DESFILADERITO
La reforma laboral de Calderón, Peña y Ebrard
En España les llaman “contratos basura”. En Italia, “precarización del trabajo”. En México, “reforma laboral”. Pero en los tres países –y en muchos otros de Europa, de Asia y de América Latina– significan lo mismo: la destrucción de las conquistas históricas de los trabajadores, en beneficio irrestricto de los patrones y en consonancia con la abolición del estado de bienestar social.
Durante su caótica campaña, Josefina Vázquez Mota insistió en que la reforma laboral presentada al Congreso por Felipe Calderón permitiría la creación de 400 mil empleos (no dijo si a la semana, al mes o al año). Lo que bien se cuidó de explicar fue que esos empleos tendrían una duración brevísima: de unos cuantos días a seis meses, a lo sumo.
Las llamadas “modalidades de contratación” que plantea la reforma laboral –y que según Carlos Fernández Vega, en su columna de ayer en La Jornada cuentan con el visto bueno del PRI, el PAN y el PRD– relevarán a los patrones de toda responsabilidad sobre sus empleados: les impedirán organizarse en sindicatos, les negarán toda forma de ayuda si se enferman, les darán facilidades para despedirlos, para no concederles vacaciones, ni aguinaldos, ni reparto de utilidades.
Pero además los patrones no tendrán que pagarles la parte del salario que actualmente les descuentan para entregársela al Seguro Social. En consecuencia, quebrado por los gobiernos de Zedillo, Fox y Calderón –los dos últimos “gobernantes” lo saquearon para apoyar a “empresas de riesgo” como Coppel, Su Casa y otras que participaron en el fraude electoral de 2006–, el Instituto Mexicano del Seguro Social estará condenado a desaparecer, pues sus funciones estratégicas ya las realizan otros.
Los ahorros de los trabajadores ahora los manejan los bancos y apuestan con ellos en el casino de la Bolsa de Valores. La atención médica, en teoría, la proporciona el Seguro Popular, que es una inmensa entelequia. Por lo tanto, la reforma laboral que nos impondrán los tres grandes partidos de la derecha (PRI-PAN-PRD o el flamante PRIAND) acabará de desmantelar lo poco que aún queda en pie del modelo de Estado nacional creado por la revolución de 1910 y la Constitución de 1917.
Pese a que hay incontables evidencias de que el Mercado es incapaz de efectuar las acciones que le corresponden al Estado, los partidos de Calderón, Peña Nieto y Marcelo Ebrard darán un paso más rumbo al abismo. A fin de cuentas, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón restauraron el virreinato –que durante el sexenio de Peña Nieto será el mirreinato– de la Nueva España, y las empresas del reino de Juan Carlos I, quien en los hechos es también nuestro monarca, desean que en sus dominios del Nuevo Mundo exista una legislación laboral que les permita explotar a sus obreros mexicanos tal y como explotan a los gallegos, los asturianos, los castellanos, los aragoneses, los catalanes y los andaluces: sin el menor atisbo de compasión o piedad.
Ningún beneficio se desprenderá de esta decisión monstruosa, pero al menos dejará muy claro cuál es la verdadera naturaleza de la llamada “izquierda moderna” de Ebrard, el maquillista del PRD que, a partir del próximo mes de enero, según ha dicho, colocará la primera piedra de su candidatura a la Presidencia de la República, a la cual se siente con plenos derechos para suceder en el trono a Peña Nieto y extender de 2018 a 2024 la dictadura de Salinas de Gortari, con el que nunca, nunca, ahora lo vemos, nunca rompió.
Impaciente por asistir a la gran manifestación de los sindicatos, que esta tarde marcharán por el Paseo de la Reforma y anunciarán medidas para evitar que se apruebe la reforma laboral, hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, por si ocupan.
Jaime Avilés
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