En Monterrey la gente tiene miedo.
En Ciudad Juárez la gente tiene miedo.
En Reynosa, por miedo, los taxistas se niegan a llevar pasajeros del aeropuerto al centro de la ciudad.
En Tampico, sus usuarios de Twitter son despertados por el sonido de balazos o por llamadas de amigos que, como ellos, tienen miedo.
En Mazatlán, los ciudadanos con miedo se preguntan por qué las balaceras en esta ciudad no son tan difundidas como las de Reynosa o Monterrey.
En Culiacán también se vive con miedo.
En Cuernavaca la gente, con miedo, sabe que reside en uno de los sitios que los jefes de las mafias han elegido para hacer vida de familia.
En Acapulco las madres tienen miedo de salir a pasear con sus hijas porque las balaceras en ese centro turístico, desgraciadamente, se dan con una enorme frecuencia.
Por miedo, Felipe Calderón se traslada por el país rodeado por cientos y hasta miles de militares.
Por miedo, todos los gobernadores recorren sus estados rodeados por cientos de guardias.
Por miedo, muchos valiosos empresarios se han ido del país.
En Cancún, los enfrentamientos a balazos han provocado el miedo entre la población.
Los mexicanos que viajan por tierra tienen miedo de hacerlo por la posibilidad real de que se les asalte o de que queden en medio de una balacera.
México es hoy el país del miedo.
Y pronto celebraremos, con mucho miedo, el centenario y el bicentenario de dos enormes estallidos sociales, la Independencia y la Revolución.
¿Qué se necesita para acabar con el miedo? Programas de educación, de desarrollo social, de empleo, además de un combate eficaz a la corrupción y una verdadera democracia, es decir, nada que ofrezca el actual sistema político mexicano.
Necesitamos, ya, un verdadero cambio, que no signifique volver al pasado priista en el que nacieron los grandes males que hoy aquejan a la sociedad mexicana y que, en definitiva, le diga adiós a los pésimos gobiernos panistas. Solo así terminaremos con el miedo.
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