martes, 4 de abril de 2017

Comparto mi artículo de esta semana en Unomasuno:
“LOS INDIGNADOS”, AQUÍ UN MERO RECURSO RETÓRICO; SE NECESITA EL ¡YA BASTA! SIN CONCESIONES
Francisco Estrada Correa
Se ha venido construyendo un paradigma en torno al movimiento llamado de “Los Indignados”, multitudes de personas que han salido a las plazas de varios países del mundo para enarbolar la bandera “anti-sistema” y expresarse contra la ineficacia de los gobiernos y la falta de respuestas de los políticos.
El detonante fueron los movimientos musulmanes de hace algunos años, pero han habido expresiones lo mismo en España que en Grecia e Israel, en Brasil y Venezuela, y ahora más recientemente en Estados Unidos.
Esperanza y renacer revolucionario para algunos, una expresión más de la manipulación de las élites globales con tal de que nada cambie para otros, no es casual que la ola mediática haya convertido al “manifestante” en paradigma de “las libertades”. La paradoja es que prácticamente todo el mundo habla del “poder popular” cuando menos poder popular se tiene.
Desde finales de los 60, cuando se dio la revuelta estudiantil, no se producía un fenómeno que despertara tantas expectativas y tanto entusiasmo. Ni siquiera la ola transformadora precipitada por la Perestroika de Gorbachov y la caída del Muro de Berlín. El problema es que una cosa es la manifestación pública de las ideas y otra que esas manifestaciones puedan incidir realmente en cambios a favor de quienes se dice se hacen, de la gente.
Esto viene al caso porque desde por lo menos 6 años estamos esperando que esa “primavera” nos alcance. Vistos a distancia los casos de Túnez y Egipto, no se deja de hablar, con temor o con esperanza, de la posibilidad de sufrir el “contagio revolucionario”. Unos nos lo venden como una panacea. Otros como una amenaza.
La verdad es que se ha hecho un paradigma de un mito. Para no ir más lejos, en Egipto, después de sus “indignados”, la mayoría de los jóvenes que imaginaron el cambio no pueden contarlo. Algunos han muerto, otros han huido del país o están tras las rejas, y hoy lo que impera es un régimen dictatorial peor que el que se proponían derrocar. En todo Oriente Medio y el Norte de África hubo un estallido de protestas populares y, en cuestión de semanas, el estallido se extendió de Túnez y Egipto a Yemen, Bahréin, Libia y Siria. Mucha gente albergaba la esperanza de que esa “Primavera Árabe” instauraría nuevos gobiernos que traerían reformas políticas y justicia social, pero la realidad es que el saldo es más guerra y violencia, y que se reprime a quienes se atreven a alzar su voz por una sociedad más justa y abierta.
Presentada como un fenómeno de “izquierda,” otra paradoja es que en América Latina “las primaveras” han resultado en movimientos sociales anti-izquierda, o que han alentado el cuestionamiento de la izquierda y en algunos casos, incluso, en reposicionamiento al fortalecimiento de los sectores conservadores. No es casual que Ecuador, Venezuela y Bolivia, es decir, los países más reacios a alinearse con los Estados Unidos han sido los más castigados con este tipo de movilizaciones.
En Brasil, precedieron a la caída de Dilma Roussef y en Chile, si bien varios de sus principales líderes, Camila Vallejo -casi un ícono-, Giorgio Jackson, Gabriel Boric y Karol Cariola, llegaron a ocupar un escaño, no lograron evitar el fracaso del modelo de la Concertación y el regreso de la derecha al poder.
En España, igual, el primer resultado del 15M fue el regreso del PP y la debacle para el PSOE. El surgimiento de Podemos pareció ser una concreción del movimiento de “Los Indignados” pero apenas si pudo lograr el 21% de los votos en las últimas elecciones y el saldo es el mantenimiento del PP en el poder, recomponiéndose e iniciando la remontada.
En México nuestra “primavera” también causó estragos pero ningún cambio: la promesa que representaba el #YoSoy132 en las elecciones del 2012 fue ahogada ese mismo año en medio de una inusitada represión, y lo peor, la izquierda le pagó mal a los “indignados” porque sólo en la Ciudad de México se cuentan más de 500 detenidos arbitrariamente durante las marchas y manifestaciones que se sucedieron entre 2012 y 2015, cuatro de los cuales siguen en la cárcel, casi una centena sin derechos políticos, ninguno del resto ha accedido a algún cargo de representación popular. Y quizá lo más grave: cada vez menos presencia de jóvenes y estudiantes en las protestas.
No pretende ser en modo alguno este un mensaje desalentador. Pero el realismo se impone si se quieren mejores resultados, pues como se ve, la vía de las movilizaciones ha resultado bastante incierta en cuanto a logros.
Es que, para que las movilizaciones impliquen cambios verdaderos, se tiene que producir un desplazamiento tal del poder que quienes tomen las decisiones sean los ciudadanos. Y esto no ha sucedido en ninguno de los casos citados. Al menos hasta hoy.
Lo que pasa es que la conquista de la soberanía popular –causa de tantas y tantas revoluciones sangrientas en el pasado- no es flor de un día; esto es, que nadie otorga poder al pueblo sino el propio pueblo. Y la verdad es que los únicos beneficiados han sido, paradójicamente, los políticos, tanto los que azuzaron y luego se escondieron como aquellos que reprimieron y no han hecho justicia.
Todos hablan ahora, por ejemplo, del “movimiento social”, de los padres de Ayotzinapa, de los maestros democráticos, de los inmigrantes, de los estudiantes rechazados, de los despedidos y damnificados del neoliberalismo, de los muchos colectivos anti-sistémicos, todo ese movimiento que se fraguó durante las protestas contra los resultados electorales del 2006 y 2012 y contra las reformas estructurales, y sin embargo, ni de lejos se ve esto reflejado en un esfuerzo de cohesión y ni siquiera de alianza política que augure su representación cabal en las próximas elecciones.
Porque el problema es que el interés de todos los que aspiran al poder sigue estando centrado en los partidos. O en los militantes de los partidos. Pero poco o nada en la gente. Tan simple como que Gandhi fue Gandhi porque supo responder a más de 3 millones de indios. Y como que Mandela fue Mandela porque tuvo el valor de encabezar el movimiento anti-apartheid.
Ya he dicho antes que no soy de los que piensan que el futuro de México depende de la capacidad de generar protestas sino de su magnitud. Lo que sí creo es que lo que algunos han dado en llamar desde los 80 “la sociedad civil” es algo más que un mero recurso retórico siempre y cuando el individuo decida salir de su limitado espacio de individualidad, de su aislamiento, y sumarse a otros en pos de un mismo objetivo o un ideal común superior. Que, como advertía Albert Camus, la rebeldía se concreta en el instante en que un pueblo pasa de la indignación contenida al “¡Ya basta!” colectivo y generalizado. Y Ya Basta quiere decir Ya Basta. Sin concesiones.
Lo que trato de decir es que el éxito de las movilizaciones no se mide por ellas mismas sino por sus consecuencias. Tan simple como que si se quieren cambios, estos solamente pueden ser generados desde la propia sociedad y por la sociedad y como que el objetivo no puede ser derribar a la marioneta en lugar de al titiritero. Porque lo peor que puede pasar es que pretendamos cambiar las cosas con los mismos titiriteros o de acuerdo con los titiriteros. Al fin meros acuerdos y reacomodos entre políticos.

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