Mural de Carrington en Liverpool
Elena Poniatowska
El mundo de los mayas, único mural de Leonora Carrington (1917-2011), se exhibe en la Galería Tate de Liverpool, en imagen tomada de Internet
P
or primera vez salió del Museo Nacional de Antropología de la ciudad México el único mural de Leonora Carrington, El mundo de los mayas, que ahora se exhibe en la Galería Tate del Liverpool de los Beatles para celebrar el año de México en Gran Bretaña y el de Gran Bretaña en México. La serpiente emplumada luce esplendorosa después de atravesar el océano y arribar a ese puerto. Le sentó bien el viaje y el agua la sostuvo a flote como sostiene a otras embarcaciones mágicas.
La Tate Gallery da a El mundo de los mayas una transparencia acuática que la ilumina por dentro. Enviarla a Liverpool fue una proeza de Rafael Tovar y de Teresa, porque exhibe no sólo a Leonora sino a los mayas, a los curanderos, al Sol, la Luna y el arco iris sobre el rojo intenso de un cielo que no puede ser sino el de México.
En 1963 Ignacio Bernal, director del Museo Nacional de Antropología, pidió a Leonora, quien lo había acompañado en varias ocasiones en sus viajes arqueológicos, que pintara un mural que se colocaría en la entrada del museo, frente al de Rufino Tamayo. Leonora –quien ya había hecho un retrato del sabio mexicano, con su esposa Sofía Verea– aceptó viajar a Chiapas cuando la carretera era casi una brecha y subir de Tuxtla Gutiérrez a San Cristóbal de las Casas, una excursión peligrosa.
Gertrudis Duby Blom, Trudi, de origen suizo, recibió a la pintora en su casa –ahora llamada Na’Bolom– en la que su esposo Frans Blom recibía a los lacandones y a Chan K’in, quien intentaba proteger los bosques chiapanecos de los horribles comerciantes que talan no sólo árboles sino vidas.
Leonora fue muy feliz en San Cristóbal. En una bicicleta recorrió las calles empedradas y los chamulas la quisieron. Fumaba un cigarro tras otro para espantar a los mosquitos y en el zoológico de Tuxtla Gutiérrez dibujó tortugas, faisanes y un caballo blanco gigantesco que trasladó a Chiapas desde las profundidades de su mundo celta. Siempre le fascinaron los médiums y la sicología. Mientras hacía sus apuntes se repetía la profecía del Popol Vuh:
Del seno de la oscuridad nacerá la luz que nos permitirá ver lo que nos rodea. La catedral de San Cristóbal, con su arquería y su campanario, sigue como la vio Leonora, nimbada por un halo de oro. Chac, el dios de la lluvia, acompañado por el dios jaguar del inframundo, se levantan bajo Ix Chel, la señora del arco iris, la del telar y la del parto.
Trudi Blom presentó a Leonora a dos curanderos de Zinacantán y asistió a sus ceremonias. Le fascinaron sus remedios y encantaciones, pero sobre todo disfrutó la bicicleta que lograba que los habitantes la sintieran una de ellos, los de a pie, los que sólo miran pasar los automóviles.
Muchas obras de la propia Leonora se exponen en la Galería Tate, al lado de esta obra de arte que pertenece a México. La giganta se yergue con su huevo en la mano, dadora de vida como la abuela Moorhead, los tapices resaltan únicos y singulares y El té verde de La Dama Oval nos regresan a un tiempo (1942) en que Leonora no fue feliz. En cambio, a mí me hizo muy feliz detenerme ante un cuadro pintado en 1953, donde Gabriel y Pablo ven por primera vez a La Hija del Minotauro (grande, plácida y blanca y tan mágica como la leche). Entran a su habitación con sus capas europeas a observarla desde el asombro de la infancia. Estas dos capas, como de scout, las compró Leonora en Darvault, Francia, cuando viajó con sus hijos y Gabi, el mayor, se extasiaba con el pan, la leche y los quesos franceses.
Varios textos escritos en inglés y colgados en los muros de la Galería Tate acompañaban los cuadros y pude leer el del ego,
relativamente superficial porque hay varios egos dentro de cada uno de nosotrosy repetir tras de ella que
es difícil confiar en gente que tiene menos de 70 y más de siete si no son gatos.
El año de México en la Feria del Libro en Londres, del 14 al 16 de abril, a la que asistieron escritores mexicanos y editores en una avalancha de módulos (el de México enorme y luminoso) honró no sólo a Octavio Paz y a la joven Valeria Luiselli, sino a la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, Ediciones Era, El Colegio de México, Ediciones Tecolote, Grupo Planeta, Sexto Piso, Almadía, El Naranjo, Fondo de Cultura Económica y muchos otros. Pero yo me quedé con el mural de Leonora milagrosamente presente en Liverpool gracias al traslado amoroso de los museógrafos –expertos y trabajadores del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes– que saben embalar una obra de arte. Pensé que sostener a la serpiente emplumada carringtoniana sobre las olas del mar era también la cristalización de los viajes a otros mundos de Leonora Carrington, esta pintora y escritora inexplicable, este ser humano excepcional que nos honró al pintar El mundo de los mayas y regalarnos su creatividad hasta sus 94 años cumplidos en 2011, cuando Prim–como la llamaba su nanny inglesa– se convirtió en parte de nuestra mitología.
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