestas no son realmente académicas y que son movidas por factores ‘‘externos’’.
Luego, para referirse a la posibilidad de que la masacre de Tlatlaya hubiera sido realizada por militares, Miguel Ángel Osorio Chong recurrió a una muletilla largamente utilizada por ocupantes del poder para tratar de quitarle filo a sucesos conflictivos. De haber sucedido así, dijo el secretario de Gobernación, habría sido un ‘‘caso aislado’’.
No es cierta esa pretensión individualizadora, pues a lo largo del país y de manera sistemática en años recientes se han producido episodios en los que bandas de presuntos delincuentes son ‘‘abatidas’’ por soldados que apenas reportan una que otra herida en sus filas, en un proceso de arrasadora ‘‘limpieza social’’ que considera irredimibles a los miembros de grupos de delincuencia organizada y por tanto prefiere la eliminación directa, expedita y ejemplarizante.
En Tlatlaya se está en presencia de un caso que ha sido documentado en la prensa extranjera y nacional pero, como ése, hay múltiples episodios oscuros con tufo a ejecuciones como política oficial. La detención de un oficial y siete soldados no es suficiente ni aceptable, pues los elementos castrenses presuntamente responsables de los fusilamientos de Tlatlaya deben ser sometidos a la justicia del fuero común (total, es la PGR) y no al fuero militar de complacencias corporativas. Triste papel, por cierto, del presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl (com)Plascencia(s), quien se avino rápidamente a la versión del ‘‘choque’’ o enfrentamiento entre presuntos narcotraficantes totalmente eliminados y un Ejército virtualmente inmune. Y, mientras Gustavo Madero pide licencia en la presidencia del PAN para ser candidato a diputado federal, ¡hasta mañana!
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