Foto: Fiscalía de Chihuahua Aquella noche terminó el turno nocturno más cansada de lo normal. Se quitó con parsimonia el uniforme y se vistió con tranquilidad. Olvidó que sus compañeras eran bastante rápidas a la hora de la salida y las observó camino a la calle. Salió de la maquiladora y en la esquina, como todos los días, esperó el camión. A esa hora iban pocos pasajeros. Uno a uno fueron bajando, hasta que quedó sola en la unidad. Faltaban sólo cinco minutos para llegar a su destino, pero el autobús dobló por una esquina equivocada y tomó una ruta distinta. Pensó que se trataba de un atajo. De pronto, en un descampado se detuvo. El conductor apagó el motor y se acercó a ella: “Vente para acá, mamacita, ahora te vas a enterar de lo que es un hombre”. Sintió el peso del cuerpo encima, la voluminosa barriga en su vientre. Forcejeó, arañó, gritó. Se le nubló la vista. Pensó que aquello era una pesadilla de la cual iba a despertar. El golpe en la mejilla la sacudió. Sintió el dolor de la embestida, el aliento putrefacto, el olor nauseabundo del peor de los delitos. Se desconectó. De pronto no era ella. El desdoblamiento le permitió ver claramente la escena del horror.
Duró minutos, horas, la eternidad suspendida en un segundo. La expulsión líquida del ultraje, la degradación, la abyección de lo masculino. No podía caminar del dolor. Se acomodó la ropa como pudo. Faltaban botones, el brasier no tenía un tirante, la cremallera del pantalón no funcionaba. Bajó los tres escalones del autobús y piso el asfalto con cierto alivió. Aquello había terminado. ¿Qué hago?, pensó. ¿Ir a denunciar a la policía? De golpe se le vinieron las escenas de las 12 compañeras que en los últimos meses habían denunciado a choferes de autobuses de Ciudad Juárez.
Recordó las anécdotas de sus amigos sobre la revictimización que sufrieron de parte de los ministerios públicos, quienes sin piedad y con cierta sorna interrogaban a las víctimas: “¿Cuéntanos como te la metió? ¿De qué tamaño la tenía? Muéstranos la posición. ¿Gritaste? ¿Le dijiste que no querías?…”. Jamás pensó que a sus 50 años sería víctima de violación. Hizo recuento de su vida en un segundo, como si fuera una película en cámara rápida. Vio pasar ante sus ojos la historia de su vida: casada a los 18 años, madre de tres hijos, abandonada por su marido cuando la pequeña tenía apenas unos meses. No recordaba las últimas vacaciones de su vida. Trabajaba desde los 25 años en todo tipo de oficios: lavando ajeno, vendiendo zapatos, mesera, sirvienta, obrera… y desde hacía un año en una maquiladora cuyo sueldo de 900 pesos a la semana apenas le permitía sobrevivir. Sintió el agua de la regadera caer por su cuerpo. Tomó el jabón y se frotó con fuerza. La piel enrojecida, el dolor intenso en los genitales. Las huellas del estigma. Lloró en silencio. No quería despertar a los chicos. Se metió a la cama y siguió llorando.
Es 28 de agosto. Hoy toca vestirse de negro. Se coloca la gorra de béisbol y se acomoda el cabello por dentro. Camina hasta el cruce de Ignacio de la Peña y Colombia, en la colonia Partido Romero. Son las 7:45 de la tarde. Espera el autobús. Aparece justamente el que andaba buscando. Lo había seguido y es puntual. Es el 718 de la Ruta 4. Extiende el brazo para hacerle la parada. Roberto Flores Carrera de 45 años, conductor con 20 años de experiencia, no la reconoce. Abre la puerta. Diana entra con seguridad. Llegó el momento. El chófer espera el pago del pasaje, pero a cambio, ella le muestra la pistola. “¿Se creen muy malos, verdad?”, y le dispara a bocajarro varias veces en la cabeza, no sabe cuantas. Los pasajeros estupefactos guardan silencio. Nadie se mueve. Diana corre. Ha decidido llamarse así: La Diana Cazadora, “la cazadora de choferes violadores”. Roberto Flores Carrera, el violador, se tambalea, alcanza a bajar del autobús, pide auxilio, pero las heridas lo derriban. Termina tirado en un charco de sangre. Llega la ambulancia y comprueba que ya no tiene signos vitales. Diana suspira aliviada. Logró esfumarse. Por fin siente lo que denominan reparación del daño. Ha sido necesario tomar la justicia por su propia mano. Se justifica en su fuero interno. No le dejaron otra alternativa. Todo mundo sabe que algunos choferes de la Ruta 4 son los violadores denunciados por las 12 víctimas.
Y la policía no hace nada. Nadie detiene a los agresores sexuales que siguen cometiendo delitos contra las trabajadoras de las maquiladoras del turno de la noche. Es 29 de agosto. Hoy también toca vestirse de pantalón de mezclilla y su blusa preferida de cuadros. Se pone una pañoleta al cuello para lucir más coqueta, sin olvidar su gorra. Son 8:25 y decide esperar el autobús en la avenida Heroico Colegio Militar, esquina Universidad en la colonia Fovissste Chamizal. Se aproxima el camión número 744 de la siniestra Ruta 4. El chofer, Fredy Zárate de 32 años, el mismo que violó a una de sus compañeras, abre la puerta. Allí está el hombre identificado por varias mujeres como un violador. “Ahora te toca a ti”, le dijo al tiempo que le disparaba en la cabeza. Los pasajeros no dan crédito. Diana corre sin parar. Se pierde entre las calles. Esta vez, la policía actúa rápidamente. Sorprende la forma expedita en que realizan un retrato hablado de Diana. Jamás hubo un retrato hablado de los choferes violadores ni mucho una reacción inmediata a las denuncias de decenas de mujeres.
Para que no haya confusión, Diana decide enviar un mensaje por email desde la cuenta dianalacazadoradechoferes@hotmail.com en donde da su versión de los hechos: “Creen que porque somos mujeres somos débiles y puede ser que sí, solo hasta cierto punto pues aunque no contamos con quien nos pueda defender y tenemos la necesidad de trabajar hasta altas horas de la noche para mantener a nuestras familias, ya no podemos callar estos actos que nos llenan de rabia (…) Mis compañeras y yo sufrimos en silencio pero ya no podemos callar más, fuimos víctimas de violencia sexual por choferes que cubrían el turno de noche de las maquilas aquí en Juárez y aunque mucha gente sabe lo que sufrimos nadie nos defiende ni hacen nada por protegernos, por eso yo soy un instrumento que vengará a varias mujeres que al parecer somos débiles para la sociedad pero no lo somos en realidad somos valientes y si no nos respetan nos daremos a respetar por nuestra propia mano, las mujeres juarenses somos fuertes”. Diana jamás pensó que se haría famosa.
Es noticia dentro y fuera de México. A Ciudad Juárez han llegado periodistas de todas partes buscándola. Incluso le adjudicaron una cuenta de Facebook falsa. Las autoridades de Chihuahua han quedado en ridículo. Ahora Jorge González Nicolás, fiscal de la Zona Norte de Chihuahua, dice que su investigación apunta al narcomenudeo y a un “ajuste de cuentas” por los feminicidios ya que los famosos choferes de autobuses también han sido señalados como asesinos de mujeres. Las teorías inclusive incluyen la posibilidad de que Diana, la Cazadora de Choferes, “no existe”, según ha dicho Alfredo Velazco Cruz, criminólogo de la Fiscalía General del Estado (FGE). Otro miembro distinguido del entorno dijo: “No vamos a hacer el caldo más gordo”, afirmó el director de la Academia Mexicana de Investigadores Forenses, Manuel Adolfo Esparza Navarrete. El fenómeno de la Diana cazadora va mucho más allá de simples análisis a primera vista.
Lo que verdaderamente esconde es el hartazgo de la población mexicana contra la impunidad, particularmente el cansancio de las mujeres ante la indiferencia del gobierno y las autoridades en torno a los delitos sexuales. ¿Cuántos choferes han sido detenidos después de decenas de denuncias durante años?… Ninguno. Y las cifras hablan: según el estudio Feminicidio en México. Aproximación, tendencias y cambios, 1985-2009, publicado por la ONU, el Inmujeres y la Cámara de Diputados, las violaciones sexuales son crímenes comunes en México sin castigo: “es un fenómeno particularmente perturbador la prevalencia de violaciones sexuales”. De acuerdo a este informe, el Estado de México y el Distrito Federal son las entidades donde más violaciones hay (con 2,990 y 1,344 casos, respectivamente). Le siguen Quintana Roo, Chihuahua, Tabasco, Baja California, Morelos y Baja California Sur. Según las estadísticas de organizaciones no gubernamentales, en México ocurre una violación sexual cada cuatro minutos. Estamos hablando de un verdadero panorama de impunidad que invita a la repetición del delito. Mientras el Estado no garantice la seguridad de sus ciudadanos seguirán surgiendo autodefensas y también Dianas cazadoras. ¿Es válido tomarse la justicia por su mano? Usted, ¿qué opina?
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