Enrique Peña Nieto es secundario: es el PRI lo que nos preocupa, y más que éste, quienes lo manejan. Atrás o arriba del títere está el titiritero, y éste no es un dinosaurio, como muchos creen, sino un pequeño conjunto de hombres de empresa que mangonea toda la política o, mejor, la política que interesa en México para beneficio de ellos. Los priístas son los que saben hacer lo que quieren y necesitan esos empresarios quienes, dicho sea de paso, le deben sus haberes a otro títere que también impusieron: Salinas, pero más inteligente y hábil que el mexiquense de ahora.
No nos confundamos. Ellos impusieron a Salinas porque él, su ideología y su forma de ser, representaba lo que necesitaban. Poder presidencial es poder nacional, de ahí que había que poner al presidente, un lacayo hábil, leal, cumplidor, autoritario, corrupto e ideológicamente neoliberal. Ellos querían un gerente para dirigir la marcha y el destino del país y lo lograron. Sabedores de que un gerente debe pensar y actuar en el mismo tono y con la misma música del consejo de administración de México, SA, lo impusieron, y luego a otro (Zedillo) que les resultó igual de útil, pero dado el desastre que ambos dejaron en el país, buscaron la ilusión de la alternancia, el éxito de la oposición para, en un acto de gatopardismo, conseguir lo mismo pero con otro partido igualmente neoliberal aunque menos preparado para manejar el país. Fox y Calderón no fueron una buena apuesta, pese a que protegieron los intereses de los dueños del país, y fue así que éstos buscaron y proyectaron una imagen (en tiempos en que la imagen es más importante que el contenido): la de un joven ambicioso que fotografía bien, y más con su esposa. Dos buenas imágenes son mejores que una, sobre todo en televisión de alta definición.
El asesor de Peña Nieto, el verdadero y no el que parece, es Carlos Salinas, el mejor gerente que ha tenido México, SA. Carlos Salinas pasó de gerente a socio y ahora forma parte del mismo grupo de propietarios, seguramente con prestanombres. Zedillo prefirió ser socio de las empresas extranjeras que privatizó y Fox, bueno, Fox se conformó con un ranchito donde vive muy a su gusto pues está en su elemento natural y del que nunca debió salir. Calderón, como Zedillo, se irá del país y probablemente monte una empresa de guardia y protección mundial para proteger de los malos a los buenos (o al revés) en cualquier lugar donde se requieran sus servicios, por lo cual fracasará, pues no es confiable.
El PRI, así las cosas, es sólo un partido que aprendió a serlo y logró reconstituirse, a diferencia de las izquierdas que iban a refundarse y no lo hicieron. El problema del PRI es que sólo sabe hacer lo que aprendió en décadas de ejercicio del poder, es decir trampas, engaños y transas. Cuando Salinas le cambió en 1992 la ideología, el partido ni pio dijo, pues en realidad no le interesaba ni le interesa. Y no le interesa pues fue un partido creado desde el poder en apoyo a éste, es decir a su presidente de la República en turno. Fue un partido del régimen que lo creó y cuando el régimen cambió abandonando toda suerte de estatismo, el PRI también, adecuándose al neoliberalismo de sus nuevos jefes (estatismo y liberalismo, recuérdese, son antagónicos). Sus jefes siempre fueron los presidentes del país hasta que llegó Salinas. Zedillo nunca pudo ser jefe del PRI y Madrazo menos, pese a que desde 2002 hizo todo lo posible por adueñarse de él y ser su candidato presidencial. Estos dos últimos fueron meros accidentes políticos; el primero porque era el único viable del gabinete para sustituir a Colosio (pues había renunciado al cargo para ser coordinador de campaña del candidato) y el segundo porque era enemigo de Salinas y de Zedillo e, ilusamente, quiso hacer las cosas por su cuenta en alianza (error) con la salinista Elba Esther Gordillo. El fracaso de Madrazo en la elección de 2006 fue el foco rojo que llevó a su partido a buscar su recomposición. Para entonces Salinas ya estaba de vuelta de sus vacaciones forzadas en el extranjero. No hizo alianza con Fox pues lo detestaba desde que éste, siendo diputado, se burló de él, pero sí influyó tras bambalinas para que sus protegidos y él mismo no fueran tocados, incluso logró que en 2005 su hermano Raúl fuera exonerado después de 10 años en prisión. De Zedillo y de Fox se encargó en su libro La década perdida (2008). Ahí la agarró también contra López Obrador.
El PRI de ahora es diferente al de antes, no en mañas pero sí en ideología. Salinas diría que ésta es el liberalismo social, pero en realidad es el neoliberalismo que, contra lo que muchos creen, no es igual al liberalismo ni una continuación de éste. El neoliberalismo está basado en una altísima concentración de capital tanto financiero como industrial y comercial, por lo que fomenta la existencia de monopolios y oligopolios (lo que en teoría no propondría el liberalismo partidario del libre mercado). Para realizarse y reproducirse requiere de gobiernes fuertes hacia adentro y débiles hacia afuera, más parecidos a lo que se espera de una presidencia municipal (Hirst y Thompson) o de una gerencia que al gobierno de países soberanos, autónomos y fuertes. Por lo mismo, no le son funcionales gobernantes que guarden una cierta autonomía de los poderes neoliberales a escala mundial ni defensores de la soberanía de las naciones ni del desarrollo de éstas como tales. De aquí el rechazo total a políticos como López Obrador, quien bien ha insistido en un cambio de régimen como condición para mejorar la situación del país y de los mexicanos.
El PRI y Peña Nieto garantizan a sus amos lo que éstos necesitan. El Movimiento Progresista y AMLO, en cambio, los amenazan. Había que cerrarles el paso, como lo hicieron en 2006, pero ahora con más recursos y medios.
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