domingo, 25 de agosto de 2013

El Despertar
 ¿Por qué no venden Baja California?
José Agustín Ortiz Pinchetti
L
a contrarreforma energética ha hecho patente cómo el régimen encubre sus verdaderos propósitos. Todo el mundo sabe que quiere entregar los recursos más estratégicos a los consorcios internacionales. Pero se trata de convencer a la nación con una campaña de televisión de que en realidad el petróleo, como el aire, el agua, el sol y la alegría de vivir seguirán siendo nuestros. El gobierno está bajo presión: necesita cumplir sus promesas a los intereses de aquí y de fuera. La perspectiva financiera es oscura: difícil salvar al gobierno si no vienen recursos masivos.
Enrique Krauze ( Reforma , 18-08-2013) alaba la prudencia de Lázaro Cárdenas para lograr la nacionalización. Peña no parece tener esa cualidad; es un presidente apostador. Es muy difícil pensar en un momento más inoportuno para retar a un pueblo donde siete de cada 10 repudian la reforma. Lo peor es el fondo del asunto: México ha caminado por décadas entregándonos cada vez más a las doctrinas e intereses extranjeros. Parece que su única esperanza es el sometimiento a Estados Unidos, pero esto no ha funcionado. Las privatizaciones han terminado en un desastre para nosotros.
Poner los recursos estratégicos en manos de los más codiciosos empresarios y convertirnos en un protectorado no resolverán nuestros problemas. Hay que pensar en algo más original. Por ejemplo vender Baja California. La península es un hermoso brazo de tierra que mide unos mil 500 kilómetros y tiene 3 mil kilómetros de costas, con buen clima, rico en minerales y el Mar de Cortés, llamado el acuario del mundo. La economía es un apéndice de la poderosa California. Sus ciudades importantes están prácticamente conurbadas con ella. Los extranjeros han privatizado la mayoría de sus playas. Los estadunidenses pagarían buen precio: cuando menos el equivalente a las deudas externa, interna y algunos miles de millones de dólares más; de pronto volveríamos a ser solventes. Y podríamos endeudarnos de nuevo para enriquecer a la clase política que exprimió a Pemex hasta agotarlo. No se hablaría de una venta: esto podría irritar. Se diría que es una concertacesión. Tampoco se hablaría de pérdida de soberanía o de territorio. Más bien de una alianza de soberanías o de uninteligente desarrollo binacional del Mar de Cortés. La prosperidad llegaría a los californianos y desde Sonora veríamos la península con nostalgia y amargura, pero los espots nos convencerían de que ha sido el mejor negocio.
Cuando me permito esta ironía pienso que la esperanza no está en los partidos de oposición que se mantienen (inexplicablemente) en un pacto vergonzoso, sino en la capacidad de resistencia y dignidad de nuestro pueblo. Quizás podríamos invocar el espíritu épico de 2005 que quebró el intento de desafuero de López Obrador.

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