jueves, 28 de agosto de 2014

La unidad y las izquierdas
Adolfo Sánchez Rebolledo
E
sta tarde presentaré, con la ayuda de viejos compañeros y amigos, un libro que recoge diversos textos en torno a la izquierda en el último medio siglo. Debo decir que este no es una investigación académica; tampoco la revisión crítica, teórica, del pasado. Más bien quiere ser el testimonio personal sobre la época que me tocó vivir vista a través del lente periodístico y el ensayo breve, sin configurar por ello unas memorias, es decir, el recuento fino del modo como se entrelazan los hechos públicos y la existencia personal. No obstante, pienso que dicha inmersión puede ser útil para los más jóvenes entre la izquierda de hoy, tan urgida de saber de dónde viene y hacia dónde va.
Ya Arturo Cano, nuestro inteligente reportero, fijó con precisión, en una entrevista publicada ayer en este diario, algunos de esos temas, varios de los cuales merecerían un acercamiento más sistemático y ordenado, pero creo necesario insistir en uno de ellos, el de la unidad de las fuerzas que se reconocen como parte integral de las izquierdas. En este punto me parece imprescindible abandonar cualquier noción talmúdica capaz de atribuir al monolitismo ventaja alguna sobre la diversidad, sin admitir que la pluralidad es expresión de posturas diferentes, contradictorias (aunque también se pueda convertir en cotos cerrados, en olla de grillos). La afirmación es que en la izquierda cabe más de una idea capaz de darle sentido y cohesión a quienes la comparten. Ésta debe reflejarse en los planes y programas de acción, en la conducta pública de sus representantes y el modo como se vinculan con la ciudadanía y los movimientos sociales. Su referente no es ni puede ser sólo el trato con el poder ni tampoco la aceptación de unas reglas a favor de otras. De la izquierda se espera una visión de conjunto acerca del Estado, así como un planteamiento de orden general que oriente y guíe a la ciudadanía.
En estas condiciones, es posible e incluso necesaria la máxima transparencia política e ideológica, de modo que sean los objetivos y los métodos aceptados para alcanzarlos lo que, en definitiva, decida si un grupo debe reivindicar su autonomía política. Es en ese terreno donde caben las izquierdas, sin necesariamente atropellarse las unas a las otras, conservando su identidad y los espacios ganados en el apoyo de la sociedad.
Si embargo, hay un plano en el cual es legítimo y válido plantearse el tema de la unidad sin incurrir en el desprecio por las diferencias, pues hay asuntos que incumben a todas las fuerzas y las obligan a circular por los mismos caminos. Es impensable, por ejemplo, una izquierda que no eleve el tema de la igualdad al de una categoría central de toda propuesta digna de ese nombre. Y, sin embargo, eso no ocurre sin problemas. Una cosa es decir que la lucha por la igualdad sea crucial para definir de qué izquierda estamos hablando y otra muy distinta es hacer un esfuerzo permanente para que los sujetos reales, las fuerzas sociales en nombre de las cuales se habla, en verdad ocupen un lugar propio, sin cadenas clientelares o falsos espejismos de progreso. Sin tutelas partidistas.
No me preocupa la existencia de varios partidos portadores de cierta idea de la izquierda. Tampoco el debate entre ellos, pues esa es la naturaleza de la política. Unos se fortalecen; otros declinan. Lo que ya es un contrasentido es suponer que al final habrá una sola formación dueña de la verdad. Por eso resultan preocupantes las acciones que ponen por delante las consideracionestácticas a las posibilidades de multiplicar las fuerzas dispersas, como ocurre con el caso de la consulta a la que falta añadir una hipótesis sobre el país que esperamos, un planteamiento estratégico que ahora no es explícito.
Le dije a Arturo Cano que a pesar de los avances electorales y su aportación decisiva al cambio democrático, la izquierda aún padece el abandono del ideal socialista, como si la voluntad de construir un futuro mejor estuviese unida a una fórmula fallida de reorganización centralizada del poder y la economía. Creo que es hora de retomar el tema, más allá de las consignas ajustadas al momento crítico del capitalismo y reasumir al socialismo como sello diferencial de la izquierda. Ese es el espacio natural, la tradición, el legado histórico qie no podemos echar por la borda. Reitero lo que le dije a Cano: creo que la gran pérdida de la izquierda en estos años fue la pérdida de la idea del socialismo, no del viejo socialismo, sino del que surge de una manera histórica en todas las comunidades de trabajadores: que se pueden hacer las cosas mejor, colectiva o por lo menos cooperativamente, que se pueden mejorar muchos aspectos de la vida actual que son francamente indignos de la especie humana.

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