La fiesta del IFE
Confianza y pasta de dientes
45 centavos de cada peso
Carlos Fernández-Vega
Los órganos electorales del Estado, que no del gobierno ni mucho menos de los poderes fácticos, son como la banca: dependen en grado sumo de la confianza que los ciudadanos o los usuarios, según sea el caso, tengan en las instituciones. Confianza pura es lo que en ambos casos les garantiza el respeto de la ciudadanía; es la moneda de cambio. La banca hace muchísimo tiempo que perdió ese elemento primordial, y le vale; el IFE se lo había ganado a pulso, pero decidió tirarlo a la basura en 2006, y todo indica que no tiene la menor intención de recuperarlo. En los hechos, no le preocupa ni le ocupa. Como diría Woody Allen, la confianza es como la pasta de dientes: una vez fuera del tubo, difícilmente vuelve a meterse. Y los consejeros electorales, con Leonardo Valdés Zurita a la cabeza, lejos de intentar regresarla a su empaque original, presionaron con mayor fuerza.
El miércoles por la noche, con el mismo desparpajo con el que a lo largo de ese mismo día justificaron el mega aumento de sueldos y conexos, los consejeros electorales recularon de su propósito, lo que no quiere decir que lo cancelaron; en el mejor de los casos lo pospusieron para cuando baje la marea. No somos insensibles ante crisis; los consejeros rechazamos el aumento, según versión corregida de Leonardo Valdés Zurita, quien de un plumazo olvidó lo dicho, en riguroso sentido contrario, por esos mismos consejeros. Y por si fuera poco advirtió que evidentemente, el IFE, bajo ninguna consideración, va a permitir que por alguna decisión que pudiera tomarse en instancias ajenas a la institución de hacer alguna recomendación, se pueda poner en peligro su autonomía.
Si por instancias ajenas el consejero presidente entiende el reclamo de los ciudadanos (que son quienes pagan), entonces qué poca visión de la realidad tiene. Un mega aumento de sueldos y conexos como el pretendido por el grupo jerárquico del instituto, injustificable por donde quiera verse, no sólo es una perla de insensibilidad política ante una crisis que arrasa con todo lo que encuentra frente a sí, sino muestra fehaciente de que los chicos del IFE se subieron al carro de la voracidad, característica sine cuan non de la clase política mexicana. Y por sensibilidad entiende aferrarse a un ingreso totalmente desproporcionado, doble falta de tacto, por decir lo menos.
La jugada de los consejeros electorales fue brutal, pero aún sin los pretendidos mega incrementos salariales, y obviando el cumplimiento de la ley que a esos mismos consejeros les garantiza el descomunal crecimiento de sus emolumentos y conexos, de los cerca de 12 mil millones de pesos presupuestales (todos, dineros de los mexicanos) que ejercerá el IFE en 2009, alrededor de 45 por ciento se destinará al pago de sus sueldos (sin aumentos), su cauda de asesores –desquiten o no– y demás servicios personales, es decir, alrededor de 5 mil 400 millones de pesos. Cuarenta y cinco centavos de cada peso, sin hacer efectivo el mandato del 41 constitucional.
El problema de la nueva camada del grupo jerárquico del IFE (una institución ciudadanizada –cuando menos esa fue la idea original– que bien podría poner el ejemplo de que en este heroico país es posible erradicar la voracidad de todo aquel que, por amistad o capacidad, accede a un puesto público y de que hay muchos mexicanos interesados en servir al país y no servirse de él) es que en lugar de corregir la rapacidad asociada a los puestos públicos se sube a la fiesta y en mesa de pista.
Para efectos de nómina (pago de servicios personales) con recursos de los ciudadanos, el Instituto Federal Electoral se ha convertido en una de las más onerosas cargas para el erario, independientemente de los famélicos cuan cuestionadísimos resultados que a últimas fechas ha ofrecido a quienes pagan las extravagancias de sus consejeros electorales, es decir, los mexicanos.
El IFE, pues, se subió a la fiesta y actúa de la misma forma que el aparato de gobierno. Por ejemplo, del tan cacareado presupuesto de egresos de la federación 2009 (el de mayor cuantía en la historia, según la versión oficial) alrededor de 50 por ciento se destinará a pagos de servicios personales, léase nómina burocrática. Cincuenta centavos de cada peso terminarán en el bolsillo de los empleados públicos, aunque una buena parte de esos dineros se concentra en la alta burocracia, o, como ella misma prefiere autodefinirse, los que gobiernan y toman las decisiones trascendentales para la patria.
Es voluminoso el inventario de próceres de la patria que engulle prácticamente la mitad del presupuesto de egresos de la Federación, sin mayor cosa a cambio: diputados, senadores, gobernadores, inquilino de Los Pinos, magistrados, gobernadores, diputados locales, presidentes municipales, partidos políticos, etcétera (sin olvidar séquitos personales). Por ejemplo, la Presidencia de la República se come el 50 por ciento de su presupuesto en servicios personales; el Legislativo el 57 por ciento y el Judicial 87 por ciento. Sedena, Marina y PGR destinan 78, 71 y 78 por ciento de su presupuesto a servicios personales, una proporción justificable dado el crecimiento de elementos involucrados en el combate al crimen organizado. Sin embargo, poco dinero queda a esas instituciones para renovar o incrementar su poder de fuego y las labores de inteligencia. Y el paseo por el grueso de instituciones públicas arroja similares resultados.
Lo anterior de acuerdo con las cifras oficiales (PEF 2009), pero hay indicios que la cosa sería mucho más deprimente dados los trucos contables y la proliferación de fondos, fideicomisos, partidas especiales y demás inventos, que encubren una serie de dineros públicos que sólo sus creadores saben a qué se destinan, aunque no es difícil suponerlo. Como lo precisó el auditor Superior de la Federación, Arturo González de Aragón, “hay severos daños al patrimonio, porque todos los días se sustraen bienes que pertenecen a los mexicanos… Ya aprendieron a hacer una contabilidad mañosa, de los Enron, y está siendo una práctica común en el gobierno federal”.
Las rebanadas del pastel
Eso sí, todos los involucrados son políticamente sensibles.
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