lunes, 26 de junio de 2017

Comienzan a llegar emotivos testimonios para reconstruir la figura de la poeta en documental
La jacaranda que plantó Alcira en CU, tan viva como su memoria
El historiador Alfredo López Austin entregó a Fernández Gabard la narración de cuando él y León-Portilla hallaron a la creadora en los baños de la Torre de Humanidades, tras los sucesos de 1968
Pretende recrear los años de 1953 a 1961, cuando estuvo casada con un doctor
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La poeta junto al pintor Rufino Tamayo, frente al mural del Museo de Antropología, en 1964, en una imagen proporcionada por Fernández Gabard
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Uno de los dibujos que regalaba a sus familiares y amigos
Mónica Mateos-Vega
 
Periódico La Jornada
Lunes 26 de junio de 2017, p. 6
Los historiadores Alfredo López Austin y Miguel León-Portilla, así como el poeta Rubén Bonifaz Nuño, rescataron a Alcira Soust Scaffo de su encierro de 12 días en los baños de la Torre de Humanidades, en Ciudad Universitaria, luego de la entrada del Ejército en septiembre de 1968.
El sobrino nieto de la poeta uruguaya, Agustín Fernández Gabard, quien prepara un documental acerca de la mujer que impactó con su presencia y su poesía a quienes la conocieron en México la segunda mitad del siglo pasado, comienza a recibir valiosos y emotivos testimonios para reconstruir la memoria de Mima, como la llamaban sus allegados.
Luego de dar a conocer a La Jornada (en la edición del 15 de junio de 2017) su intención de revalorar la vida, pero sobre todo la obra de la también activista, el realizador comparte la narración que le envió hace unos días López Austin: “Tras la ocupación de la Ciudad Universitaria, se procedió a recuperar los edificios. A la Torre de Humanidades fue el entonces coordinador de Humanidades, Rubén Bonifaz Nuño, a quien acompañamos, con la intención de revisar el séptimo piso, sede del Instituto de Investigaciones Históricas, Miguel León-Portilla, quien era su director, y yo, como subdirector.
“Iba con nosotros uno de los intendentes de la Facultad de Filosofía y Letras, de quien no recuerdo el apellido, pero a quien todos conocíamos como Pastor, pese a que en realidad se llamaba Manuel. Era Pastor un hombre de edad madura, alto, grueso, a quien todos sus compañeros respetábamos por su carácter serio y sencillo. Falleció poco tiempo después.
“Cuando los cuatro llegamos al séptimo piso, Bonifaz Nuño pidió a Pastor que revisara los sanitarios, en tanto que nosotros veíamos qué tantos daños tenía el resto del instituto. Pastor salió inmediatamente para avisarnos que había encontrado una mujer. Bonifaz le pidió que no tocara el cadáver. ‘Está viva’, respondió Pastor, por lo que acudimos a auxiliarla.
“Alcira salió caminando por su propio pie, aunque muy debilitada. Estaba aterrada, y nos decía insistentemente que ella no estaba inmiscuida en el movimiento, sino que había ido a la torre a una ceremonia en honor a León Felipe. Me le acerqué y le dije: ‘Alcira, no somos policías. Mírame, soy yo, Alfredo’; pero Alcira seguía fuera de sí.
“Pastor intervino para decir que iba inmediatamente por unos tacos, a lo que replicó Bonifaz Nuño: ‘¡No! ¡Vaya inmediatamente por unos médicos!’ Alcira se fue calmando poco a poco. Cuando Pastor volvió con la ayuda de los médicos, les entregamos a Alcira y confiamos en que todo iría bien.”
En otro correo electrónico, la profesora Virginia Meza Hernández le dijo a Fernández Gabard: “he leído en el periódico La Jornada el artículo sobre el documental que planea realizar acerca de Alcira. La conocí en la Facultad de Filosofía y Letras tal vez en 1974. Era un personaje bien conocido que recorría los pasillos de la facultad repartiendo sus poemas.
“En ese entonces yo enseñaba japonés en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, el cual se ubicaba dentro de esa facultad. Recuerdo que en una ocasión me dio un poema titulado La gota de agua y el caracol, y me pidió traducirlo al japonés, accedí a su deseo y se puso muy contenta cuando se lo entregué. Me encantaría hacerle llegar tanto las hojas de la poesía en español como la traducción.”
Ernesto Alvarado, egresado de la facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y quien fuera consejero universitario alumno en el periodo de la creación del movimiento estudiantil del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), a finales de los años 80, también envió su testimonio al documentalista: “Tuve la oportunidad de convivir con Alcira en el campus de Ciudad Universitaria, en algunas ocasiones me obsequió poemas y dibujos que hacía, lamentablemente no estoy seguro de conservarlos.
“Cuando terminábamos las sesiones del CEU, ya tarde y a veces de madrugada, en forma invariable ella nos esperaba para salir juntos de la torre de la rectoría. Con motivo de un año más de conmemoración de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco, Alcira tuvo la hermosa idea de regalarnos una pequeña jacaranda para que la plantáramos en alguno de los jardines de la Facultad de Sicología, con el tierno mensaje que se trataría de un símbolo de hermandad de nuestras dos escuelas (Sicología y Filosofía), ya que la primera era parte de uno de los colegios de la segunda y en los años 70 adquirió la forma de facultad propia.
“Acarreamos en bolsas de plástico tierra del jardín de la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, al pie del busto de Dante Alighieri, caminamos entre charcos de agua los 300 o 400 metros que la separan de la Facultad de Sicología, y después de hacer varios agujeros que topaban con tuberías, por fin encontramos donde plantarla, la abonamos con poemas suyos escritos en papel revolución y en hojas bond, ‘para que se nutriera bien y creciera hermosa’. Y ahí quedó, afuera de la biblioteca de la Facultad de Sicología.
“La brigada de jardineros en ese 2 de octubre de tal vez 1987 la componíamos la propia Alcira, mi gran amigo Jorge Omar Gracía y Miriam Díaz, quien desde entonces es mi pareja y madre de mis dos hijos.
Hoy esa jacaranda luce enorme, sobrepasa con mucho el edificio más alto de esa escuela y cada que paso y la admiro, la memoria me lleva a tantos recuerdos de nuestra querida Alcira.
La poeta Margarita Castillo, quien conoció a Alcira en Ciudad Universitaria, su verdadero hogar en aquellos años posteriores al 68, también recuerda la relación entrañable que la uruguaya estableció con los árboles que rodeaban tanto la Facultad de Filosofía y Letras como la de Sicología: Los abonaba con sus poemas y a cada uno le ponía nombre; la jacaranda que plantó no es la única que guarda recuerdos de su paso por la UNAM, de donde nunca debió haberse ido, dijo a La Jornada.
Agustín sigue recibiendo comentarios y datos, sobre todo para reconstruir los años comprendidos entre 1953 y 1961, cuando Alcira estuvo casada con un doctor de apellido Santibáñez, en el mail: alcirayelcampo@gmail.com


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