Algunos acusan a Peña Nieto de ser un cobarde por no protestar airadamente y con acciones concretas, a la par que Dilma Rousseff y Angela Merkel, ante el escándalo del espionaje confirmado (porque de siempre se ha sabido) a raíz de la información descubierta por Edward Snowden.
Otros lo acusan de traidor por pretender entregar parte de la riqueza petrolera, en especie o efectivo, modificando los artículos 27 y 28 constitucionales para permitir los contratos de “utilidad compartida” que otorgarían hasta un 50% de las ganancias a las compañías trasnacionales. Así lo ha establecido López Obrador citando a Lázaro Cárdenas e impulsando la etiqueta #EPNTraidorALaPatria.
Siendo estrictos, la segunda posibilidad es más cercana a la realidad que la primera.
Equivoca la perspectiva Ortega Pardo en “El presidente cobarde” (Proceso, 25-10-13). No se puede acusar de cobarde a quien no reacciona frente a un supuesto agresor con el cual se está básicamente de acuerdo. Peña Nieto no es un cobarde por no indignarse como las señoras Rousseff y Merkel. Él simplemente cumple una agenda preestablecida, continúa las líneas de un guión. Por tanto, evitar escándalos que desvíen la línea es lo que prevalece. Y si alguna reacción hay, tiene que ser teatral; como lo ha sido.
Priistas y estudiosos de las relaciones internacionales se sintieron orgullosos de la política exterior relativamente independiente de México respecto a Estados Unidos durante el siglo XX. Curiosamente y muy a pesar suyo, Vicente Fox tuvo incluso que afectar su cercanía con Bush Jr. al no respaldar la guerra de éste en Iraq, pues el historial mexicano de “no intervención” pudo más que el deseo compartido con los gringos. Sin embargo, el verdadero y casi único acto independiente de México ha sido la expropiación petrolera realizada por Lázaro Cárdenas en 1938.
Así, excepto la observancia de los principios de no intervención y la libre autodeterminación de los pueblos más el acto de Cárdenas, México ha vivido bajo la égida de Estados Unidos. Un hecho ignominioso como el Tratado de Libre Comercio perpetrado por Salinas de Gortari lo prueba; firmar un convenio de iguales entre radicalmente desiguales.
El petróleo siempre ha estado en la mira de los gringos. Conciben como patrimonio “americano” al petróleo nacional pues se encuentra dentro de su perímetro inmediato. Cualquiera que haya tratado a un estadounidense no liberal lo sabe de cierto.
La agenda privatizadora, el despojar al estado mexicano de un cúmulo de riquezas nacionales, avanzaría sigilosamente desde el gobierno de Miguel de la Madrid (quien anidó el huevo de la serpiente neoliberal), se afianzó con Salinas de Gortari y se ha desplegado con Zedillo, los panistas y es obvio que Peña Nieto no escapa a esa dinámica.
Una nueva filtración de wikileaks confirma lo que ya se sabe, que Felipe Calderón procuró la privatización del petróleo mexicano. Ninguna novedad. Ese objetivo fue frustrado por el movimiento opositor de López Obrador. Pero ya de vuelta el PRI al poder y teniendo al PAN como cómplice y, por si faltara, al PRD como aliado, ¿quién podría evitar que se cumpla la agenda privatizadora Estados Unidos-México que ha avanzado silenciosa por años?
Y ni tan silenciosa. En plena campaña electoral de 2012, Luis Videgaray se encargó de promocionar en Estados Unidos las intenciones de Peña con el objetivo de integrar el petróleo mexicano, más allá de su simple venta, a la estrategia norteamericana de seguridad energética. Lo mismo haría Peña una vez validada la elección por los magistrados del TRIFE, inició una serie de giras internacionales que ineludiblemente culminarían en Estados Unidos.
Y mientras al interior decía lo contrario, en cada país ofreció garantías de su propósito de “abrir” la industria energética a los inversores privados, asunto que revelaría la entrevista que fue a ofrecer en Londres al periódico Financial Times.
Así que Peña no está para distraerse en menudencias como la del escándalo del espionaje, eso lo encarga a Meade, funcionario pri-panista. Peña tiene una prioridad mayor y esa es su única obsesión: El petróleo. Y actúa en consecuencia.
Así, pues, ¿estamos ante un cobarde o un traidor? Si la complicidad y la alianza de intereses que elude el interés nacional es cobardía, Peña es un cobarde, si traición, un traidor.
Pero en el fondo lo que subyace es esa línea trazada desde hace más de treinta años para despojar a la nación de una riqueza que ha sido (y repitamos, pese a la pútrida corrupción sindical y de la alta burocracia) el eje de su desarrollo y que ahora se ve en grave riesgo.
P.d. De último minuto. Cuauhtémoc Cárdenas y AMLO han enviado carta a cada uno de los congresistas señalando que la propuesta de modificación a los artículos 27 y 28 de la Constitución “implica la enajenación de nuestra renta petrolera y recursos energéticos en manos extranjeras”. Además, “incurre en los delitos señalados por el artículo 108 párrafo segundo constitucional y por el artículo 123 fracción primera del Código Penal Federal [es decir, prisión por traición a la patria], comprometen la soberanía, pone en riesgo nuestro desarrollo como país libre e independiente y constituye un hecho aún más grave de lo que fue la entrega de Texas en el siglo XIX”. El presente, “es un momento decisivo para el país. Está en riesgo el futuro de las nuevas generaciones ante la gravísima amenaza de ser despojado de sus recursos, el Congreso de la Unión tiene la altísima responsabilidad de representar los intereses del pueblo y sus comunidades” (La Jornada, 27-10-13).
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