martes, 21 de marzo de 2017

Contra la sociedad de mercado
José Blanco
R
ecientemente he leído expresiones de personas ubicadas en el flanco izquierdo, o de voces de comunidades populares (incluidas algunas de diversos países latinoamericanos), sobre los términos globalización y neoliberalismo frente a las cuales tengo ideas distintas. Esos términos son señalados como una y la misma cosa. Creo conveniente escribir que en el mundo de hoy ambas dimensiones de la realidad mundial han ido juntas, pero que una no implica por necesidad a la otra.
A la globalización no puede oponerse sino un nacionalismo del capital, como lo ha hecho Trump. O, más lejos del nacionalismo: el localismo comunitario, aislacionista. No respeto en lo más mínimo a Trump; tampoco al nacionalismo (aquí hay un artículo que escribir). Respeto, sí, el localismo comunitario, pero ciertamente lo veo como una perspectiva limitada, que nada puede hacer por el masivo aplastamiento de los derechos sociales y de los derechos humanos en el mundo, ni nada puede, tampoco, frente al arrasamiento del único hogar que tenemos, la Tierra.
Somos una sola humanidad, parida toda por este planeta. Pero este mundo no sólo ha dado a luz maravillas sin cuento, sino también a este bicho que llamamos humano, que puede ser tan inteligente como sin medida pérfido: homo homini lupus, dijera Thomas Hobbes en su Leviatán. Aunque hay suficiente evidencia histórica para entender por qué el hombre es el lobo del hombre.
Los hombres y mujeres han debido luchar sin descanso durante toda su historia; su lucha principalísima ha sido por la libertad. Liberarse de las muchas formas de opresión y explotación que han existido ha sido anhelo constante.
Comulgo con el liberalismo político democrático (no puedo ocuparme aquí de las tensiones internas de esos términos) y postulo que la economía debe estar regulada por una política democrática que sustraiga del mercado los bienes comunes y los despoje de su actual calidad de mercancías. Una política democrática que ponga como pilares y fundamentos, los derechos humanos y los derechos sociales. A los humanos se les debe garantizar un mínimo de bienes para subsistir, por el sólo hecho de haber nacido: alimentación necesaria, educación suficiente, salud y techo. Los bienes que satisfagan las necesidades de esos rubros, deben salir del mercado, y pasar a ser proveídos y generados por instituciones públicas estatales o no estatales: un programa de largo plazo. Una compleja asociación a escala mundial es indispensable, pero extirpando de ella al neoliberalismo.
Algo más que debe ser sometido al escrutinio y el control social es el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La llamada tecnociencia hoy puede producir resultados grandiosos para el desarrollo humano, pero puede también crear cosas terroríficas. La inteligencia artificial puede entregarnos ambos.
La libertad que proclaman los neoliberales es el consumo individual enloquecido e ilimitado. La humanidad tiene que parar esto en seco. Es asequible a una minoría microscópica, y no lo soporta el planeta.
Para repensar la ruta política tenemos como punto de partida la categoría de bloque histórico alternativo, creada por Antonio Gramsci, y para repensar la economía, tenemos como otro punto de partida, La gran transformación: crítica del liberalismo económico, de Karl Polanyi. Entre muchos otros. No estamos en cero.
El neoliberalismo ha transformado todo en mercancía, mediante el expediente de privatizarlo todo. Así se ha creado, no la economía, sino la sociedad de mercado. En tanto, el Estado ha quedado enclenque, y el capital, principalmente el financiero, se ha adueñado de la política, comprando a los políticos, y convirtiéndolos en ciegos neoliberales militantes.
El poder financiero se ha desregulado a sí mismo, a través de decisiones de Estado y ha hundido a la economía mundial en un atascadero, donde reina la inestabilidad y el estancamiento. Es de ese sucio contexto que surgió el 1%.
Por increíble que parezca, las falacias de Caminos de servidumbre, y las de Los fundamentos de la libertad hasta los de La fatal arrogancia, todas de Friedrich August von Hayek (1899-1992), no son tan difíciles de desmontar: todas tienen por base una creencia irracional y ahistórica: la idea de que la sociedad no existe. Que sólo existen individuos. El más asombroso éxito de las robinsonadas, en pleno siglo XXI.
“Individuos que producen en sociedad, o sea, la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida. El cazador o el pescador solos y aislados, con los que comienzan Smith y Ricardo, pertenecen a las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas del siglo XVIII [...] El Contrato social de Rousseau, que pone en relación y conexión a través del contrato a sujetos por naturaleza independientes, tampoco reposa sobre semejante naturalismo. Éste es sólo la apariencia, apariencia puramente estética, de las grandes y pequeñas robinsonadas”, escribió Marx en su Introducción a la crítica de la economía política. Las robinsonadas de Hayek se las tragaron íntegras los socialdemócratas europeos, y se volvieron sentido común en grandes proporciones de las sociedades del mundo.
Hoy, a Trump le son ajenas, aunque en su caso también por motivos de su profunda perturbación. Christine Lagarde tiene dudas crecientes. Miles y miles en el mundo están abriendo los ojos, y otra crisis como la de 2007-08 no es imposible (la burbuja de las deudas soberanas). Pero la ceguera neoliberal sigue atrincherada en los palacios de gobierno, aunque su credibilidad y su legitimidad están en picada.
El mundo está en grave peligro; pero hay lugar para el pesimismo ­esperanzado.

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