sábado, 27 de diciembre de 2014

¿Por qué Ayotzinapa?
Enrique Calderón Alzati
A
tres meses de los lamentables sucesos de Iguala, lejos de saber con certeza lo sucedido, las interrogantes crecen y se profundizan, vinculándose con otros hechos para conformar un escenario patético de dimensiones nacionales, señalando cada día con mayor precisión que se trata de un crimen de Estado, cuyos responsables no son otros que las más altas autoridades del país.
El afán reiterado del Presidente de dar carpetazo a la tragedia mediante declaraciones y ofrecimientos llenos de vaguedades y vacíos, así como la investigación periodística presentada por la revista Proceso en las semanas pasadas, informando de la participación de la Policía Federal y del Ejército Mexicano en la operación que dio como resultado el asesinato de tres de los estudiantes y la desaparición forzada de otros 43, sin que el gobierno de la República haya dado una respuesta seria, que ponga en duda los resultados de esa investigación, nos llevan necesariamente a hacernos una pregunta de la mayor importancia: ¿qué es lo que llevó a los actuales gobernantes a optar por una acción de este tipo, destinada a desaparecer a esos estudiantes y al mismo tiempo a tratar de vincularlos con un grupo de narcotraficantes?
Para dar respuesta a esta pregunta tenemos poca información, pero ciertamente muy valiosa. Por una parte, las declaraciones de los propios padres de familia, que nadie ha puesto en duda, y por otra la historia misma de las escuelas normales rurales y, en particular, la de Ayotzinapa. En la conferencia dada por los padres y su representante, del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, luego de la reunión que tuvieron con el presidente Enrique Peña Nieto, ellos declararon con firmeza las reiteradas amenazas recibidas de funcionarios federales, estatales y municipales de obstaculizar el trabajo de la escuela e incluso de cerrarla. ¿Por qué cerrar una escuela, cuando supuestamente una de las prioridades del gobierno es la educación? En esa conferencia quedó claro que los estudiantes de Ayotzinapa no eran de origen local, sino que provenían de todo el estado, indicando con ello que se trata de una escuela con alto prestigio en todos los municipios de Guerrero. La claridad de sus razonamientos y declaraciones me dio la certeza de que se trataba de personas inteligentes, bien preparadas y seguras de sus derechos, permitiéndome concluir que la escuela ha sido una institución importante para los campesinos de todo el estado de Guerrero.
Ello me llevó a recordar un hecho ocurrido en las elecciones de 1988: un hijo mío realizaba sus prácticas de campo en las montañas de Guerrero, entre Chilpancingo e Iguala; terminaba la carrera de ingeniero geofísico y con algunos compañeros recogía muestras de minerales, lo cual los llevó a buscar una casilla para votar ese 6 de julio. La población de la comunidad a la que llegaron les pareció un tanto arisca y reservada, contrastando con su actitud amable de los días anteriores. Sin embargo, al saber que ellos deseaban votar por Cuauhtémoc Cárdenas, la actitud cambió de inmediato. Su reserva se debía a que en las semanas previas, las poblaciones de la región habían acordado el voto unánime por Cárdenas y veían con desconfianza a los forasteros que podían hacerles quedar mal con las otras comunidades. Luego él me contó que a su regreso a Chilpancingo pudieron ver en las cunetas de la carretera boletas tiradas y medio quemadas en varios sitios. Ello me impactó mucho, pues en aquellos días aún no se sabía quién sería finalmente el triunfador. Cuatro meses después, con un grupo de colaboradores de la Fundación Rosenblueth publicamos un libro titulado Geografía de las elecciones presidenciales de 1988, en el que constataba la altísima votación por Cárdenas en los municipios del centro y sur del país, aun después de las múltiples alteraciones de los resultados, realizadas por el gobierno de Miguel de la Madrid.
Fue así que luego de escuchar a los familiares de los normalistas me quedaba claro que aquella anécdota escuchada años atrás cobraba sentido, por lo que decidí dedicar algún tiempo a conocer la historia de las normales rurales, encontrándome que su origen databa de 1920-30 como parte del proceso mismo de la Revolución realizada mayoritariamente por campesinos, cuyas demandas quedaron plasmadas en la Constitución de 1917. Las escuelas habían sido creadas con objeto de formar a los maestros de las zonas rurales, que se encargarían de enseñar a las familias campesinas a leer y escribir, a conocer la historia de México, el cultivo de la tierra y a defender sus derechos sobre ella. Después, con el reparto de tierras realizada por el general Lázaro Cárdenas, las normales rurales recibieron un gran impulso como parte del plan de desarrollo agrícola que incorporó la creación de fondos de crédito y la preparación de los campesinos para modernizar la producción agrícola del país. El proyecto se consolidaba con los internados, donde sus estudiantes provenientes de otras regiones eran alojados y alimentados; con todo ello las escuelas se convirtieron en parte fundamental de la Revolución de 1910.
Luego los sucesivos gobiernos priístas comenzaron a desdibujar ese proyecto para instaurar los privilegios y las ideas del libre mercado, en un afán de modernización, que sin tomar en cuenta la terrible pauperización causada en Europa por la revolución industrial (descrita magistralmente por Víctor Hugo en Los miserables) generó en México terribles desequilibrios sociales, migración a las ciudades y el crecimiento aberrante de ellas, en virtud de la concentración de inversiones y capitales.
El descontento de las zonas rurales, muy principalmente en el centro y sur del país, como respuesta a las políticas neoliberales impuestas luego de la crisis petrolera de 1980, se hizo manifiesto en las elecciones de 1988; en ellas, la influencia ideológica de las normales rurales en las zonas campesinas de Guerrero, Hidalgo, Michoacán y Morelos, así como de Coahuila en el norte del país, tuvieron un rol muy importante en la votación por Cárdenas, complementada por la de trabajadores petroleros de Veracruz, Tabasco y Campeche.
Tanto los poderes fácticos como el grupo que está hoy aferrado al poder tienen claro que las escuelas normales rurales constituyen uno de los mayores riesgos para lograr sus objetivos ajenos y contrarios a los intereses del país, por ello es que Ayotzinapa se ha convertido en el símbolo de la nueva lucha por la nación que hoy se extiende por el territorio nacional, manifestando a los gobernantes su hartazgo por la corrupción y la impunidad que ellos representan y defienden, suponiendo tener la fuerza, mientras nosotros, el pueblo de México, estamos convencidos de tener la razón.
En lo personal no creo que la lucha armada sea el camino que debamos seguir, pero creo firmemente que podremos combatir al mal gobierno, al que le hemos perdido la confianza, para derrotarlo con inteligencia, con nuevas formas de lucha social y con la organización de la sociedad toda. Ello tomará tiempo, no será cuestión de semanas, como seguramente algunos quisieran, pero que no nos quede duda de que al final venceremos.

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