Pretendiendo ver simbólicamente hacia Latinoamérica, Enrique Peña Nieto ha comenzado sus viajes internacionales colocándose con gusto en la órbita estadunidense. Geográficamente ha dado sus primeros pasos diplomáticos hacia el sur, pero políticamente (al menos en las dos primeras visitas, a Guatemala y Colombia) su equipaje discursivo y su brújula están abiertamente orientados hacia el norte.
Tiempo inmediato tendrá para hacer replanteamientos en otras latitudes sudamericanas si es que la primera impresión que ha causado es errónea, pero en Guatemala tuvo ya su primer tropiezo al caerse la reunión de bulto que pretendía hacer con todos los presidentes centroamericanos convocados por el anfitrión, el general en retiro Otto Pérez Molina, llevado al poder por un partido ultraderechista y acusado de conductas represivas. Aun cuando sostiene un diferendo con Washington, pues apoya la despenalización del consumo de drogas, Pérez Molina ejerce un gobierno que privilegia la fuerza para atender problemas políticos y sociales. Si fuera necesario desprender algún intento de mensaje político del peñanietismo al escoger Guatemala y a su general presidente como primera visita, los augurios en México tendrían razón para ser sombríos (hasta Mario Vargas Llosa pide un cambio de rumbo).
En Bogotá su anfitrión formal ha sido el presidente Juan Manuel Santos, pero la figura dominante y la referencia verdadera es el policía colombiano llevado a general, Óscar Naranjo, insólitamente designado por Peña Nieto como asesor de Los Pinos para faenas antinarco, en una decisión que muestra menosprecio por las fuerzas armadas mexicanas y que representa el acatamiento de una línea de trabajo dictada desde Washington, donde el general en retiro funge también como colaborador del Banco Interamericano de Desarrollo.
Tan temprana exhibición de Peña Nieto entre generales, métodos represivos y tutela gringa se hizo acompañar de definiciones peligrosas. Como si compartiera la pasión por la violencia que caracterizó a Calderón, y plenamente embonado a las políticas gringas (Obama dijo hace días, sin darle su lugar a EPN, que estaba seguro de que éste continuaría la guerra contra el narcotráfico), el futuro jefe de las armas mexicanas repitió lo que el preceptor Naranjo había anunciado a finales de julio (en Astillero se habló del asunto: Pedir Naranjos al olmo bit.ly/M9HxO0 ): no habrá tregua ni pacto con los delincuentes. Además, en la capital colombiana elogió el método allá utilizado, que entre otras cosas significó la apertura sin pudor a la intervención estadunidense directa y la promoción y protección de bandas de paramilitares.
En tanto, ayer se realizaba una reunión binacional de altos funcionarios relacionados con la Iniciativa Mérida. Una delegación nacional viajó a la capital estadunidense para reunirse con otro grupo, éste encabezado por Hillary Clinton. Fue la cuarta sesión (la anterior sucedió en abril de 2011) y, aparte de trazar compromisos para un futuro que ya no comandarán los panistas, sino los priístas (plena demostración de que, para estos efectos, los cambios de siglas y apellidos dan lo mismo), tuvo como telón de fondo el incidente de Tres Marías en el que los mexicanos acribillaron una camioneta diplomática blindada y los estadunidenses sacaron del país, sin respeto por lo que quedara de apariencias de respeto a la legalidad mexicana, a dos personas con heridas menores que supuestamente eran agentes de la CIA sin acreditación diplomática alguna.
En el plano interno revivió alarmas la fuga de más de 130 en una penitenciaría de Piedras Negras. La autoliberación sin incidentes hizo reparar de nuevo en el delicadísimo rubro de los penales mexicanos que forman parte destacada del cuadro nacional de gravísima descomposición. No hay razón, si acaso por la cuantía, para asombrarse de lo recién sucedido: las cárceles son territorio sustraído a cualquier pretensión de control real por parte del Estado. Dominadas por cárteles, dirigidas por funcionarios que están sujetos a la implacable ley del plomo o la plata, convertidas en infiernos sin esperanza, esos centros de rehabilitación constituyen uno de los saldos apocalípticos del calderonismo que pretende escudarse en que los penales donde ocurren fugas y motines corresponden a estados de la República y no al gobierno nacional, pero lo cierto es que el virus principal corresponde a procesados y sentenciados por delitos del orden federal, concretamente por asuntos relacionados con el narcotráfico y otras formas de delincuencia organizada.
De entre el fuego discursivo cruzado que mantienen priístas y panistas a propósito de lo sucedido en Piedras Negras, tratando de responsabilizar unos a otros del desastre, destaca lo señalado por Manlio Fabio Beltrones, al hacer un llamado de atención al gobierno que se va para que no permita tanta laxitud en la disciplina, orden y responsabilidad porque el gobierno se les puede salir de las manos antes de que tome posesión Enrique Peña Nieto.
Las rigurosas palabras del priísta sonorense parecen tener sentido si se observa el gran repunte de ejecuciones, secuestros y enfrentamientos en diversas partes del país, en lo que pareciera una sangrienta disputa ante el debilitamiento del poder que se va y para negociar condiciones con el que está por llegar. Deudas, pactos, sustituciones, remodelaciones, reacomodos gerenciales y cuotas y sistemas heredados y por consolidar. ¿Salirse de las manos? ¿Para beneficio de quién? ¿Por maleficio de quién?
Y, mientras continúan los accidentes en instalaciones petroleras (las que a la vez están en la mira privatizadora: el presunto negocio del sexenio venidero), esta vez con un lamentable saldo fúnebre, y con Mitt Romney alejándose aún más de la posibilidad presidencial gringa, gracias a Mother Jones, ¡hasta mañana, preguntando si no será hora de que los gobiernos estatales dejen de subsidiar negocios de Televisa y Televisión Azteca, como se vio respecto a esta empresa en el accidente aéreo de Michoacán!
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