Septiembre en la alta sierra es el mes en que las ardillas y los pájaros carpinteros comen hasta saciarse de la bellota que da en abundancia el encino. La recogen y esconden haciendo agujeros entre los troncos del mismo, almacenando así su alimento producido por el árbol que habitan. Se abastecen para el crudo invierno. También es este el mes cuando el sol irradia ya sin sombras de temporal y tiñe de flores silvestres multicolores las praderas. Se admiran, como el mar movido por el leve viento, a través de los mezquites a la vera del camino.
Chicotean las herraduras en la plaza del pueblo el catorce, víspera del día que el general Díaz instituyó como el aniversario de la independencia porque él mismo cumplía años. Ataviados los charros en su día, las vestidas de Adelita van a pie. El quince, las carreras parejeras son la atracción. Como principal variedad se enfrentaron dos portentosas yeguas, una local y otra traída de fuera. La nuestra, una briosa retinta, llevaba tres carreras invicta, se había hecho fama y le traían ganas en los alrededores. Tantas, que nos ganaron sorpresivamente por casi tres cuerpos con una tordilla de pata delgada y larga de torso que pareció volar más que galopar. Desde que las arrejuntaron para que se olieran el nervio mutuamente antes de introducirlas sus jockeys al arrancadero, observé un fulgor de obsidiana en la mirada de la contrincante, y supe que todos en el pueblo perderían sus apuestas, sus ahorros malgastados, y así fue, perdió la retinta levantándose la polvareda del fango seco. Los serranos confundidos tras la derrota que ya miraban como ganancia segura, lanzaban al suelo sus sombreros ante la decepción, mientras los visitantes se alzaban con coros de festejo. Desfilaron los carros alegóricos después de las parejeras y desde luego se remató como cada año la fiesta del aniversario independentista “haciendo honores al barril”… lo que siempre alebresta pleitos e inspira aullantes voces aguardentosas a cantar.
Septiembre patrio para evadirse, para reunirse a celebrar. Aunque acontezca una salpicada de cadáveres tirados, de políticos asesinados sobre el magullado territorio y se pire “de gira” Peña Nieto al más puro estilo priista estrenando jet; derramando a su paso la vergonzosa demagogia aprendida de sus apoderados, los habitantes del México profundo al parejo del supuestamente civilizado, se emborrachan. Intuyen los primeros que fue fallida su independencia, que corren el riesgo de ser sometidos por patrones que los esclavizarán ahora con “macro económica sofisticación” cuando ellos lo que añoran y desean es el producir sus propias tierras.
Este año, en el desfile capitalino, dicen que el despliegue de patriotismo fue organizado por Calderón a la manera no se supo si de Fidel o de Hitler o una mezcla de ambos. Que se reveló el tenor de la amalgama que llega al poder formada por salinistas y tecnócratas. Que se envió la señal del acartonado entrenamiento militar con falsa pantalla “de limpieza, de felicidad, de efectividad”.
Era obvio y esperado el abucheo para Calderón el día del grito desde abajo hacia el balcón de palacio nacional. Si hubiera asomado la cara por ahí también Peña, hubiesen sido doble y más intensamente rechazados por la mayoría presente en el Zócalo. Que hoy hubiera sido obsceno desperdiciar tomates o huevos, dadas las circunstancias, para retirar del balcón a estos personajes indeseados.
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