jueves, 26 de febrero de 2015

#Ayotzinapa, a cinco meses, las sabias palabras de Creso a Ciro

@NietzscheAristojue 26 feb 2015 08:29
 
No debe producir sorpresa, sobre todo a cinco meses de la tragedia de Ayotzinapa, que la realidad mexicana sea tan mal vista internacionalmente.
“Porque nadie es tan necio que prefiera la guerra a la paz: en ésta los hijos entierran a sus padres, y en aquélla los padres a los hijos”. Son las palabras del rey lidio, Creso, al rey persa, Ciro.
En el número uno de los Nueve libros de la historia (Clío), Heródoto refiere la respuesta de Creso a Ciro ante la pregunta de éste -una vez que le hubo derrotado y aun perdonado la vida frente la hoguera-, de porqué se había empeñado en combatirlo en vez de mostrarse como amigo. Creso, tenido usualmente por sensato, atribuye su ambición (movida en realidad por el temor de la expansión persa) al mal consejo del oráculo y responsabiliza de su guerra a los dioses. Es cuando, atribulado, suelta la sentencia aún vigente.
La obtusa guerra iniciada por Felipe Calderón no ha sido dada por terminada oficialmente. Y aunque ya de vuelta el PRI al poder se quiso mantener un bajo perfil en las notas sobre el crimen, la realidad se sobrepuso a ese silenciamiento culposo. Y recientemente no sólo las estadísticas, sobre todo Tlatlaya y Ayotzinapa han mostrado el terror de esa guerra que continúa y que involucra a todas las corporaciones armadas de México en contra del crimen organizado. Pero en realidad, quien ha pagado el mayor precio, el del dolor, ha sido la población en general al grado de que las cifras de muertos desde el inicio de la administración de Calderón a la presente rebasen, en poco más de 8 años, los 100 mil muertos y los 22 mil desaparecidos.
¿Qué quiso hacer Calderón al emprender su guerra?, ¿legitimar su dudosa llegada al poder o complacer a los gringos o ambas cosas? Una de sus primeras acciones fue elevar los salarios de las fuerzas armadas en una medida desproporcionada en relación a los ingresos de la mayoría de la población. Después, aunque quiso negarlo en cierto momento, sostuvo el discurso violento de guerra, justificó los “daños colaterales”, criminalizó a jóvenes como supuestos criminales antes siquiera de conocer las causas de su detención o asesinato cuando se dio el caso.
En la misma tónica prosiguió Peña Nieto, aunque tratando de mantener oculta la acción violenta para simultáneamente tratar de conseguir el respaldo internacional para su proceso de privatización energética.
En Tlatlaya y en Ayotzinapa han estado involucrados al grado del asesinato tanto el ejército como la policía (en el caso de Iguala, no se ha querido esclarecer la participación del Batallón 27). En tan dramáticos casos, las víctimas han sido jóvenes.
Y la mayoría de los muertos de la guerra vigente, las víctimas colaterales, así como los reclutados tanto por el crimen como por todas las fuerzas armadas, son jóvenes. Jóvenes que viven en una geografía infectada de armas y violencia. De allí que las sabias palabras de Creso a Ciro, a más de XXV siglos de distancia, tomen sentido y significado en el México de hoy: Los padres, los viejos, entierran a los hijos, a los jóvenes (y en el caso de Ayotzinapa y los miles de desaparecidos, ni quiera esto). México, sociedad sometida a una guerra soterrada aunque con exabruptos violentísimos, no logrará alcanzar la paz mientras exista abrumadora desigualdad, injusticia, impunidad, ambición desmedida, corrupción, ausencia de solidaridad.
El oficialismo conmemoró la semana pasada el centenario de esa institución pública que es el ejército. Y, ciertamente, los discursos y actitudes amenazantes ante la crítica del secretario de la defensa (que comparte apellido con el popular y querido revolucionario cubano, Camilo Cienfuegos) y de Peña, como de Calderón en su momento (y de la marina, cuando ha sido el caso), no conducen a un estado mejor de cosas. La guerra iniciada por el panista ha exhibido su fracaso; no es la vía para una mejor sociedad.
No debe producir sorpresa, sobre todo a cinco meses de la tragedia de Ayotzinapa, que la realidad mexicana sea tan mal vista internacionalmente. Ni que aun lo manifiesten gentes como González Iñárritu, Cuarón, el papa del Vaticano, Evo Morales, José Mujica, los eurodiputados, los organismos internacionales diversos (y hasta un insecto troglodita como Trump)…, y al interior, por los propios mexicanos, que la padecen.
En México, la guerra no sólo se halla en las acciones de armas, también en las nefastas condiciones de vida de la gran mayoría, en el desapego entre gobierno y sociedad. Por ello no hay paz ni sosiego. Por ello, Tlatlaya y Ayotzinapa no son solamente un símbolo, son una terrible realidad vigente. 

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