Morena es la alternativa a dos posiciones extremas. La de los pesimistas que creen que México no tiene remedio y que eso les justifica a ellos no hacer nada. Y los optimistas que piensan que porque a ellos les va bien, al país le va bien y por lo tanto no es necesario hacer nada. Morena sostiene que el país está mal, muy mal, pero confía en que pueda resurgir. Postula que son necesarios cambios fundamentales no sólo en nuestra estructura económica y política sino también en los principios que deben gobernar la conducta de los políticos. Morena se va a insertar en un medio particularmente difícil y para prosperar tendrá que generar condiciones internas que, por lo general, no se han dado a los partidos de oposición, y además, verse favorecido por condiciones externas que la nueva organización tendrá que aprovechar.
Por lo que toca a lo interno: tendrá que levantar una organización democrática sustentada en 300 asambleas celebradas en todos los distritos del país y en 32 asambleas estatales cuyos trabajos se verán coronados por una gran asamblea nacional. Y todo esto sucederá en el angustioso plazo de 11 semanas. De este trabajo que involucrará a más de 125 mil personas surgirá el primer partido de origen verdaderamente democrático de la historia de México.
Deberá mantener el liderazgo de AMLO de modo firme. En una organización naciente el ejecutivo debe ser fuerte. Pero en una organización democrática deberá estar acotado y en forma progresiva se compensará con los poderes que surjan de la propia organización. Esto implica no sólo astucia sino disciplina y perseverancia, flexibilidad y firmeza, autocontención y energía, cualidades muy raras en nuestro medio.
Respecto del exterior, Morena debe mantener una relación de firme alianza con los demás partidos y fuerzas reformistas. La tradición de la izquierda mexicana apunta en dirección contraria. Morena debe aprovechar la caída, el debilitamiento y el entreguismo del PAN para convertirse en la única oposición verdadera y atractiva. También debe aprovechar el desgaste inevitable del PRI. Su candidato (ahora presidente electo) no podrá combatir a los monopolios porque son ellos los que lo han impuesto. No podrá transparentar la función pública porque sus líderes requieren de la opacidad para sus grandes negocios. No podrá detener el deterioro económico y social del país porque las políticas a las que se ha comprometido son las que han provocado nuestra decadencia. No podrá detener la violencia porque fue la descomposición del PRI la que la generó. No podrá combatir la corrupción porque ha puesto en las manos de los más conspicuos corruptos la tarea de limpiar la administración pública.
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