miércoles, 25 de febrero de 2015


México, 2015: el dilema del voto

Share
“De acuerdo, no es el gran dilema, pero ¿hay que votar o no hay que votar?”
Por Armando Bartra
El 8 de febrero publiqué en La Jornada un artículo en que polemizo con “quienes llaman a no votar o anular el voto para así desfondar el sistema, mientras que otros pensamos que la electoral es parte de una gran batalla cuyo escenario son las calles pero también las urnas”. El 15, en Proceso, Gilberto López y Rivas polemiza conmigo. ¿En torno a qué? No me queda claro. Y es que su artículo en ningún momento llama a no sufragar, anular el voto o boicotear los comicios, que es el asunto central del mío. Más aun sostiene, como yo, que “no se trata de renunciar (…) a la lucha electoral, ni al partido como instrumento organizativo al servicio de la transformación social”, se declara, como lo hago yo, a favor de “organizaciones sociales unificadas a organizaciones políticas que se ganen el apoyo masivo en las urnas” y concluye admitiendo que “están en su derecho quienes quieren organizarse nuevamente por la vía (electoral) especialmente las bases de Morena”. Y por si fuera poco su artículo se llama igual que el mío. ¿Entonces cuál es la bronca?
Todos los de izquierda llamamos a organizar, movilizar y crear poder popular para así refundar a México. Algunos piensan hacerlo sin partidos y sin elecciones. Otros, como yo -y por lo visto Gilberto- creemos que no hay que “renunciar a la lucha electoral ni al partido”. Entonces, además de impulsar los movimientos, el reto que tenemos quienes no renunciamos es sacar de la inmundicia en que se encuentran a los partidos, los comicios y en general a la política institucional. El desafío es hacer de estos ámbitos, hoy enlodados, un terreno de lucha.
Ahora bien ¿quién, aparte de Morena, está tratando de construir un partido de nuevo tipo?, ¿quién, aparte de Morena, está planteando una alternativa electoral diferente? Y porque está en ese camino, el Movimiento arriesga, comete errores, reproduce vicios… Lo otro es clamar contra la clase política y en la práctica dejar la cancha a los personeros de la oligarquía, a los vividores, a los corruptos.
Ese es el dilema. No si hay que votar o no hay que votar, sino cómo los que “no renunciamos a la lucha electoral” hacemos del voto un ejercicio democrático, una forma entre otras de poder popular. Entonces el problema no es con Gilberto, que cuando menos en este texto no argumenta a favor del abstencionismo, sino con quienes sin proponer nada para dignificar la política institucional, llaman expresamente a no votar, a anular el voto o a boicotear las elecciones pensando que de esta manera deslegitiman al sistema. Y no lo plantean sólo para Guerrero, donde como están las cosas ciertamente los comicios no deberían realizarse. Ni sólo para estas elecciones intermedias, que como siempre serán comicios desangelados. El anulismo militante generaliza su escepticismo a todas las elecciones y todos los candidatos. Y además no es un planteo nuevo, se inauguró en 2006 impulsado por “La otra campaña” del EZLN, se repitió en 2012 y ahora se reactiva con los mismos argumentos. Señalamientos en los que se mezclan críticas muy pertinentes al autoritarismo del régimen y a los desfiguros políticos de las presuntas izquierdas, con descalificaciones de mala fe destinadas a justificar a posteriori las dañinas posturas de quienes se opusieron y se oponen a la participación electoral.
Y pese a que en este artículo no llama a no votar, Gilberto retoma algunos de esos argumentos. “Las izquierdas electorales -dice- no se organizaron ni tampoco organizaron a la sociedad para revertir el fraude que venía preparándose”. Suena pertinente la reclamación… pero vista de cerca es insostenible. Y es que para “revertir el fraude” primero tiene que haber fraude. En 2006 y en 2012 nos hicieron fraude porque les ganamos las elecciones o íbamos a ganárselas. Y se las ganamos gracias al activismo de cientos de miles de personas y a base de propuesta razonada, candidato creíble, organización de base y mucha movilización ¿Qué nos quedamos cortos? ¿Qué pudimos haber hecho más? ¿Qué se pudo haber defendido mejor el triunfo? Es posible. Pero para reclamar con autoridad moral por la forma en que hacen las campañas, quienes hacen campañas, y la manera en que defienden los resultados, quienes los defienden, primero habría que participar en ellas ¿no? A menos que se piense que la mejor forma de evitar los fraudes electorales es convocando a no votar, porque así los fraudes ya no serán necesarios.
No haber encontrado la manera revertir el fraude de 2006 y la compra de la elección en 2012 tuvo un altísimo costo en vidas que -estoy seguro- no hubiéramos tenido que pagar con López Obrador en la presidencia. Quienes trabajamos por un cambio de gobierno nos sentimos responsables por no haber hecho más y haberlo hecho mejor. Pero me pregunto cómo se sienten quienes llamando a no votar facilitaron la llegada no de la revolución sino de Calderón y de Peña Nieto. Sean autocríticos pide Gilberto. Sí. Pero todos.
En este debate la vía para el cambio es la cuestión de fondo. Y al respecto yo he propuesto “una combinación de movimientos y elecciones”. Fórmula simple pero especiosa para la que encuentro inspiración en partidos como el griego Syriza y el español Podemos, y en procesos de cambio ocurridos en América del sur. El respecto Gilberto demanda un “análisis de mayor calado”, y a continuación enfatiza el papel que en Venezuela, Bolivia y Ecuador tuvieron las “previas y francas rupturas”, los “movimientos indígenas” y las “revoluciones ciudadanas”. Recordatorio con el que no puedo menos que coincidir pues constituye la primera mitad de mi fórmula dual. ¿Está Gilberto de acuerdo con la otra mitad? ¿O es que cree que con un “análisis de más calado” se puede escamotear el papel decisivo, no exclusivo, que en la liberación de estos países tuvieron y siguen teniendo las elecciones?
Termino por donde empieza Gilberto, por la coyuntura. En el artículo en cuestión sostuve que gracias a la movilización por Ayotzinapa, a la incuestionable legitimidad de sus banderas y al amplio consenso con que contaba y cuenta, en diciembre de 2014 vivimos una para México inédita crisis de Estado “que apuntaba a la caída de la administración y a un reacomodo político que abriera paso al cambio de régimen por la combinación de elecciones y movilización social”. Precisamente el tipo de “revolución ciudadana” que según Gilberto hizo posible el cambio en algunos países del cono sur.
Pero para mi sorpresa lo primero que a Gilberto le parece sin “sustento” del artículo, es que yo sostengo que “¡Fuera Peña!” era la “bandera más flameante” del movimiento. Y no, dice él, “¡Fuera Peña!” no era más que “una consigna que cobra fuerza entre algunos contingentes que participan en las marchas”. ¿Cientos de miles exigiendo una y otra vez en las calles la renuncia del presidente de la República, mientras el mundo entero lo estigmatiza es poca cosa, es una consigna más?
Ante esta radical diferencia de apreciación, lo de menos es que a continuación Gilberto confunda mis objeciones al boicot electoral que -asociado a un Constituyente Ciudadano y una nueva Constitución- planteó la “izquierda eclesial” (los obispos Raúl Vera y Ramón Castro, los sacerdotes Alejandro Solalinde y Agustín Concha y laicos como Javier Sicilia), con presuntas críticas al Congreso Popular que sesionó el 5 de febrero y al que yo nunca me referí.
Lo que importa es que en mi visión de la coyuntura -y por lo visto no en la de Gilberto- a fines de 2014 estuvimos más cerca que nunca de un quiebre político sustentado en el descontento y la multitudinaria movilización social, que avanzara hacia un gobierno de transición, un nuevo Constituyente y una nueva Constitución y con ello hacia la refundación el país.
NOAL
Lo cual era posible si el presidente y los Secretarios nos seguían ayudando con sus torpezas y si las fuerzas movilizadas y posibles de movilizar se hubieran concentrado en procurar la salida de Peña Nieto. Exigencia que, entre otros personajes menos visibles, planteaba una y otra vez López Obrador (¿será por esto que a algunos no les parece tan “flameante” la consigna?).
En esas excepcionales circunstancias, plantear la abstención, el boicot electoral, el Constituyente Ciudadano, la refundación de México o cualquier otra cosa, sin poner en el centro la salida de Peña Nieto, era “darle un respiro”. Y se lo dimos. Ni modo.
Colofón. Hay en México un fundado descreimiento en las elecciones y algunos llaman a abstenerse. Con ese motivo escribí un artículo donde en esencia sostengo que no sufragar, hacerlo en blanco o boicotear los comicios es hacerle el juego a los personeros de la oligarquía que se perpetúan electoralmente gracias a sus clientelas y comprando el voto. Gilberto me contestó, pero extrañamente de esto que es el centro de mi argumento y de un intenso debate nacional, no dijo nada, absolutamente nada. En cambio más de dos tercios de su texto son críticas -unas justas y otras injustas- a Morena y a López Obrador, que son quienes bien que mal llaman a movilizarse socialmente y a votar por la izquierda. ¿Cuál es el mensaje?

No hay comentarios: