Parece que el recorrido de Enrique Peña Nieto por América Latina fue bien concebido, y no aquella pifia vergonzosa de convocar a los mandatarios centroamericanos en Guatemala como si fuera una reunión de amigos a la que asistirían alegremente por tratarse del elegido mexicano (¿?). Por supuesto que la pretensión abortó lamentablemente, no sin sorna por algunos de nuestros inmediatos vecinos al sur.
Pero no, parece que esta gira sudamericana del presidente electo fue preparada con mayor profesionalismo, que por supuesto está teñido del interés político de Enrique Peña Nieto por reforzar su agenda mexicana. Por ejemplo, de su encuentro con Dilma Rousseff, Peña Nieto subrayó algunas características de la empresa petrolera Petrobras para concluir que a Pemex, y a la industria petrolera mexicana en general, le convendría enormemente la participación de los inversionistas privados, mexicanos o extranjeros. No llegó a utilizar el término privatización, pero así son las cosas: de desliz semántico en desliz semántico llegamos a un cambio político profundo que al final de cuentas nos entrega un sujeto que se nos escapa de las manos y que no hemos deseado en ningún momento. (Por cierto, la apertura de Petrobras a la iniciativa privada fue obra mucho más de Fernando Henrique Cardoso que de Lula o Rousseff.)
No resulta nada extraño lo que ocurre: muchos insistimos en que México debería voltear la cara hacia el sur, cosa que jamás decidió hacer Felipe Calderón. Peña Nieto lo hace apresuradamente, pero modificando de raíz el sentido de la petición: no subrayando lo que esos países han logrado como avance social y novedad de progreso, sino poniendo de relieve lo más general y obvio del capitalismo globalizado, para subrayar que también en México tal es la buena dirección.
Una gira que en definitiva procura mostrarnos que la globalización neoliberal es la normalidad del mundo y que de ninguna manera debemos sorprendernos o rechazar tal realidad, que en definitiva es la aceptada urbi et orbi. Dicho de otro modo: que cualquier desviación o búsqueda de alternativas en realidad resulta incongruente con la convicción más generalizada y desde luego un peligro de ostracismo y expulsión de las buenas familias para quien se atreva a llevarla a cabo, y que tal cosa sería catastrófica para México. Aquí es donde un estudio y un conocimiento serio de la situación latinoamericana enseñarían a Peña Nieto que la prosperidad (relativa) de esos países, su democracia actual (no despreciable después de echar a sus dictadores) y sus posibilidades de un mejor futuro les fueron abiertas precisamente porque antes desafiaron las reglas más intolerables del neoliberalismo, contra la propia élite y las élites internacionales.
Peña Nieto seguramente tampoco narró a los presidentes sudamericanos la polémica y la movilización en contra que ha suscitado en México una infame propuesta de reforma laboral (como la calificaron algunos de los líderes de los sindicatos independientes de México) que llevó a cabo hace unos días Felipe Calderón, pero en pleno acuerdo con Peña Nieto, con la idea de ahorrarle a este último la fuerte oposición que levantaría la iniciativa, y que para muchos simplemente es una iniciativa para destruir el salario, el empleo y el futuro de los trabajadores, con una economía con menores costos, pero a costa de los trabajadores, y que en realidad sigue el criterio de cargar a los trabajadores los costos de las crisis económicas mundiales, entregando a los trabajadores a la vil explotación. La oposición fuerte a esta infame iniciativa de ley abarca ya prácticamente todo el país y todos los sectores populares.
Incluso el director general de la OIT para México y Cuba, Thomas Wissing, sostuvo que el proyecto de reforma laboral de Felipe Calderón debe someterse a un debate público a fondo, con el fin de mejorar varios aspectos, sobre todo lo referente a la subcontratación (outsourcing) y la protección de los derechos de mujeres y niños.
Por lo demás, debe decirse que la bancada del PRD en la Cámara de Diputados entregó oportunamente una propuesta alternativa de redacción. Los legisladores del PRD rechazaron la propuesta del Ejecutivo por considerar inadmisibles la subcontratación que precariza el empleo, degrada al trabajador a mero objeto y legaliza fraudes laborales, a la seguridad social y al fisco. También criticaron las nuevas modalidades de contratación, sobre todo los contratos de capacitación inicial y a prueba, así como la suspensión en el pago de las cuotas sindicales. Por lo demás, la diputación perredista planteó crear el seguro de desempleo, la semana de trabajo de 40 horas, el acceso a condiciones de trabajo iguales y dignas sin distinción de género y la generalización nacional de los salarios mínimos. También la sustitución de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos por un Instituto Nacional del Salario Mínimo, Productividad y Reparto de Utilidades, así como la modernización del modelo laboral para la inserción exitosa del país en la globalización productiva.
En su propuesta, la bancada del PRD en San Lázaro planteó, además, el perfeccionamiento de las instituciones del derecho laboral para garantizar seguridad jurídica a trabajadores y empresarios, así como libertad, democracia y autonomía sindicales efectivas. Se extraña que Morena, en cuanto tal, no haya participado activamente en esta batalla por principios y en defensa de los derechos de los trabajadores mexicanos. ¿Absorbe su mayor tiempo la organización partidaria?
Por supuesto debemos esperar aún cuál será la reacción del PRI en su conjunto ante esta iniciativa, que tiene también un poderoso sector laboral, que a pesar de haber estado sometido inmemorialmente a los controles políticos del partido ( charrismo político y genuflexión) pudieran en un caso extremo como el actual dar señales de vida y tomar alguna iniciativa de rechazo, puesto que se trata de la existencia misma del artículo 123 y de la Ley Federal del Trabajo, que después de todo son la matriz de su existencia misma, de su ser
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