Realizan un encuentro en el Polyforum Siqueiros; buscan solidaridad en el DF
‘‘Vengo con la mano extendida’’: Mireles; señala Mora que la cárcel lo hizo fuerte
Despedida al término del Encuentro Nacional de Autodefensas CiudadanasFoto Francisco Olvera
Arturo Cano
Periódico La Jornada
Jueves 29 de mayo de 2014, p. 7
Jueves 29 de mayo de 2014, p. 7
Los venidos de la Tierra Caliente michoacana son fácilmente identificables por dos cosas: los sombrerotes y la desconfianza. Aunque estén en el Polyforum Siqueiros, en el sur de la ciudad de México, a muchos kilómetros de distancia de los caminos y brechas donde han ‘‘topado’’ a los sicarios, algunos, los que están detrás de los jefes en el escenario, voltean de un lado a otro, por si algo se ofrece.
Habla José Manuel Mireles, una vez concluido el plazo del gobierno para dar fin a las autodefensas, destituido como vocero mediante un acta que la mayoría no firmó (aunque muy pocos dijeron que no, una vez que se anunció la determinación del comisionado Alfredo Castillo).
Mireles se acaba de quitar la camiseta, como el 10 de mayo se la quitó Estanislao Beltrán, Papá Pitufo. Sólo que el segundo lo hizo para ponerse la camisola azul de policía que le dio el comisionado, y Mireles se enfunda en una playera blanca, con la bandera nacional y la leyenda que da nombre al acto del día: ‘‘Yo soy autodefensa’’.
¿Adónde van las autodefensas?, preguntan los enterados frente al rompecabezas michoacano. Por lo pronto, una parte –a Mireles lo acompaña Hipólito Mora, a quien todos reconocen como fundador del movimiento– viene a la capital del país a buscar cobijo de organizaciones y personalidades.
Los que pintaron su raya
No todos los siguieron en ese camino. El poeta Javier Sicilia asistió a alguna de las reuniones previas, pero ‘‘pintó su raya desde el principio. Dijo que no se podía ligar la palabra autodefensas de las armas, y que él no le entraba’’, cuenta uno de los participantes en las juntas preparatorias. Algo similar pasó con la activista contra el secuestro Isabel Miranda de Wallace.
Por eso, aun con escoltas, Mireles viene a decir que de armas, de aquí en adelante y en lo que anuncia como un incipiente movimiento nacional de autodefensas, nada. Aunque, antes, su mensaje es para el gobierno: ‘‘Vengo con la mano extendida, porque así como logramos grandes cosas coordinándonos con el gobierno, también señalo que no se puede lograr más avance y reconstrucción si nos separamos en este punto, a menos que contemos con la solidaridad del pueblo de México’’.
En este punto, el médico de Tepalcatepec subraya para qué buscan el apoyo popular: ‘‘No para levantarse todos en armas; no podemos desearles este calvario a todos nuestros compatriotas. Que no haya duda, no es nuestro objetivo llamar a la insurrección armada nacional, ¡no!’’
Mireles es quien se lleva más aplausos del foro, el más buscado por los medios: ‘‘Llamamos a la insurrección de conciencias, a la solidaridad y a la responsabilidad. Queremos que en los estados de la República que aún no se vean en la necesidad en que nosotros nos vimos de tomar las armas, puedan darse soluciones pacíficas que reconstruyan el tejido social, a tiempo, ¡ahorita!’’
Hipólito Mora, primer alzado en armas, cuenta para Chilangolandia lo que tanto ha contado a la sombra de los limoneros: la ruta de su decisión, la historia de la guerra michoacana como un asunto de pesos y centavos, pues él se levantó sencillamente porque lostemplarios ordenaban a los empacadores no comprar el limón de su huerta y la de su hijo.
Acusado por el gobierno de dos asesinatos, exculpado por el mismo gobierno, Mora promete que va a seguir en su lucha, aunque los últimos bloqueos para exigir la liberación de los comunitarios presos fueron organizados por sus rivales.
‘‘Quiero que el gobierno sepa que me hizo más fuerte que nunca’’, dice Hipólito de su paso por la prisión. En algo tiene razón Mora, cuando habla de los cortadores de limón de su pueblo, que están presos por portación de arma prohibida, delito por el cual podían estar en la cárcel varios miles de autodefensas (claro, a la gente de Hipólito también le cargaron delincuencia organizada).
‘‘Hemos sido el grupo más pisoteado por el gobierno, nos han ido quitando las armas poco a poco. Somos el pueblo que más muertos ha tenido. Pura gente pobre, puro cortador de limón’’, dice Mora.
El 24 de febrero pasado, apenas hace tres meses, Mora amenazó con bloquear las carreteras en todos los municipios con presencia de las autodefensas. Luego fue a la cárcel por más de dos meses, mientras su grupo, desarmado, quedaba a merced de sus rivales, los H3, a quien ahora Mireles y Mora acusan de ser un nuevo cártel y de haber ‘‘perdonado’’ atemplarios a cambio de dinero.
Mora vuelve al tema de los presos. Se dirige al Presidente de la República: ‘‘Vuelvo a pedir por favor, humildemente, que los deje en libertad, porque ya no aguanto estar viendo cómo sufren sus familias’’.
Nadie sabe con precisión qué ha de salir de este encuentro. Por lo pronto, los michoacanos obtienen algún cobijo nacional y el resto de los personajes que comparten el presídium pueden referirse a sus causas particulares (acaso con la excepción del investigador y ex diputado Jaime Cárdenas).
El sacerdote Alejandro Solalinde se presenta aquí como ‘‘autodefensa de los migrantes’’. El obispo Raúl Vera López usa su lenguaje coloquial, ahora en calidad de ‘‘autodefensa de las víctimas’’. La notable ausencia del sur se cubre parcialmente cuando anuncian que está presente Bruno Plácido, líder de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG). Lo invitan a pasar al estrado, pero no toma la palabra.
Talía Vázquez, quien es presentada como ‘‘autodefensa de las mujeres violentadas’’, es también uno de los motores de este encuentro. Tras salir del hospital, pero aún convaleciente, Mireles halló refugio en la casa de Vázquez en la ciudad de México.
Corría el primer mes de este año y tras unas declaraciones de Mireles que incomodaron al gobierno federal, le fue retirada la custodia. Mireles solicitó entonces al Gobierno del Distrito Federal que por lo menos enviaran una patrulla, pero ni eso ocurrió. Hoy, un alto funcionario capitalino ofrece ‘‘vigilancia discreta’’.
El que sobrevivió a 2 mil 800 tiros
Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, fue alcalde de García, municipio conurbado de Monterrey; se presenta a sí mismo como alguien que ‘‘sobrevivió a 2 mil 800 tiros y acabó con Los Zetas’’ en su municipio. Es el ‘‘autodefensa contra la cobardía y la complicidad de las autoridades’’.
Rodríguez llegó al cargo por el PRI y ahora batalla para conseguir una candidatura independiente al gobierno de Nuevo León. Expone su estrategia en dos palabras: correr a toda la policía y lograr la colaboración ciudadana (presume que más de 7 mil ciudadanos eran sus informantes).
Rodríguez y el senador del PAN Ernesto Ruffo Appel comparten publicista. Quizá eso explique la presencia del primer gobernador panista, quien acude como ‘‘autodefensa frente a las estructuras corruptas de gobierno’’.
Remata Mireles su discurso con una ruta concreta, así sea apenas un avance legal: que el Congreso apruebe la inexistente ley reglamentaria de la Guardia Nacional, para que dicho cuerpo, adscrito ahora a la Sedena, se convierta en ‘‘fuerza civil, democrática, federal y republicana’’.
Cierra con esa propuesta y su mensaje al gobierno federal: ‘‘Ante la exigencia del desarme, contestamos: desarmaremos primero a los criminales y nosotros después’’.
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