El fin del principio
Rolando Cordera Campos
P
unto y aparte y los galleros a sus casas: no hay recesión económica, pero sí un crecimiento por debajo de lo que la sociedad requiere y de lo que su potencial permite. Con el agravante de que este lento y aletargado desempeño de la economía lleva ya casi treinta años y ha configurado buena parte de la vida social, como lo muestra la desgracia del empleo, la informalidad abrumadora y un régimen generalizado de salarios bajos.
Podríamos pretender resolver ex cátedra el diferendo, montado gratuitamente o no, en las esferas del poder político y, tal vez, en las cumbres plutocráticas que insisten no sólo en derrotar al gobierno, sino en hacerlo pedir perdón por haber osado hacer una reforma fiscal no regresiva y tímidamente redistributiva. El cogollo de este escandaloso carnaval en torno a las cifras económicas y su proyección al final del año no puede estar en su factura o la limpieza con que el Inegi o el Banco de México las manufacturan.
No hay cocina ni maquillaje con ellas, hasta donde nos alcanza el conocimiento, pero sí enormes diferencias en cuanto a sus implicaciones y causalidades. No hay, tampoco, convergencia alguna respecto a su significado histórico, que ya reclama algo más que los gritos y sombrerazos de estos días.
Lo que las cifras y sus proyecciones revelan es una menor creación de empleos formales y menos actividad lucrativa para los negocios. Tal vez, menos atractivos para la inversión nueva y, consecuentemente, un declive en las expectativas de ganancia que configuran las decisiones de inversión. Es decir, un panorama de estancamiento relativo extendido por tres décadas que se concreta en cansinos ritmos de actividad económica, por debajo de lo socialmente necesario y de lo esperado por muchos.
Telón de fondo nada seductor para que los famosos animal spirits de Keynes se desplieguen virtuosamente y den lugar a una ola de expansión como la ansiada y requerida. Hablamos aquí no sólo de los analistas y loros que les hacen eco, sino de una población crecientemente urbana y adulta que ha soportado por demasiado tiempo un estancamiento estabilizador reiterativo, que reclama resignación, pero no ofrece a cambio ni siquiera promesas y esperanzas creíbles.
La probabilidad de que el crecimiento de la economía llegue a ser menor que el pronosticado la semana pasada crece con los días y las malas noticias provenientes del norte. A encarar esta situación y la perspectiva que de ella surge deberían dedicarse los poderes de la Unión, a convocatoria del Congreso o del Ejecutivo, y con la obligada presencia de los gobernadores y del Banco de México. La actual no es todavía una situación de emergencia, pero sí de enorme y creciente gravedad que demanda acciones inmediatas, urgentes, para evitar que se prolongue una trayectoria todavía peor que la resultante de los años duros del ajuste externo para pagar la deuda y los que le siguieron, en pos del cambio estructural para la pronta globalización de México.
Pensar que podemos seguir como vamos, a la espera de los dones que nos deparen las reformas tan ansiadas, es pueril; la manera en que hemos dejado transcurrir los tiempos de la economía y la vida social puede ser, para decirlo sin ambages, suicida y llevarnos a la terrible circunstancia de un todos contra todos que desemboque en un todos contra el Estado. Tal es la encrucijada que se ha erigido ante nuestros ojos y los de los gobernantes y poderosos, sin que nos hayamos tomado el más mínimo tiempo para identificarla.
Para unos, los del poder político, todo parece ser cuestión de tiempo y control, centralización del poder difuso y afirmación de una hegemonía todavía más confusa por huérfana de visión y ambición histórica. Para los otros, los del poder concentrado en las cúpulas del dinero y la riqueza, todo parece fácil, siempre y cuando el poder del Estado renuncie a serlo, eche marcha atrás en sus tímidas reformas fiscales y abra cuanto antes la puerta a la venta de garaje del petróleo y la energía. Para los corifeos, todo es cuestión de escuchar bien y a tiempo his master’s voice.
Los priístas de viejo cuño, incluidos los priístas históricos, llevaban su pragmatismo cínico a una conseja de este tipo: aquí no pasa nada… hasta que pasa… y entonces lo encaramos. Los actuales, supuestamente del nuevo PRI, parecen empeñados en un mantra contrario a aquel talante presuntuoso: aquí no pasa nada… aunque pase. Sería el principio del fin… lo malo es que no sólo es de ellos.
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