miércoles, 25 de enero de 2017

Respaldo interno
Luis Linares Zapata
E
l depositario de las furias, los temores y los rechazos de amplias capas de estadunidenses y la casi totalidad de los mexicanos se ha instalado en la Casa Blanca. Ya no es aquella suerte de imagen difusa de un ser ofensor de dignidades y deformador de realidades, sino el individuo que tiene potestades legales de gran alcance y envergadura. Un aprendiz de presidente de la república que puede hacer mucho daño, bastante más del que ya ha infligido a numerosas entidades nacionales y a otros pueblos del mundo. El señor Donald Trump habita una casa que también cobija a diversos personajes concentradores de buena parte del poder decisorio de Estados Unidos. La todavía indiscutida potencia hegemónica del mundo tiene ahora caprichosos dirigentes. Una colindancia que obliga, quiéranlo o no, a convivir aunque sea a tirones constantes, desprecios mutuos, envidias cotidianas, imitaciones arraigadas y deseos de venganzas. Una relación altamente integrada y desigual que no puede ser definida por variables simples sino por factores de nutrida complejidad.
Se acercan tiempos definitorios en ambos lados de las dos fronteras, pues se incluye a la canadiense. La concepción regional es, entonces, la mirada conveniente que se precisa tener y que sobrepasa, con mucho, lo bilateral. Y, al parecer, se tiene bastante prisa (al menos de este lado) para sentarse a negociar los nuevos términos de los intercambios futuros. Delinear lo que aguarda un poco después de que la nueva administración se haya instalado en su cómoda residencia de Washington es, sin lugar a dudas, de mutua preocupación. Ocupa también a todos y cada uno de los cuerpos de funcionarios, empresarios y políticos de la región. Se espera que la parte mexicana vaya bien dispuesta de ánimo y con suficiente dominio de los detalles para sobreponerse a las factibles adversidades. Las alternativas son varias y variadas y, por fortuna, el proceso preparatorio se ha iniciado, aunque con cierta tardanza, dado el monto de lo que está en juego. Se van clarificando tanto los pormenores del amplio intercambio comercial, como la interrelación con los demás sectores que completan la intrincada relación entre las tres naciones.
La disposición de ánimo inyectado por Trump, tanto a sus cercanos funcionarios como a sus vastos simpatizantes no es, ni de cerca, el envolvente deseado. Al contrario, los resquemores y dudas son dominantes. A pesar de esta circunstancia malhadada, aquellos que irán a la contienda prevista, están obligados a cubrirse no sólo las espaldas, sino al completo derredor. El acoso les llegará de frente y los lados, pero también de la retaguardia. El respaldo de legitimidad que llevan consigo, por parte del pueblo de este país, no es el mejor ni el más sólido. Lo cruzan dudas bien sembradas, desconfianza en las habilidades, entereza y reciedumbre, factores indispensables para una negociación exitosa. Se pagará ahora la ausencia, ciertamente deliberada, de estudios y evaluaciones sobre la marcha del TLCAN. No se tiene disponible el conocimiento, fundamentado, que pudiera haber enmendado defectos y errores cometidos, así como delineado áreas de futuro desarrollo y complemento.
Los consejos externados por los expertos mexicanos en el TLCAN exhiben, con aceptable precisión, la numeralia para situar o entender el fenómeno comercial de la región. Dimensionan el volumen de las exportaciones hacia Estados Unidos, pero no exploran y descubren las consecuencias ante la eventualidad de un rompimiento del tratado. Apenas sugieren, como escape posible, apegarse a las reglas de la OMC, donde las tarifas arancelarias beneficiarían a México. Pero eso, tampoco sería una opción que los estadunidenses contemplen como final obligado. ¿Qué hace falta entonces? Considerar la emergencia de un cambio drástico del modelo imperante en, cuando menos, lo relativo al comercio exterior. Hoy en día las exportaciones alcanzan cifras enormes ciertamente, alrededor de medio billón de dólares anuales. Pero de esa majestuosa cantidad, bastante menos es lo que queda en el aparato productivo nacional, puesto que el mayor volumen lo provoca la industria automotriz. Una industria que, además de importar más de 40 por ciento de sus componentes, la integran compañías externas con su tecnología, financiamiento y comercialización. Lo que añade el país es una mano de obra eficaz y disciplinada que es explotada de manera inmisericorde: salarios irrisoriamente bajos y prestaciones recortadas son la regla general.
Las numerosas amenazas, las burlas, ninguneos y desprecios que ha lanzado Trump han afectado a países aliados y rivales, a distintos gremios, a miles de sus conciudadanos, líderes de variados niveles y posturas se han resentido por sus alegatos, periodistas y medios de comunicación condenados sin distingos, estrellas del espectáculo rebajadas en su talento, críticas que incluyen a sus propias agencias de inteligencia. Todo este universo de inconsistentes posturas, dichos y baladronadas, han formado una tupida red de consecuencias que, de seguro, envolverán y coartarán la capacidad de acción de la ya ampliamente repudiada administración de Trump. No podrá él, ni sus asesores, aliados y los muchos subordinados, deshacer tanto entuerto como los sembrados en su corta presencia pública. Los afanes pendencieros del magnate tendrán un elevado costo en su desempeño como presidente y, sobre todo, como líder de su propio país.

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