DOBLE PUNTILLA
Ricardo Monreal Ávila

Una sentencia pitagórica sugiere: “¡Legislador, no des al pueblo dos leyes el mismo día!…Si no das tiempo al pueblo para conocer una, terminará desconociendo las dos”.

El gobierno se prepara para recetarnos dos sendas reformas no el mismo día, pero sí en las próximas semanas. Una para privatizar la renta petrolera y otra para aumentar los impuestos en al menos 4 puntos del PIB. Nada populares las dos. Son sendas puntillas a la economía nacional y familiar. Sin embargo, decidido está que una alianza legislativa PRI-PAN, marinada en el Pacto por México, saque adelante ambos proyectos lo más pronto posible.

El argumento es el mismo que tuvieron en su momento Zedillo, Fox y Calderón. Hacer crecer la economía a partir de un sector energético privatizado y dar al Estado recursos fiscales suficientes para enfrentar sus crecientes compromisos sociales y económicos (desde pensiones hasta programas de combate a la pobreza). La estrategia mediática también ha sido la misma: dramatizar sobre las consecuencias económicas catastróficas para el país en caso de no aprobarse, exagerar las presuntas bondades y ventajas sociales para la población, y demonizar políticamente a los que se opongan.

Peña Nieto va por el cuarto intento…, con un agravante. A las presiones de 18 años de problemas sociales y económicos acumulados, se sumaron los compromisos de campaña contraídos ante notario público y aquellos reasignados en su momento en el Pacto por México. Tan sólo el “sistema de seguridad social universal”, requiere 900 mmdp. Pero no es el único.

El portafolio de compromisos electorales de la campaña presidencial (266), más los propios del Pacto equivalen conservadoramente a 1.6 billones, es decir, diez puntos del PIB. ¿De dónde obtener estos recursos? Literalmente debajo de las piedras y debajo de los colchones y bolsillos de los mexicanos. La privatización de Pemex va por la riqueza debajo de piedras y aguas profundas, mientras que la reforma fiscal va tras la cartera y las bolsas del mandado de los mexicanos. Esta es la doble puntilla.

Ni el gobierno ni el PRI han presentado formalmente su propuesta de reforma energética y fiscal. Sólo filtraciones y adelantos mediante la prensa extranjera. Sin embargo, el gobierno no es suicida. No soltará esa vaca lechera que es Pemex sin antes tener asegurado su reemplazo. El año pasado Pemex tributó al fisco 800 mmdp, tres veces el ISR que pagaron todas las empresas privadas del país en su conjunto.

La apertura del sector petrolero no modificará sustancialmente esta condición de ubre fiscal. Los gasolinazos mensuales seguirán, así como la sangría a cargo del sindicato y de los contratistas petroleros. En cambio, las futuras áreas de inversión privada se regirán por las nuevas reglas fiscales y laborales, más laxas y liberales, que ya rigen en el país.

Al final del camino habrá dos Pemex: el oficial, es decir, el causante cautivo del gobierno, con su sindicato oficialista y corrupto, que se viste de gala cada 18 de marzo; y el privado, el de los contratos incentivados, con trabajadores de segunda en términos de prestaciones sociales y el que venderá y exportará combustibles, aceites y energía tan cara como lo permitan el mercado, los organismos reguladores y el principio de la máxima ganancia.

La reforma fiscal será la segunda gran fuente de recursos para el gobierno. Cuatro puntos más de IVA, sin alimentos y medicinas, darían 140 mmdp frescos (a 35 mmdp por punto). Si se incluye una canasta de alimentos y medicinas, aumentaría 20-25 mmdp más. Un ISR de hasta 37% a personas con mayores ingresos y la eliminación de regímenes especiales a corporaciones empresariales podría aportar, en el mejor escenario económico, hasta 200 mmdp. En total, 365 mmdp frescos estaría recaudando la reforma fiscal, de dos a tres puntos del PIB.

Groso modo, la combinación de reforma energética y fiscal podría dar al gobierno de 600 a 700 mmdp en dos años. Insuficiente aún para cumplir con el portafolio de compromisos electorales presidenciales, pero suficiente para que el PRI obtenga el control de la cámara de diputados y la mayoría de ayuntamientos y gubernaturas en disputa durante ese tiempo, y con ello posicionarse para volver a imponer las reformas fiscal, energética o cualquier otra que se le venga en gana…, con o sin PAN y PRD, con o sin Pacto por México, o lo que quede de él.

Insuficiente para crear el millón de empleos por año que necesita el país y para garantizar la solvencia fiscal que requiere el Estado mexicano, las reformas de las próximas semanas serán suficientes en cambio para dar la puntilla a una economía prendida de alfileres y a un océano de empresas y familias que viven en la precariedad y en la subsistencia.

Para propinar este doble puntillazo al país, el gobierno y el PRI contarán seguramente con el apoyo del PAN y de un sector del PRD. El PAN ya está cobrando por adelantado los beneficios de su alianza gubernamental. Retuvo el gobierno de Baja California mediante una abierta “concertacesión”, el gobierno archivó las denuncias por corrupción de connotados panistas en el tema de permisos ilegales a los casinos y habrá de sacar por anticipado una reforma política a su imagen y semejanza.

El sector pactista del PRD, por su parte, obtendrá el reconocimiento del DF como el estado 32 del Pacto Federal, la aprobación de nuevos techos de endeudamiento público a sus gobiernos locales por parte de Hacienda, recursos frescos para los programas sociales en los municipios perredistas y una reforma política donde se reconozca la segunda vuelta presidencial y delitos electorales contra gobernadores. Todos sacarán una parte del pastel fiscal y lo cobrarán por adelantado antes de dar su voto en el Congreso, sin importar que esté de por medio la viabilidad económica y de miles de empresas y la subsistencia social de millones de familias pobres y de clase media en el país.

Tal como están planteadas, las reformas fiscal y energética (hermanas siamesas en objetivos y destino) ayudarán seguramente al gobierno de Peña Nieto a cumplir en parte sus compromisos electorales. Sin embargo, para el país y la mayoría de los mexicanos son una doble puntilla, un doble descabelle, que seguramente recibirán el desprecio de la sentencia pitagórica emitida hace más dos mil cuatrocientos años.