jueves, 24 de abril de 2014

Peña Nieto y el realismo mágico

@NietzscheAristomié 23 abr 2014 17:34
  
 
Aunque desde lejos se aprecia que ha sido una jornada exitosa, en realidad, nunca he sido gran entusiasta del realismo mágico ni del barroco. Así que preferiría imaginar el adiós de “El Gabo” -como casi todos le dicen a García Márquez-, como una breve escena fantástica borgiana.
Que una persona que no haya leído un solo libro completo o al menos uno con el valor del recuerdo sea, como encargada del poder ejecutivo mexicano, la responsable en 2014 de homenajear y hablar sobre algunas de las plumas más prestigiadas de los tiempos recientes como Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Gabriel García Márquez, de veras que es más que mágico realismo, es surrealismo. Algunos adscribirán el hecho a la filosofía del absurdo; no me parece descabellado.
Pero hay que admitir que el designio del género novelístico latinoamericano se cumple en las exequias del “Boom”. Como una floración emergida de Cien años de soledad -un suceso póstumo, un añadido, una escena inédita, prolongación, epílogo, corolario…, una posdata-, durante el homenaje ante las cenizas de García Márquez teniendo el ecléctico Palacio de Bellas Artes como escenario y un prestigio cimentado al menos desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2011 (señores columnistas, ¿cómo creen que se puede olvidar hecho tan crucial o cómo argumentar que se trata de una peripecia superada?; ¿cómo justificar el olvido?), Peña Nieto ha disertado. Y por fortuna, existe el registro expedito y puntual de la prensa objetiva:
“Con su obra García Márquez llevó al realismo mágico a su máxima expresión…
“Ha partido un grande, un hombre verdaderamente grande, pero se queda con nosotros su obra, descanse en paz don Gabriel Garcia Márquez…
“…García Márquez asumió que ficción y realidad son inseparables de los seres humanos y de forma especial en América Latina.
“… llevó a la literatura latinoamericana a la vanguardia de la literatura mundial. Desentrañó la esencia y la identidad de nuestra América Latina y la proyectó al mundo.
“Se asumió como un fabulista que buscaba escribir una historia aún no contada que hiciera más feliz a sus lectores. Su vida y su obra son además inspiración, guía, luz y ejemplo para miles de escritores al rededor del mundo” (El Universal, 21-04-14).
Y como apéndice, festejo popular, mariposas amarillas y cenizas repartidas (el insigne embajador de Colombia en el país ha dicho: “En México se queda, desde luego alguna parte, por lo menos, y pensaría que se pueden llevar otra después a Colombia…, y que reposara parte de sus cenizas allá”; se desconoce la proporción de los gramos, el significado de esa “alguna parte, por lo menos”).
Aunque desde lejos se aprecia que ha sido una jornada exitosa, en realidad, nunca he sido gran entusiasta del realismo mágico ni del barroco. Así que preferiría imaginar el adiós de “El Gabo” -como casi todos le dicen a García Márquez-, como una breve escena fantástica borgiana.
Sí, la anécdota histórica como parte del argumento de un cuento fantástico. Imaginar que  un personaje sombrío y extraño vaticina durante los años sesenta del siglo XX que un ser indocto -el más alejado de las letras que pudiera considerarse en la nación más absurda que lograra hallarse en la Hispanoamérica del siglo XXI-, sería el encargado de discurrir sobre la vida, la obra y la muerte de algunos de los mayores escritores de México y Latinoamérica.
Y además, que este hombre, de manera inesperada y sorprendente para todos, sería el responsable oficial de homenajearlos. José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Gabriel García Márquez (y los que se pudieran acumular), e incluso alguien que habría de oponerse a dicho ser argumentando precisamente una condición de oscurantismo integrada al augurado, Carlos Fuentes, correrían por su verbo.
Como preámbulo, se conocerían los detalles y la prensa informaría cada una de sus pasos, sus palabras y sus logros. Mas un enigma sería reservado en el tiempo: la identidad del extravagante ser.
Tras equívocos, aciertos y senderos diversos de muerte y vida y la definición de los autores glorificados por el ser profetizado por extraño y sombrío personaje, y ante las arduas críticas de abrumados ciudadanos debido a hechos tan insólitos y bajo las esmeradas aunque limitadas pero poderosas defensas inspiradas por el mismo ser (otros esgrimían que no se trataba de una rareza sino más bien de una especie asaz común), se develaría ya la identidad oculta y aguardada durante girones de tiempo que serían décadas que serían instante: frente a potentes cámaras que lograrían eludir las soberbias ambiciones de bloqueos del espacio-tiempo virtual, aparecería al fin el indefinido rostro de un hombre: Un inmortal anti-Homero.

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