JAVIER TRIANA
María Lisa, la mujer más anciana de la aldea.
Una treintena de africanas víctimas de abusos y malos tratos conforman una aldea al norte de Kenia donde el sexo opuesto tiene prohibida la entrada. La comunidad regula la educación de los niños y las ganancias.
POR JAVIER TRIANA
DOMINGO, 18 DE MAYO DEL 2014
Judy sostiene a uno de los niños que viven en el poblado. A sus 3 meses, es el más joven.
Cuando tenía 9 años, su padre la quería casar con un señor mayor y Judy Lotukoi optó por escapar de Maralal. Le habían hablado de un sitio en el que la ayudarían, «un pueblo para mujeres», y decidió poner rumbo hacia allí. Su historia es la que habitualmente padecen cientos de miles de niñas del África subsahariana: el cabeza de familia prefiere la dote y una tripa menos que llenar.
Algunas de las que, como hizo Judy hace 10 años, se atrevieron a huir, acuden a Umoja, un poblado del centro-norte de Kenia en el que unas 30 mujeres comparten un pasado de abusos y malos tratos. Es una aldea en un desértico rincón del planeta, aliviado por el paso del río Ewaso Nyiro. La forman una decena de precarias casas tradicionales edificadas sobre tierra yerma con un esqueleto de la madera de las acacias circundantes, y con paredes y techumbre recubiertas de barro y excremento de vaca. No superan los 15 metros cuadrados. La función del baño se la reparten los arbustos y el río.
La historia empezó en 1990, cuando 15 mujeres supuestamente violadas por militares británicos destacados en Kenia fundaron un grupo femenino llamado Umoja (Unidad, en suajili). Un par de años después, tras probar varias iniciativas no muy fructíferas, dieron con la fórmula de la supervivencia: crear un poblado solo para mujeres, promocionarlo al turismo y vender los adornos que ellas mismas fabrican a los visitantes. Las ganancias se reparten entre las moradoras, pero también, afirman, entre la comunidad.«Ahorramos durante meses», recuerda la matriarca, Rebecca Lolosoli, sobre sus inicios. «Tras solicitar la tierra [en la que se acabó asentando el poblado], los hombres vinieron y nos pegaron. Decían que las mujeres no podían tener tierra en propiedad». Pero el proyecto siguió adelante.
Umoja se autodenomina un oasis para mujeres, niñas, huérfanas o viudas víctimas de matrimonios forzosos, de la mutilación genital femenina o de violencia doméstica. La tímida Akidor Lomalia es un ejemplo de esto último, al igual que otras tantas que prefieren ser anónimas. No solo se trata de apoyar a las mujeres desposeídas o fugadas de sus hogares, sino también de educar a la población de la zona, y a sus niños, que corretean por la aldea junto a cabras y gallinas. «Las madres les enseñan -cuenta Judy, una de las pocas que habla inglés- que, cuando forman una familia, no tienen que pegar a sus esposas. Y responsabilizarse de los hijos que tengan», una práctica aparentemente infrecuente.
Sequía y otros azotes
Las cifras que maneja ONU-Mujeres señalan que el 21% de las kenianas han sufrido abusos sexuales, mientras que el número aumenta al 83% si se habla de abusos físicos durante la infancia. Las víctimas que informan de estos casos, sin embargo, apenas constituyen un 6%. Son datos fácilmente extrapolables a otros rincones del continente.
Los hijos mayores de las habitantes trabajan en el alojamiento cercano, que también sirve a Umoja como fuente de ingresos. Son unas cabañas y un bar a orillas del Ewaso Nyiro, rodeado de palmeras y sutiles colinas, que ofrece unos amaneceres de postal. Hasta que el sol se eleva y derrite a quien se le oponga.
Una gran acacia preside la aldea. Ya a las ocho de la mañana es necesario resguardarse en su sombra. A esa hora, varias mujeres han ido a recoger agua; otras, a comprar fruta y verdura al cercano Archers Post, una localidad con dos filas de casas bajas atravesada por una carretera que recuerda a un poblado del lejano Oeste americano. Otras tantas marchan en busca de madera que quemar y usar en la precaria cocina de sus manyattas (chozas). Es el ciclo sin fin en este rincón del planeta: los escasos árboles se talan para obtener combustible para cocinar o material de construcción, la tala de árboles reduce las posibilidades de lluvia y las sequías azotan sin piedad. El río tan pronto puede secarse como desbordarse e inundar la zona.
Las sequías, como la que mantuvo en jaque a la región entre el 2010 y el 2012 y se llevó cientos de miles de vidas, arrasan también con el ganado. Las vacas son un elemento central en la vida de la tribu local, los samburu, que incluso tienen una canción dedicada a estos animales en la que las mujeres se enfrentan y cantan: «¡Mi vaca es más grande que la tuya!». Pero la supervivencia de las reses durante los frecuentes periodos de escasez de lluvias es complicada. Por eso, Rebecca diseñó un proyecto que redujo la dependencia de vacas y cabras, también víctimas de robos o de ataques de las hienas que rondan el lugar. Ahora, las mujeres de Umoja se centran más en criar pollos que, además de carne, procuran huevos para vender en el mercado de Archers Post.
Apostadas a la sombra, algunas elaboran los adornos que luego tratarán de vender a los turistas. Nagusi Odó es una de las fundadoras del pueblo. Se fue de casa porque su marido le pegaba todos los días. «Dice que se podría quedar aquí para siempre», traduce Judy. Viste tobilleras de metal forjado que indican que está casada, y no se las piensa quitar, a pesar de haber abandonado a su marido. Como los hombres del entorno son polígamos, no pierden demasiado el tiempo con una sola mujer. Alguna vez se han acordado de ellas y han querido entrar en Umoja. Ahora, por el contrario, tienen miedo de hacerlo, a fuerza de pagar las multas impuestas por la autoridad.
El dinero que cuesta a los visitantes la entrada al pueblo va destinado a financiar la escuela cercana, construida para los hijos de Umoja. Pero, si no hay hombres, ¿cómo se reproducen las moradoras? «Si quieren quedarse embarazadas, las chicas jóvenes como yo-responde Judy-, salen, buscan un novio, se quedan preñadas, lo dejan y vuelven al pueblo con su bebé».
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