Izquierda hegemónica
Peña se compromete a leer dos libros que le regaló una niña.
Foto: Miguel Dimayuga
Foto: Miguel Dimayuga
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Lo que más irrita a los poderes fácticos y a la mayor parte de la clase política nacional es que a pesar de décadas de represión, exclusión y cooptación, el discurso crítico de izquierda sigue imponiendo las coordenadas del debate político nacional. Los principales medios de comunicación electrónicos son muy eficaces cuando se trata de desviar la atención de los temas de fondo, de vender productos chatarra y de generar un ambiente de miedo y desánimo entre la población. Sin embargo, estos mismos medios han sido incapaces de llenar el vacío con un nuevo discurso afirmativo y articulado desde la derecha.
Hoy la verdadera crisis de identidad y de propuesta ideológica, tanto en México como en el mundo, no es de la izquierda, sino de la derecha. Durante la Guerra Fría, los neoliberales se enorgullecían de su supuesta defensa del capitalismo, la “libertad” y la democracia de la incursión de las dictaduras “totalitarias” y comunistas. Este discurso siempre fue una mascarada para esconder el imperialismo estadunidense, la concentración generalizada de la riqueza y la comisión de un sinnúmero de atrocidades y crímenes de guerra, pero todo se hacía supuestamente con el noble fin de defender los principios básicos del liberalismo.
Pues bien, desde la desarticulación del bloque soviético, marcada simbólicamente por la caída del Muro de Berlín en 1989, la derecha ha perdido la brújula. En Estados Unidos se ha buscado reemplazar la “amenaza comunista” con la “amenaza terrorista” y el peligro de los “fundamentalistas” musulmanes. Este esfuerzo ha funcionado para permitir tanto una enorme expansión del gasto militar como una escalofriante reducción de la privacidad y las libertades cívicas, pero no ha logrado articular una nueva propuesta de transformación social y humanitaria. Al contrario, cada día es más transparente el desnudo ejercicio del poder en función de los intereses imperiales y de una pequeña clase dominante mundial.
En México, tanto la rampante corrupción política durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari como la crisis económica de 1994 deslegitimaron de manera contundente el discurso neoliberal iniciado en 1982. Fue evidente para todos que la “modernidad” y el “desarrollo” ofrecidos por esta corriente de pensamiento en realidad implicaba mayor desigualdad, pobreza y saqueo por los potentados. El “error de diciembre”, la masiva devaluación del peso en 1993, desnudó la mentira del proyecto salinista y cumplió entonces la misma función en el contexto mexicano que la caída del Muro de Berlín a escala mundial: ambos eventos marcan el fin de la credibilidad del discurso neoliberal.
Pero en México, en lugar de recurrir a la amenaza del terrorismo como eje articular de un nuevo discurso dominante, el nuevo “enemigo” es el supuesto “populismo” del nacionalismo revolucionario. Aquí el adversario a vencer no serían los fundamentalistas religiosos, sino quienes defienden las conquistas históricas de la Constitución Mexicana, y en particular los artículos 3, 27 y 123 sobre la educación pública, gratuita y laica, la propiedad “originaria” de la nación sobre todas las tierras y aguas y los derechos laborales y sociales.
Resulta evidente que el “Pacto por México” (véase: http://ow.ly/gmdxq), la “nueva estrategia” de seguridad pública (véase: http://ow.ly/gmduy) y los otros esfuerzos políticos y propagandísticos del nuevo gobierno (véase: http://ow.ly/gmdAu) están diseñados con el fin de excluir, dividir y arrinconar a las fuerzas progresistas. Si bien la cabeza más visible y el blanco más común de los ataques es el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, el verdadero adversario del “nuevo” PRI, que el mismo César Camacho Quiroz ya ha reconocido no es más que el PRI de siempre, es nada menos que la misma Constitución Política y la Revolución Mexicana.
Pero lo que llama la atención y genera esperanza para el futuro es que el nuevo gobierno no se atreve a decir públicamente lo que planea en privado, por ejemplo con respecto a la privatización del petróleo, el aumento del IVA y la creación de nuevo emporios mediáticos y empresariales dirigidos por amigos para “competir” con los ya existentes. Las reiteradas menciones de Enrique Peña Nieto a la “modernización”, la “audacia”, la “unidad” y la “paz” no constituyen una nueva visión articulada del futuro de la nación, sino que solamente buscan distraer la atención pública a partir de una apropiación y tergiversación del discurso de la izquierda.
Así que quienes en realidad no tienen “propuestas” y “solamente destruyen” no son el movimiento #YoSoy132 o la Convención Nacional Contra la Imposición, sino Enrique Peña Nieto, el PRI, Televisa y TV Azteca. Hoy en México el pensamiento crítico goza de cabal salud, sobre todo entre los estudiantes universitarios y los usuarios de las redes sociales.
El gran pensador y dirigente italiano Antonio Gramsci conminaba a sus seguidores a complementar un sano “pesimismo del intelecto” con un más sano “optimismo de la voluntad”. Es fundamental entender las razones de la derrota de la izquierda en las urnas, tanto en la elección presidencial como en las entidades gobernadas por candidatos “amarillos” que no tienen nada que ver con las fuerzas progresistas. Sin embargo, también es importante reconocer y celebrar la invaluable hegemonía del discurso de izquierda en el debate político nacional.
Hoy en México nadie se reivindica como un reaccionario o un neoliberal. Estas corrientes de pensamiento se encuentran en franca bancarrota. El principal reto estratégico, entonces, no es necesariamente la elaboración de nuevas “propuestas”, ya hay una infinidad de iniciativas excelentes elaboradas por algunas de las mejores mentes del país (véanse, por ejemplo, las obras e iniciativas del Consejo Nacional de Universitarios:www.consejonacionaldeuniversitarios.org.mx). El reto principal más bien sería evitar la expropiación del discurso progresista por las fuerzas de la reacción, así como asegurar que la valiosa hegemonía discursiva de la izquierda aterrice en un nuevo movimiento político y social capaz de dictar las coordenadas de la política nacional.
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