Como al principio de este gobierno, ayer, en la casona de Donceles, sede de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, el tema de los convocados al último Informe de gobierno de Marcelo Ebrard fue Andrés Manuel López Obrador y Morena.
Cada cual con su opinión, cada quien bajo su propio riesgo, unos y otros parecían no escuchar lo que se decía en la tribuna de la cámara local, y llevaban el tema de un lado a otro, más con preocupación que con ánimo de discutir un chisme. ¿Qué va a pasar si Morena se convierte en partido?, preguntaban unos y otros en busca de una respuesta que torciera lo que parece inevitable: la separación de Morena de las otras expresiones con rumbos diferentes a lo que propone el movimiento del ex jefe de Gobierno.
Tal vez fue por eso que al final de su discurso, para que quedara claro, para que nadie se llamara a sorpresa, Marcelo Ebrard dejó en progresista el sello con el que se regirá el gobierno de Miguel Ángel Mancera, y le cercenó lo de izquierda, nombre con el que él sustentó sus acciones durante los pasados casi seis años.
El jefe de Gobierno electo no estaba en el acto. Unos aseguraban que Mancera estaba en China; otros, que fue cuestión de cortesía para no empañar con excesivos brotes de simpatía la última aparición de Ebrard frente a esta ALDF. Así que era imposible saber si estaba de acuerdo con dejar de llevar a la izquierda como principal eje de su futuro quehacer político. Por lo pronto, Ebrard decidió ayudarle con la carga y marcarle la ruta que habrá de seguir. Seguramente ya lo habrán platicado.
Total, la izquierda se borró de un plumazo y la incertidumbre de los asistentes seguía, aún al final del informe, presente en sus pláticas. Ninguno de los funcionarios actuales planteaba dejar el PRD, pero todos, con mayor o menor grado de preocupación, conjeturaban sobre lo que viene. Los más enterados platicaban de la posibilidad de una nueva alianza, ahora entre los bejaranistas de IDN y los afines a Alternativa Democrática Nacional (ADN), que jefatura Héctor Bautista, con el fin de lograr algo más dentro del PRD, pero lejos de la Nueva Izquierda de los chuchos, a quienes, pese al poder económico de esa tribu, la dan por muerta.
Y todo porque frente a ellos gravitan los casi 16 millones de votos efectivos que logró López Obrador, cuya parte más pequeña fue lograda por el PRD, es decir, Morena rebasaría al PRD, que alcanzaría apenas, si le va bien, algo así como 5 por ciento de la votación, pero seguiría en picada. Por eso los trabajos para tratar de recomponer ese partido ya se iniciaron, aunque todos estén conscientes de que ya entró en fase de vida artificial.
Por lo pronto, en el PRD ya saben que Marcelo Ebrard no se hará cargo del partido. Fue el mismo jefe de Gobierno quien se los dijo en una reunión en la que se situó cerca, pero no dentro del organismo, lo que advierte una carencia de liderazgo que ya no vislumbra más horizontes de sobrevivencia.
En eso se fueron las tres o cuatro horas que ocupó la reunión en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para informarse de los avances de la administración de Marcelo Ebrard en la ciudad de México.
De pasadita
Por cierto, Marcelo Ebrard presumió la importancia que su gobierno dio a la educación. Dijo que con el programa Prepa sí se apoyó a 530 mil jóvenes; aseguró que la deserción en el Distrito Federal bajó a 6 por ciento, y el promedio de calificaciones escaló de 7.3 a 8.2. Es uno de los programas más exitosos, destacó, y olvidó –o no quiso enfrentar– el oprobioso caso de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que sigue con cuatro de sus planteles en paro por el capricho de la rectora Orozco, a quien su administración felicitó por haber sido aceptada por el Sistema Nacional de Investigadores, donde seguramente la señora Orozco tampoco necesitó de título o cédula profesional para ser parte de él. ¡Qué país!
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