Constituyeron un consejo de comunidades afectadas por la tormenta
Exigen indios de la Montaña participar en las decisiones sobre la reconstrucción
Para el gobierno no existimos, no le dolemos, espetaron a la titular de Sedesol hace unos días
Durante la reunión de la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, con autoridades de los pueblos indios en Tlapa, donde le reclamaron la falta de apoyo a los damnificados de la MontañaFoto cortesía del Centro Tlachinollan
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
Viernes 27 de septiembre de 2013, p. 8
Viernes 27 de septiembre de 2013, p. 8
El pasado lunes 23 de septiembre la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), Rosario Robles, fue increpada duramente por autoridades de los pueblos indios de la Montaña de Guerrero y comisarios ejidales que llegaron a pie –después de horas de camino– a Tlapa para hablar con ella.
Para el gobierno los indígenas no existimos, no les dolemos. No nos ve, no nos nombra, le dijeron.
Una joven, autoridad del pueblo Tlacotepec, municipio de Tlacoapa, le narró llorando cómo el río se llevó varias casas, el cementerio y a algunos niños. Pero nadie llegó a ayudarlos. Hablaba me’phaa (tlapaneco). Al final, le preguntó en español:
–¿Me entendió?
–No –respondió la funcionaria.
–Pues así es cuando ustedes nos hablan. No les entendemos, porque no nos comprenden.
Era algo más que una brecha de idiomas.
Relata Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, organización no gubernamental que ayudó a convocar a la reunión: “Ella se justificaba; respondió que ‘yo también soy mujer’ y cosas así. Se enojó. A mí me llamó aparte para reclamarme. ‘¿Para esto me invitaste? ¿Para que me ajusticiaran? Te lo advierto, yo no soy una ong’.
No sé qué imaginó Rosario; que sería una reunión de reconocimiento a su jerarquía, con la gente pidiendo todo y agradeciéndole. La gente sabe respetar, pero también sabe ser muy firme. Le reprocharon la inacción del Ejército, el trato despótico de las autoridades municipales, la desatención generalizada, el aislamiento, el trato cruel de la discriminación. Fue una pena, pesó más su ira que su sensibilidad.
El encuentro, al que asistieron representantes de los 19 municipios indígenas, dio un resultado que puede ser fructífero. Cuando se retiró la funcionaria y dejó al subsecretario Javier Guerrero para atender la situación, los líderes comunitarios continuaron la discusión.
Un diálogo transparente, horizontal, donde se perfilaron demandas muy puntuales en los tres idiomas: me´phaa, nu saavi (mixteco) y nahua. Ahí mismo nació el germen de lo que puede marcar la diferencia en la etapa de reconstrucción de esos pueblos.
Ese día se constituyó el Consejo de Autoridades de Comunidades Afectadas por la Tormenta.
Insistirán en que no los excluyan de la toma de decisiones. Porque lo que tradicionalmente sucede es que los presidentes municipales se reúnen a puertas cerradas con el Ejército y las autoridades del estado y deciden sobre los desplazados, las ayudas y los recursos sin consultar a los pobladores. Este consejo será la voz de los pueblos. Y también va a verificar que las cosas se hagan conforme a sus necesidades.
Cuando la montaña se viene encima
En la región de la Montaña, con más de 700 comunidades indígenas, sólo Tlapa, su centro urbano, se ubica en un pequeño valle. Todos los demás pueblos están en las laderas, las copas o al pie de los cerros. Entre estos collados, plenos de manantiales y ojos de agua, nacen dos de los grandes ríos de México que dotan de agua al resto del estado: el Balsas y el Papagayo.
Dice Barrera, antropólogo y reconocido defensor del derecho humanitario en esta zona de corazón violento:
La Montaña pesa, es remota, y cuando llueve así la gente la reconoce, es la lluvia mala. Nos recuerda a los humanos que la tierra es muy dura. Cuando un cerro se desgaja no hay dónde meterse.
Aquí hay muchas víctimas que no figuran en la contabilidad oficial. En el último recuento del gobierno se habla de 27 personas muertas, pero hay muchas otras, dice Barrera, que
están fuera de los registros. El saldo fatal seguramente aumentará. De los reportes que recibe Tlachinollan suman 42 muertos.
Pero hay lugares, como ciertos pueblos de los municipios de Acatepec, Cochoapa, Metlatónoc, Iliatenco, los más recónditos, de donde todavía no tenemos información. Ahí nadie ha llegado.
–¿Ni el Ejército, con el plan DN-III?
–El Ejército de por sí está en la Montaña. No hay que olvidar que hubo una etapa de fuerte militarización. Pero de los militares se esperaba una reacción más contundente. Hemos escuchado testimonios de los desplazados de La Lucerna y El Tepeyac, donde se derrumbó su terreno y parte de la carretera. El Ejército fue el primero en llegar, pero sólo para hacer un recuento. Los soldados no los quisieron ayudar a abrir una brecha. El capitán que iba al mando les respondió que lo hicieran ellos, porque allí había muchos hombres sin hacer nada. Y en el Tecojote, los soldados pedían de comer.
Desde los primeros días de la emergencia, Abel Barrera empezó a clamar en los medios de comunicación para que voltearan a ver La Montaña, relatando historias de sobrevivientes que llegaban a Tlachinollan, en Tlapa:
Iban en busca de sus autoridades sin encontrar a nadie y entonces nos buscaban. Y nosotros nada podíamos hacer.
De ahí surgió la convocatoria para una reunión en La Ciénega, municipio de Malinaltepec,
con la idea de que ellos sintieran su propia fuerza. Fue una sorpresa, llegaron representaciones de 55 comunidades de siete municipios. El siguiente paso fue el encuentro con Rosario Robles.
Otra sorpresa: a la reunión de Tlapa, celebrada en la Casa Católica, empezaron a asomarse los presidentes municipales. Los asistentes los corrían a gritos.
Es que los alcaldes, que suelen ser caciques de pistola al cinto, sólo despachan en Tlapa o en Chilpancingo. La gente ya sabe que sólo los encuentran los fines de semana, cuando van a las cabeceras a inaugurar una obra, a alguna fiestecilla. Ahora, cuando la montaña se fue encima de los pueblos, una vez más se han escabullido.
En esta crisis, también el gobierno estatal de Ángel Aguirre ha estado ausente.
Mandó a su esposa a Copanatoyac. Pero al día siguiente, que iba a ir al Tecojote, donde hay muchos desplazados, ya no llegó. El argumento fue que iba a ir la esposa de Peña Nieto a Acapulco.
–La conducta de los presidentes municipales, el gobernador y los funcionarios federales frente a la catástrofe, ¿tendrá un costo político?
–Sí, van a pagar un precio. Aquí el problema es que el pueblo de Guerrero tiene que enfrentar un sistema caciquil violento. Esto ha costado mucho: muertos, levantamientos armados, una sociedad muy brava, desaparecidos. ¿Cómo luchar contra los partidos que promueven el cacicazgo, y que no sólo es el PRI sino todos?
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