martes, 30 de diciembre de 2014

Entre perros

@rasocasmar 30 dic 2014 10:03
  
 
Mientras el vapor y las cenizas dibujaban símiles del Dr. Atl, el Popo espabiló mis ojos tempranamente cansados. Mirando al oriente pude descubrir ese universo blanco que resbalaba por las faldas de esos dos colosos del centro sur del país. Mientras el humo blanco que expulsaba Don Goyo, corría a tres kilómetros de altura arrastrado por los aires helados de un invierno quemante y frío a la vez, yo recordaba todas las veces que esos paisajes hermosos habían pasado frente a mis ojos y no me había parado a mirarlos. Me senté en el borde de un banco y extasiado, contemplé una especie de ácaros que corrían febrilmente hacia el lado sur poniente de ambos volcanes. Eran como las once de la mañana y el sol de invierno empezaba hacer estragos en mi vieja piel.
Busqué la sombra del frondoso encino y abrí el libro Entre perros, de Alejandro Almazán. Un escritor egresado de Ciencias Políticas de la UNAM y autor de varios ensayos en los que documenta los problemas del narcotráfico, las redes del poder, la enorme corrupción en la policía, el ejército y el gobierno. Oteé renglón por renglón y leí planteamientos que me derritieron como un muñeco de nieve quemado por este caprichoso sol de diciembre. Poco a poco fueron pasando las horas del día. Seguramente era la poesía y las verdades contenidas en el libro lo que hizo que salieran a la superficie de mis pensamientos aquellos hechos que los años habían dejado olvidados. Recordé que a la sombra de mi encino, una de muchas veces vi que por sus arrugadas mejillas, mi padre musitaba cosas que acompañaba con sus lágrimas seniles.  
En un instante me vi entre estas heladas ventiscas y en el grisáceo paisaje del corredor biológico del Chichinauzin. Examiné a distancia sus cañones pétreos y sus enormes vacíos. Recordé el miedo que me doblaba las piernas cuando en compañía de Carmen, de Rosa, sus hijos y el mío, subíamos sus acantilados para observar el hermoso valle de Cuautla y de Cuernavaca, trepados en la enhiesta pirámide del Tepoxteco. Con esos recuerdos recorrí un tramo grande de mi vida retrospectiva. Olí la dicha de ser joven y traje conmigo cosas que requerían temple y decisión. Porté en mis haberes la utopía de querer cambiar las cosas de mi país. Fui merecedor de esos sueños locos que a veces le llevan a uno a la entrega de la vida a cambio de tus ideales. Tuve dos días para recordar mi pasado y hacer un recuento de mis tiempos idos. Recordé una conversación de Don Ermilo Abreu Gómez y Renato Leduc hablando de cuando éste escribió su poema El TIEMPO. En ese momento, recordé la frase final de su cuarteta: Yo “no tuve la dicha inicua de perder el tiempo”.
Aprendí mucho al lado de mis compañeros que recorrían el país. Aún siento orgullo de haber luchado al lado de Arnoldo Martínez Verdugo, de Valentín Campa, Ramón Danzós Palomino, Demetrio Vallejo y Othón Salazar. Fui militante del Partido Comunista Mexicano, del Partido Socialista Unificado de México, del Partido Mexicano Socialista y del Partido de la Revolución Democrática. Salí asqueado del PRD. Creí que Morena sería la diferencia con aquellos que no supieron ser. Hoy sigo confiado en que así será. Estoy haciendo una especie de balance porque el 2014 se va. Ha dejado una estela de muertos, de desaparecidos, de padres sin hijos y un país herido y sin futuro.
Hubiera querido entender mejor el sentido del ayer. El hoy pinta de gris y no hay muchos que quieran borrar ese color. Tal vez Andrés Manuel pueda intentarlo con éxito. La condición está en que se apoye en el pueblo y que impida la entrada a los arribistas de siempre. Como ciudadano lo acompañaré hasta en tanto mis temores no me den la razón. Deseo que aquellos que fueron impuestos por razones ajenas al trabajo y a la honestidad, sepan hacer honor a la causa y renuncien antes de que la debacle los arroye. Lo deseo porque me importa el mañana de mi pueblo, porque aprecio la nobleza de los mexicanos y porque valoro la solidaridad de otros pueblos del mundo. Nuestra gente está saliendo de sus adormideras pero a su alrededor sólo ve desolación. Sabe que sus lágrimas no servirán de mucho si no salimos de vivir entre perros. Si no avanzamos en la transformación real del país. Si no corremos a los gobernantes que se quieren quedar para siempre en el poder. ¡Impidamos que en los frontispicios de la República” quepa aquella frase que escribiera Eduardo Galeano. México “jugó, triunfó, meó y perdió” ¡Sería lamentable que eso ocurriera!

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