sábado, 22 de abril de 2017

El delito de estorbar
Bernardo Bátiz V.
S
omos tantos en la ciudad que nos estorbamos unos a otros. Colocar una escalera sobre la banqueta recargada en una casa particular fue la falta por la que detuvieron a un modesto albañil, lo maltrataron, lo privaron de la libertad por varias horas y lo multaron con una cantidad más alta que sus posibles ingresos de una semana. He sabido de otros casos, imagino que se busca la dádiva para la cuenta o para aparentar trabajo y eficacia; hechos como ese muestran los valores que privan en las autoridades de la capital; falta de respeto a la gente, negocios, poco interés en el orden y mucho en el poder.
Considerar que una escalera en la banqueta es intolerable y echar a andar la maquinaria burocrática, es provocar más daños que los que se pretenden corregir; es ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. En efecto, la ciudad está cada vez más llena de estorbos que de verdad complican la vida de quienes vamos y venimos por ella y ni quien se ocupe; abundan ejemplos. Mesas de restoranes se instalan en la banqueta como Pedro por su casa; puestos fijos anclados en el piso con aditamentos extensibles, conexiones al alumbrado público y con sus respectivos tanques de gas que además de estorbar obstruyen la visibilidad y crean amplias zonas de inseguridad. De seguro esto, para alguien en algún lado de nuestra laberíntica burocracia, es fuente de ingresos.
Otros obstáculos en los caminos de la urbe son las obras de cambio de banquetas o pavimentación de las calles; de pronto, sin aviso, sorprendiendo a vecinos, las empresas privadas contratadas para estas labores, sin apoyo alguno de policías para advertir o desviar el tránsito o para ayudar a que las molestias sean mínimas, instalan en la vía pública su maquinaria pesada, propia para construir un aeropuerto y cubren el arroyo de lado a lado, sin consideración para quienes entran o salen de sus casas. Ya no se pavimenta primero un sentido y luego el otro de la calle, no, se cierra y ya, quienes impiden el paso no son autoridades, son particulares que ponen a pobres muchachos a enfrentarse a enojados vecinos, me consta porque lo escuché de uno de ellos al que pregunté por que me cerraba el paso y me contestó: Porque si lo dejo pasar me descuentan el día.
Otro obstáculo al que ya nos acostumbramos, son los postesitos blancos, negros o amarillos de pulgada y media de diámetro o de media pulgada, de plástico o de metal, por todos los rumbos de la capital sin plan ni concierto, para reducir carriles, disminuir espacios libres, entradas a vías rápidas o nomás por fregar.
También cierran las entradas a la vías rápidas motociclistas uniformados que quizá ni sepan lo que hacen, sólo obedecen; indignados reclamos no tienen respuesta, intuimos que se cierra porque un funcionario va a pasar y no quiere dilaciones, para él, sus choferes y escoltas hay vía libre; los demás que se jodan. (Perdón por el término que nunca había usado por escrito, siempre hay una primera vez).
Se apoderan también del espacio público, sin recibir malos tratos como el albañil de la escalera, las compañías que graban o filman películas o series de televisión; ponen sus grandes vehículos, mucha gente, mesas, sillas, cámaras, tripiés, luminarias, pantallas y cuanto se les ocurre; se explica, son el cuarto poder.
No podemos olvidar a los grandes vehículos, verdaderos gigantes de las calles, que distribuyen cerveza o aguas carbonatadas y endulzadas a tienditas, tiendas y súper tiendas, antros y chele-rías que pululan para solaz de los jóvenes y preocupación de sus padres. No olvidemos a recolectores de basura que convierten cualquier esquina en centro de clasificación de desperdicios: por aquí el plástico, allá el cartón más adelante trapos viejos y otros trebejos.
A todos se les tolera, pero que no sea un ciudadano ganándose la vida porque él si soportará todo el peso de la ley hasta las últimas consecuencias.

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