jueves, 24 de abril de 2014

Premio Cervantes
Me enorgullece caminar al lado de los ilusos
Elena Poniatowska entra al Parnaso de la literatura en español
Los mexicanos descalzos me dieron la llave para descubrir México
Con Cien años de Soledad Gabo le otorgó alas a América Latina, señala
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Al recibir el Premio Cervantes de Literatura en la Universidad de Alcalá de Henares, la escritora Elena Poniatowska recordó: aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerteFoto Reuters
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Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres, manifestó la escritora Elena Poniatowska al recibir el premio Cervantes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de HenaresFoto Reuters
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Después de la ceremonia en la que el rey Juan Carlos entregó el Premio Cervantes de Literatura a Elena Poniatowska, se reunieron en los jardines de la Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid. Acompañan a la escritora sus nietos Lucas Hagerman Haro, Pablo, Inés, María José y Luna Haro, además de su hijo Emmanuel HaroFoto Reuters
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 24 de abril de 2014, p. 2
Alcalá de Henares, 23 de abril.
“El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza, son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”, señaló en su discurso de recepción del Premio Cervantes de Literatura 2013 la escritora y periodista Elena Poniatowska.
Vestida con un huipil rojo y amarillo, confeccionado por artesanas de Juchitán, Oaxaca, la colaboradora de La Jornadaentró en el Parnaso de la literatura en lengua española junto a Jorge Luis Borges, María Zambrano, Octavio Paz y José Emilio Pacheco, entre otros.
En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde cada año se entrega ese galardón, Poniatowska recibió los tres objetos que la acreditan como ganadora del premio Cervantes: el acta del jurado –en la que la definen como una de las voces más poderosas de la literatura en español–, la medalla y la escultura acreditativa, obra del español Julio López, y, por último, el estímulo económico.
El reconocimiento se lo entregó el rey Juan Carlos, jefe del Estado español, quien presidió la ceremonia acompañado por la reina Sofía; el presidente del gobierno, Mariano Rajoy; el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert; el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle; el rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Fernando Galván, y el alcalde la ciudad, Javier Bello.
Poniatowska perfiló el camino al atril o la cátedra del antiguo paraninfo y pronunció un discurso histórico, con el que se convirtió en la primera mujer en hacerlo desde esa tribuna, ya que las anteriores tres galardonadas –la filósofa española María Zambrano, la poeta cubana Dulce María Loynas y la novelista española Ana María Matute– no pudieron hacerlo por diferentes circunstancias.
La autora de La noche de Tlatelolcosubió a tribuna e inició su lectura con voz firme y pausada, con una dicción nítida con la que expresó un mensaje pensado y escrito desde hace menos de un año, cuando fue informada de que había sido la elegida para subir a los anales de la literatura.
En su discurso hilvanó todas las preocupaciones, inquietudes, vivencias y sueños con los que ha caminado en sus 82 años de vida; desde su infancia, sorprendida ante los viajes y los descubrimientos de sonidos y países, hasta el dolor de la desesperanza, el hambre, la desigualdad, la discriminación y la violencia que azota a nuestro país, México, donde hay un dios bajo cada piedra.
Sus primeras palabras no estaban escritas ni previstas y fueron para su amigo Gabriel García Márquez, quien murió mientras ella se preparaba para viajar a Madrid a recibir el galardón:
“Quiero recordar a nuestro querido Gabo. Antes éramos los condenados de la tierra, término que acuñó Frantz Fanon al referirse a los países del Tercer Mundo, pero con sus Cien años de soledad García Márquez le dio alas a América Latina. Y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza.”
Después habló de las tres escritoras que la han precedido en el alto honor que hoy recibía –cuatro mujeres frente a 36 hombres desde la instauración del premio en 1976:
María, Dulce María y Ana María; las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse. Y llegó a Sor Juana Inés de la Cruz, quien contaba con telescopios, astrolabios y compases para su búsqueda científica.
Después recordó sus primeros andares en México, cuando llegó con ocho años de edad procedente de Francia, donde nació y vivió la primera etapa de su vida. Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos, señaló. Pero así como relató su asombro ante la sonoridad y el colorido del país al que llegaba, también denunció las penurias de una nación que desde su llegada intentó descubrir con humildad y curiosidad.
Recordó cuando escuchó por primera vez la palabra gracias en este enorme país, temible y secreto, llamado México, que se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: descúbranme. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos.
Pero la autora de libros tan cruciales para la historia contemporánea de México, como Fuerte es el silencio,Tinísima o Hasta no verte Jesús míohabló también de los que andan a pie, de los que no tienen voz, como las dos mujeres que fueron asesinadas el pasado 13 de abril en Ciudad Juárez, una de 15 años y otra de 20, embarazada. Y narró:el cuerpo de la primera fue encontrado en un basurero, como síntoma de la descomposición de la violencia que vive nuestro país.
Porque, como ella misma explicó, quienes le dieron la llave para abrir México y descubrirlo fueron los mexicanos que andan en la calle descalzos. Antes de que los Estados Unidos pretendiera tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres, afirmó.
También tuvo un recuerdo especial para los cuatro escritores mexicanos que han ganado el Cervantes: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco. Y exhibió con orgullo su profesión de periodista, antes de escritora: “Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buenaventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, ‘ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas’”.
Por eso, afirmó, “el poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados enRocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”.
Cómo se pasa la vida
Poniatowska terminó su discurso con un bello recuerdo de su marido Guillermo Haro, quien murió el 26 de abril de 1988: “En los últimos años de su vida repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar ‘cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando’. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección”.
En respuesta a su discurso, el rey Juan Carlos elogió la obra valiente y rebelde de la novelista y afirmó que la conquista de la libertad y de la igualdad tiene en la obra de Elena Poniatowska una aspiración universal y trasciende los límites de la clase y el género. La lucha social se convierte de este modo en una defensa del entendimiento mutuo, de la solidaridad y del encuentro entre individuos históricamente distantes, para crear un espacio compartido que acoja a quienes lo habitan. En suma, los principios que rigen el universo literario de Poniatowska se identifican con los de una cultura democrática, que configura la equidad, la justicia y la libertad como un deseo posible, como un proyecto realizable dedicado a regenerar la humanidad.
El ministro de Cultura, José Ignacio Wert, señaló que con Poniatowska honramos el espíritu cervantino del idealismo, el profundo y amoroso conocimiento de la realidad del tiempo que le tocó vivir, la oralidad que se hace poesía, el loco quijotismo con el que se enfrenta a lo cotidiano y lo eleva a rango de arte. Premiamos su entrega, su obra, su persona y su dedicación al lenguaje con el que ha construido un México que nos alcanza como una ofrenda hermosa y dolorida, la del espacio al que quiso llegar Cervantes con la esperanza de encontrar su propio territorio de La Mancha, donde se habla el idioma de sus páginas. Este castellano que no fue su lengua materna, y que Elena Poniatowska Amor, escuchándolo, gustándolo y escribiéndolo, hizo suyo, y se hizo suya.
A la sesión solemne asistió la familia de Poniatowska, sus tres hijos y ocho de sus 10 nietos, así como amigos cercanos que la acompañan en el viaje y destacados escritores, académicos y dirigentes políticos de España y América Latina.

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