@OmarFayad, peor que el dictador Augusto Pinochet
Los viajes largos son buena ocasión para ver una película. Ayer vi No (2012), del director Pablo Larraín basada en la obra de teatro El plebiscito, de Antonio Skármeta. Relata cómo ante las presiones internacionales por legitimar la brutal dictadura de quince años y tratar de extenderla otros ocho, en 1988 Augusto Pinochet tiene que aceptar someter a consulta popular su continuidad o no en el poder.
Describe las dificultades del orden político e ideológico para llevar al triunfo a La Campaña del NO, representada por los partidos de oposición concertados frente a la Opción del SÍ (la del “Chile ganador”; suena familiar), enarbolada por Pinochet y el poder del estado bajo su mando.
Aunque durante la campaña y la jornada de votación Pinochet intimidó y recurrió a la violencia, finalmente el pueblo chileno se levantó con el triunfo contra la brutal dictadura asesina que derrocara al demócrata Salvador Allende en 1973.
Tomo un taxi en el aeropuerto y, afortunadamente, antes que música infecta, el taxista programó las noticias al momento en que un Cenador por Hidalgo, el priista Omar Fayad, pronunciaba un absurdo discurso en el que marcaba su posición sobre la consulta popular.
Es tan absurdo su procedimiento mental, reflejo de su autoritaria ideología política y social, que lo cito:
“…pensar muy bien en las decisiones que vamos a tomar el día de hoy, no olvidar que la Constitución de la República establece que somos una democracia representativa, porque no podemos pensar que el dicho de que el gobierno es del pueblo y que el pueblo es el que manda, ustedes puedan admitir que ese dicho lo ejerza cada mexicano, porque eso llevaría a la anarquía, porque saben perfectamente que eso es imposible, porque no podríamos reunir a 120 millones de mexicanos para cada decisión que quisiéramos tomar.”.
Signos de admiración son la consecuencia ante este absurdo de un funcionario sin independencia, instruido desde el ejecutivo y por las palabras de César Camacho, quienes no desean dar la posibilidad a que un cambio histórico tan grave como el de la llamada e impuesta reforma energética sea consultado a la sociedad y ésta tenga así la oportunidad de revertirlo.
Lo denuncian sus palabras. Se pronunció a favor de la consulta popular acotada aclarando el deseo del PRI “no una consulta popular ad hoc por un tema que le preocupe a un grupo parlamentario o que pueda preocuparle a una minoría en el país”. Es decir, entregar los recursos energéticos, ignorar los alcances históricos benéficos para el país sin considerar a la sociedad.
Pero Alejandro Encinas le contestó bien:
“Y aquí,… yo le recordaría en primer lugar lo que establece el Artículo 39 de nuestra Constitución, lo voy a leer textual: La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de gobierno”.
Era lógico establecer que si hasta un asesino como Augusto Pinochet sometió su poder a consulta popular (sin anarquía alguna), porqué los demócratas políticos mexicanos que mayoritariamente ejercen el poder sin legitimidad (sobre todo los cenadores y duputeibols) no tendrían que hacer lo mismo, implementar el recurso legítimo de la consulta popular amplia, pues nada les autoriza a suplantar la voluntad de la sociedad.
El amable taxista estuvo de acuerdo conmigo.
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