La joya de la Corona. Mancera, AMLO y Ebrard
Ebrard no entiende de lealtades. Su precipitada ambición le impide medir ritmos, ciclos y tiempos. Él mismo cancela la posibilidad de ser candidato de la izquierda en el supuesto de que la salud, solo la salud, impidiera que Andrés Manuel López Obrador fuera abanderado.
En el PRD se llevan fuerte. Marcelo Ebrard critica a la dirigencia del PRD por su supuesto sometimiento al gobierno de Enrique Peña Nieto y Jesús Zambrano revira recordándole su pasado salinista y su eventual regreso al PRI. La ruptura es inminente. Ebrard se deja querer por Movimiento Ciudadano y desliza su pretensión presidencial avalada por dicho partido. De paso se asume víctima por el escándalo de la Línea 12 del Metro, coartada para no rendir cuentas del desastre y de paso no asumir culpa. La imposición de proveedores derivó en desastre, nada que implique a Miguel Ángel Mancera o al PRD.
Ebrard no entiende de lealtades. Su precipitada ambición le impide medir ritmos, ciclos y tiempos. Él mismo cancela la posibilidad de ser candidato de la izquierda en el supuesto de que la salud, solo la salud, impidiera que Andrés Manuel López Obrador fuera candidato. No hace mucho tiempo abrazaba la causa del PRD y retaba a su ex Jefe y líder de que si Morena no superaba al PRD en 2015, debería dejar en éste la decisión sobre la candidatura presidencial. Su mensaje de ahora es: con o sin PRD será candidato presidencial de la mano de Dante Delgado, quien fuera gobernador de Veracruz en el sexenio salinista.
Ebrard conspira contra sí mismo. Sería el coordinador idóneo del PRD en la Cámara de Diputados, donde ya estuvo bajo las siglas del PVEM. Quizás vio venir el veto de Mancera o se asumió intransitable para Los Chuchos, lo cierto es que da un paso al vacío. Movimiento Ciudadano sin López Obrador no da para 3% de los votos. Su estrategia se centra en hacer candidatos de cascajo de otros partidos. Lo mismo está dispuesto a postular al panista Fernando Elizondo en Nuevo León, que a Marcelo Ebrard en el DF.
El DF es la joya de la corona de la izquierda. López Obrador lo sabe y para ello pone en juego a tres jugadores de excelencia. Con ello desplazaría al bejaranismo y a los remanentes de Ebrard. Ricardo Monreal en toda la entidad, Clara Brugada en Iztapalapa y Claudia Sheinbaum en Coyoacán se aprestan a ganar la guerra de posiciones dentro de la izquierda. De los tres, Monreal es quien da mejor el perfil para la candidatura a jefe de Gobierno en 2018. Mancera se mantiene expectante, su postura ha sido la distancia, lo que le permite construir una buena relación con todos, incluso con López Obrador y el presidente Peña Nieto. Esto le hace estar por encima de la lucha fratricida y conseguir, como ningún otro gobernante de la capital, respaldo del gobierno federal y la posibilidad de hacer realidad la anhelada reforma política de la Ciudad de México.
Nadar de muertito no le da a Mancera liderazgo en la izquierda, tampoco fortaleza pública; lo muestra en desventaja en la disputa anticipada por la candidatura presidencial, pero lo vuelve el factor de acuerdo y entendimiento en la izquierda, aunque Ebrard insista en hacerlo culpable del desastre de la Línea 12 del Metro. Mancera parece entender que pasada la elección de 2015, la inercia al interior de lo que quede y como quede la izquierda será postular candidato único, asiento por ahora reservado a López Obrador, con todo y que Ebrard amenace con el disparate de ser candidato por Movimiento Ciudadano.
Los hechos y la resistencia de Ebrard de entender su circunstancia hace inevitable el recuerdo de los trágicos eventos de la candidatura de Luis Donaldo Colosio. Ebrard no solo fue testigo privilegiado, sino un actor de importancia. A manera de aliviar la inconformidad del no favorecido, Manuel Camacho, el presidente Carlos Salinas le designó canciller y, después, junto con Ebrard, negociador plenipotenciario con elsubcomandante Marcos, habilitado públicamente como potencial candidato sustituto de Colosio, juego de espejos que en la tragedia provocó que la ambición del emergente se volviera imposibilidad de ser el candidato presidencial sustituto, destino natural si no hubiera repudiado las reglas sobre las que construyó su expectativa, justamente lo mismo que ahora ocurre con Ebrard.
La izquierda puede ganar la elección presidencial. El medio sería una alianza del PRD y Morena. La circunstancia y condiciones del país por ahora le favorecen, como también propician una dispersión del voto en el DF entre PAN, PRI/PVEM/Nueva Alianza, PRD y Morena, lo que podría dar término al dominio hegemónico que el PRD ha tenido en la entidad desde 1997, circunstancia inédita en cualquier estado del país. El pluralismo y la alternancia no han llegado a la Ciudad de México, eso no solo ha desgastado al PRD, sino que ha prohijado prácticas corruptas y clientelares que ahora pesan contra del PRD. La alternancia parece ser el signo de los nuevos tiempos: tres fuerzas políticas habrán de disputarla en las delegaciones y en la Asamblea Legislativa.
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