Ciudad Perdida
Incitaciones a la represión
Panistas, priístas, chuchos...
Una decisión peligrosa
Miguel Ángel Velázquez
L
a decisión del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, de no permitir que los toletes y los gases lacrimógenos salieran a la calle, pese a todas las presiones, tiene un solo significado: tranquilidad para los habitantes de la ciudad de México.
Fue una decisión políticamente peligrosa. A golpe del suceso, como primera reacción, la gente del Distrito Federal se vio, sí, muy afectada por las acciones que emprendió el grupo magisterial que el fin de semana cerró vialidades e impidió el tránsito fluido de quienes tenían que viajar desde el Aeropuerto Benito Juárez de la ciudad de México.
Frente a ello, la violencia verbal extrema, de muchas voces que condenaban las acciones de los maestros, exigían a Mancera que reprimiera, y si no, que renunciara. El senador, panista desde luego, Ernesto Cordero pedía la intervención del Gobierno del DF en ese sentido, y luego el priísta Emilio Gamboa Patrón exigió, también, la represión para garantizar el libre tránsito en la capital del país.
Ambos, desmemoriados o cínicos, no recuerdan, el panista sobre todo, que fue durante los regímenes azules que se concedió un poder casi ilimitado al sindicato de maestros que encabezó Elba Esther Gordillo, cómplice, por ejemplo, del fraude electoral que llevó a Felipe Calderón a Los Pinos. Y qué decir de los priístas, que no pueden garantizar el libre tránsito de las personas en varios estados de la República, donde la ley, en general, no existe, y la muerte de inocentes sigue siendo lo cotidiano. ¿De qué nos hablan?
Vale recordar aquí que la provocación y el engaño parten del gobierno de Peña Nieto. El engaño, porque ésta a la que llaman reforma educativa nada tiene que ver con la educación, pero sí con los maestros, a quienes se pretende cambiar su relación de trabajo con la Secretaría de Educación Pública, y nada más. Y la provocación, dado que las posibilidades de un diálogo en el que no prevalezca la imposición por la autoridad ha resultado, hasta el momento, imposible.
Es irritante el accionar de los maestros, sí, sin duda, pero eso es lo que ellos pretenden, eso es lo que debería presionar a los políticos encumbrados. La protesta ordenada y silenciosa, la que no afecta a nadie, resulta inocua; diputados y senadores simplemente la desechan, en el extremo caso de haberla visto, y las consecuencias las pagan, en este caso, los maestros. No parece que exista otra salida, no se las dejan.
El ejemplo es claro y reciente. Se efectuaron muchas
mesas de diálogoen las que los maestros fijaron su postura respecto de los cambios en las condiciones de trabajo a que los sometían las posibles nuevas leyes, pero todos los argumentos al respecto se fueron por el caño del trabajo legislativo. ¿Qué esperaban los legisladores?
Y así se llegó al horror que se ha padecido en esta ciudad, que, según dicen los propios maestros, habrá de aumentar, y donde los únicos culpables, reza la propaganda, son los miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, pero que se paga, en todos los sentidos, en la ciudad de México.
Miguel Ángel Mancera deberá tener esas consideraciones muy en cuenta. Su apuesta fue en contra de la violencia, y aclara, de muchas formas, que no es un político, como se pretendía, al servicio del poder presidencial. Primero la ciudad, podría decir el jefe de Gobierno, que eludió con un ejercicio pulcro de la política las presiones que le llegaron desde todas las partes que le podían presionar.
El jefe de Gobierno sabe, eso sí, que un hecho represivo llevaría a la ciudad a una serie de actos en respuesta que pondrían a la ciudad en constante peligro, en un campo de batalla con una espiral de violencia sin limites que romperían sin remedio, y por un tiempo imposible de calcular, la tranquilidad de los habitantes del Distrito Federal.
Seguramente los diputados y los senadores del prian, y chuchos que los acompañan, están equivocados al no escuchar las demandas de la parte demandante del magisterio. Muy probablemente el accionar de los maestros no sea el correcto, pero, pese a todo, se diga lo que se diga, la decisión de Miguel Ángel Mancera, políticamente peligrosa –por aquello del interactuar con el poder–, nos deja tranquilos. El DF no será el campo de batalla de los violentos con poder, y los de las calles. Bien.
De pasadita
Fue la casualidad la que puso fin al terrible caso Heaven. Y que quede bien claro: no se trata de la incompetencia del procurador de la ciudad, de lo que se podría hablar en otro momento; tampoco de la pericia o la investigación de la PGR, sino de esos golpes de suerte que suceden de vez en vez. Así, ni cómo.
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