jueves, 20 de junio de 2013

Petróleo mexicano: “pragmatismo” vs fe y tabú; Peña vs Art. 27

HÉCTOR PALACIO@NietzscheAristojue 20 jun 2013 08:14
  
Desde antes de asumir el puesto de encargado del ejecutivo, Peña Nieto inició una serie de giras por Europa, Latinoamérica, Asia y Estados Unidos, con el objetivo de dar garantías, “certidumbre”, a los potenciales países inversionistas y sus empresarios, de que su propósito de modificar la Constitución Mexicana para permitir la inversión privada, el reparto de la ganancia sobre el recurso nacional número uno que es el petróleo, saldría adelante.
En medio de circos mediáticos, se busca hoy promover internamente un supuesto debate respecto a la “modernización de Pemex” (se cuidan de llamarla privatización; ahora hablan de “liberalización”). Mientras tanto, y como todos los ejecutivos antinacionalistas del pasado, Peña calla en casa lo que presume y ofrece como si fuera propio ante superiores a los cuales se pliega en el extranjero.
Con motivo de su participación como invitado de la reunión del G-8, Peña se negó a dar respuesta a la prensa mexicana que le cuestionó sobre sus previas declaraciones a un medio extranjero en el sentido de que la “reforma energética” será constitucional. Es decir, significará la modificación del Artículo 27 cuyo primer párrafo dice: “La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la Nación, la cual ha tenido y tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, constituyendo la propiedad privada”.
Buscará revertir lo que Lázaro Cárdenas, al expropiar, ejerció sobre las compañías extranjeras que explotaban la riqueza nacional: “La nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el de regular, en beneficio social, el aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de apropiación, con objeto de hacer una distribución equitativa de la riqueza pública, cuidar de su conservación, lograr el desarrollo equilibrado del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural y urbana”.
Y ahora, desde Londres, viene un Peña Nieto, argumenta los acuerdos del “Pacto por México” y propone una “liberalización” (léase privatización), que impulsará el retroceso de un logro histórico de los mexicanos. Se ve que Peña y sus socios, movidos por intereses soterrados, van claramente contra lo establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y contra el acto de expropiación de 1938; se trata de una reversión.
Los simpatizantes de este proyecto de Peña cobijado en el pacto (que declaró como ya acordado; ¿miente Peña o Zambrano, quien públicamente lo ha negado?), ven en esta deslealtad a la Constitución y al interés nacional, un “pragmatismo”.
Pragmatismo que busca “modernizar Pemex” para teóricamente mejorar la economía del país y que se contrapone a un supuesto trasnochado nacionalismo, a un acto de fe, a un espíritu religioso que idolatra en el petróleo una deidad, anidado en quienes ven en el recurso una riqueza de la nación, es decir, de todos.
El único que vio como asunto del diablo al petróleo fue López Velarde en La suave patria, porque exceptuándolo, todos los mexicanos, comenzando por Lázaro Cárdenas, han concebido a la materia prima como una fuente para el desarrollo de la economía nacional. Y así fue durante las tres décadas posteriores a su nacionalización, y así es aún pese a los procesos de corrupción a cargo de los mismos que hoy gobiernan el país.
Esta es la lógica que tratará de imponerse a la sociedad durante las próximas semanas para que esta no reaccione frente al objetivo de Peña:
1. Políticos, periodistas y medios de comunicación afines a la propuesta, insistirán una y otra vez y divulgarán, que la oposición a la reforma no obedece más que a una visión trasnochada, retrógrada, que el petróleo no es una deidad, que no se estará vendiendo a la virgen de Guadalupe o a Juan Diego, que no se puede ver un recurso natural desde la ideología o la religión; que se acabe con el tabú (gran acento en esta palabra para descalificar a los adversarios) del petróleo mexicano.
2. Por tanto, dirán, si se rompe con esos atavismos inútiles, se podrá al fin modernizar el país, mejorará la economía, se alcanzará el sueño de ser potencialmente una sociedad del primer mundo. Entonces, hay que ser pragmáticos, ¿por qué no modificar el Artículo 27 Constitucional?
Pero no, señoras y señores, no estamos ante un fenómeno religioso o ideológico y bien lo saben quienes así lo vulgarizan. No se trata de un enfrentamiento entre pragmatismo y fe, sino de uno entre los impulsores de la privatización y el Artículo 27 constitucional. Y cruzando esa línea formal, estamos, por un lado, ante un fenómeno de desorden y corrupción política y económica, pues quienes han gobernado al país desde hace más de 30 años, el PRI y el PAN en paralelo con los líderes sindicales de Pemex, han mal distribuido los recursos, dilapidado y desaparecido las ganancias, los ingresos excedentes por la venta de la materia. Así, es natural que la industria no se haya “modernizado”. Por otro, estamos ante un negocio de miles de millones de dólares que representan la explotación y el comercio del petróleo y sus derivados.
Peña dice que Pemex, la compañía más rentable del país, no tiene recursos para generar su modernización, por ello necesita del capital extranjero. ¿Y si se rediseñara la política monetaria de Pemex, si, como sería lo normal, se reinvirtiera parte de sus ganancias en la propia empresa?
¿Impedirá la privatización el fenómeno de la corrupción cuando de inicio ya se corrompe la institucionalidad al modificar la Constitución para dar paso los intereses privados sobre los nacionales que están en la base histórica y orgánica del petróleo mexicano?
Peña ha abierto desde el extranjero finalmente la cloaca que le subyace. Y el debate que se tratará de imponer -modificación constitucional para modernizar el país contra nacionalismo trasnochado y, peor, contra ideología y religión-, deberá ser combatido con datos históricos, económicos y sociológicos a partir de cuando menos los siguientes elementos (y aclarando siempre la confusión, no se pretende privatizar Pemex, la institución, sino el petróleo, el recurso enertético):
1. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos:http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/1.pdf
2. Discurso de Lázaro Cárdenas con motivo de la expropiación petrolera y documentos adyacentes.http://www.redpolitica.mx/nacion/discurso-integro-de-lazaro-cardenas-en-1938
3. Autores e investigadores especialistas en la materia.
4. Datos socioeconómicos oficiales y no oficiales sobre los beneficios del petróleo en la vida de los mexicanos posteriores a 1938.
5. Si posible, manejo de tecnicismos y estadísticas para debatir con tecnócratas “puros”. Discusión deberá ser lo más técnica posible teniendo como fondo la historia y la Constitución; y por si fuera poco, la lógica, la razón razonante.
6. Experiencias de otros países, aunque sean divergentes, o por lo mismo, para valorar la propia condición histórica y socioeconómica.
Algunos ingenuos o mal intencionados apoyan la privatización argumentando que a ellos no les llega un cheque mensual de Pemex. Bien, ¿no saben acaso de la necesidad de quienes posteriormente a 1938 han recibido educación gratuita, sistemas de salud, obra pública, redes de comunicación, incentivos a la producción, etcétera? No es que haya sido lo óptimo, pero siempre se puede mejorar, sobre todo si se combate la corrupción, el despilfarro, el robo, si se invierte en empleo y productividad, si se utiliza el recurso beneficio de una nación que bien lejos está de ser del primer mundo y que menos lo estará a partir de la entrega de su ya casi única fuente de riqueza; a menos que consideren riqueza las divisas que envía la  mano de obra que se expulsa del país junto con la vida misma de esas manos.
Todas las fuerzas y las inteligencias posibles debieran participar con razones y argumentos, aun con la protesta responsable y pacífica, contra ese retroceso histórico que busca perpetrarse contra el interés de los mexicanos. Nadie tiene la exclusividad del discurso o la “bandera”, es un interés y una responsabilidad que concierne a todos.

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