sábado, 28 de febrero de 2015

La confianza: el líder
Gustavo Gordillo/i
(Versión libre inspirada más no determinada por el reportaje de Arturo Cano en La Jornada del pasado día 25)
S
e mira al espejo. Concluye satisfecho que sus 95 años casi ni se notan. Se acuerda que llegó de niño y Don Líder Sempiterno le agarró confianza. Desde entonces todo fue ascender. Desde el elevador del viejo edificio hasta el ascensor de la movilidad social especialmente diseñado para los líderes sindicales empeñosos y disciplinados, sobre todo.
Quién sino él, listo para enfrentar las turbas del izquierdista Galván.¡Traidores,concupiscentes! ¿Para qué queremos aumentos si se va a disparar la inflación? ¿Y la democracia sindical con qué se come?
Quién sino él, listo para sumarse al bloque patriótico obrero-campesino contra los anarquistas estudiantes del 68. ¡Traidores concupiscentes! ¡Fuera las ideas exóticas que demandan democracia cuando ya existe gracias a la patriótica conducción en aguas procelosas de nuestro Líder de las Instituciones!
Esos dedos flamígeros anónimos, esos fantasmas del rumor y la concupiscencia, esas expresiones de rabia mal contenida, envidiosos y envidiosas del infatigable ascenso nacional, esos provocadores de la división nacional siempre querrán crear confusión y consternación en la noble y sabia, aunque a veces caprichosa opinión pública.
Pero claro uno se pregunta: ¿siendo tan leales como son y tan patrióticos como se ufanan ser, por qué han sido marginados del poder? No se crea el querido lector y la querida lectora que simplemente se apendejaron.
Su oficio era engañar a las masas y al prójimo que se dejara. En el camino se embuchaban cuanto dinero y posesiones cruzaban por sus dominios. Eran algo así como despojos de la guerra que acababan de ganar. Esas guerras lo mismo eran relleno de ánforas, acarreo de masas para votar, huelgas locas o secuestros de inconformes. También ofrecían consejos ciertamente interesados pero certeros al Jefe Supremo. Hasta que éste decidió rodearse de puros doctorados de Harvard, MIT, Princeton y Yale. Los odiados tecnócratas. Además con estudios en las prepas católicas y licenciaturas en el ITAM o de perdis en la Ibero o el Tec de Monterrey.
¡Pero qué saben¡, exclamaron furibundos hace 30 años estos fundamentalistas del déficit cero, estos promotores del dilema del prisionero, estos dramaturgos de múltiples tragedias incluyendo la de los comunes, estos impresentables marcados de por vida con el Índice de Gini, estos peripatéticos de la ley de Engel, estos arquitectos de las ventajas comparativas y adoradores del caeteris paribus! ¡Qué saben de lo que sueña y anhela el pueblo, el verdadero pueblo!
Qué saben de las proezas anónimas de quienes imaginamos, diseñamos, ejecutamos e innovamos en el entonces ignoto campo de los derechos ciudadanos. Ratón loco, carrusel, urnas embarazadas; en fin, un sinúmero de nuevas tecnologías adaptadas a nuestra cultura, a nuestra forma de ser con el generoso propósito de orientar y en su caso reconducir el sentir popular hacia su destino manifiesto. Nosotros.
¿Y ahora qué?
Marchas por todos lados, pactos con los parrapas, esos que viven aquí en la esquina, para oprobio de México, con su suciedad y holganza.
¿A quién benefician? A la Patria, no. A los ciudadanos, menos. Ahora están confusos, no saben por quién votar. Antes tampoco, pero tenían a sus orientadores. ¡Nosotros meros! Pero que no le quepa duda a los prevaricadores: somos leales y disciplinados.
Y con todo, se dice frente al espejo poco antes de develar la estatua a sí mismo que rinde cuenta de sus proezas: nosotros no tenemos problema de desempleo. Estos avances los hemos logrado sin invadir calles. Desempleo e informalidad los otros.
Todo orgulloso y seguro de sí mismo se encamina a la ceremonia donde afirmara con contundencia y recto patriotismo frente a sus detractores: ¿Qué porque los trabajadores están jodidos yo también debo estarlo?

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