Ciudad Perdida
Violencia policiaca
Garrote como solución
El origen del descontento
Miguel Ángel Velázquez
H
ace rato que el accionar de los cuerpos policiacos en el DF ha ido aumentando sus niveles de violencia en contra de quienes protestan en las calles, como resultado, puede ser, de los actos de inconformidad que ejecutan quienes se manifiestan contrarios a alguna decisión de gobierno que suponen les afecta.
Sí, esa podría ser una explicación a esa violencia que crece y crece, pero la solución de ninguna manera puede ser más violencia. No se trata de ciudadanías silenciadas, pero tampoco de garrotes hiperquinéticos. Nada bueno se puede suponer en esos escenarios. A nadie conviene.
Está claro que no todos los que manifiestan su descontento con el o los gobiernos del país en las calles de la ciudad de México requieren del uso reiterado de acciones de fuerza, pero también debemos tener en cuenta que hay otros, cada vez más identificados, que asisten a las marchas de protesta y ejecutan actos que provocan reacciones de represión por parte de los cuerpos uniformados, con lo que se pone en peligro a quienes buscan que la protesta callejera se considere un hecho político de presión hacia los gobernantes.
Es muy obvio que la policía del DF no tiene la preparación necesaria para hacer frente a este tipo de acciones. Cuando no son ellos, los policías, las víctimas de los grupos violentos, son ellos, los policías, los que se convierten en los verdugos de los manifestantes. Ni una ni otra cosa caben en esta ciudad.
Ya es hora de que desde la autoridad de gobierno se intenten algunas formas diferentes de tratar a los jóvenes que reiteradamente tratan de hacer que crezca el accionar dañino. Combatirlos a garrote limpio no parece ser una solución sana; por el contrario, eso sólo impele a otros grupos con intereses de todo tipo a imitar formas que en lugar de debilitar a los cuerpos policiacos sólo sirven para que se les dé más presupuesto, se les conceda, desde la ley, el ejercicio de mayor violencia, y además consigan acendrar los métodos represivos.
De cualquier forma, lo que debe quedar claro es que son los gobiernos los que dan motivos de sobra para que las calles se llenen de gente en protesta. Fue el martes por la noche cuando los uniformados del Gobierno del DF (hay quienes aseguran que también hubo policías sin uniforme) arremetieron en contra quienes gritaban su rechazo a una ley que iba en contra de uno de sus más importante medios de comunicación: Internet.
El Gobierno del DF tendría que saber, desde luego, que un disparate como ese –nada bueno puede salir de la mente del ayer priísta y hoy panista Javier Lozano–, convertir la comunicación vía redes en instrumento del gobierno para, incluso, inculparlos, causaría una importante reacción de mucha gente, jóvenes, la mayoría.
Eso, y que ellos, los jóvenes, identifiquen a quienes son sus enemigos, los causantes de las prohibiciones, debería ser del conocimiento del gobierno, y por tanto las medidas que impidieran que se reprimiera a la gente tendrían que estar en los protocolos de actuación de la policía.
No es posible que esta ciudad, que hasta ahora, por el accionar de sus gobiernos, esté casi fuera de los horrores de la guerra contra el narco, se meta en una espiral de violencia con resultados que nadie quiere contar. Por eso, como ya hemos dicho, lo mejor sería reprimir las causas que afectan a la mayoría, y hacer siempre mejor gobierno.
De pasadita
El tema del agua y las ambiciones de Ramón Aguirre por privatizarla se van a topar con los grupos civiles que no permitirán que tal cosa suceda, esto con base en los fracasos que esto ha significado en algunos estados de la República, y claro, en este país.
Por eso es necesario que a Mancera alguien le diga:
¡Aguas con el agua!
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