Dos semanas después de que el gobierno federal usufructuó la respuesta a los desastres, lo que ahora sigue es el deslinde de responsabilidades…
En casos de desastres, la federación sirve para dos cosas: por un lado, para que el presidente de la República en turno se luzca con los damnificados y haga campaña con el dolor y la desgracia de ellos; por el otro, para que los tres órdenes de gobierno diluyan sus respectivas responsabilidades, por las laderas de la burocracia escurridiza.
La fórmula es muy sencilla: para lucrar políticamente con la tragedia, tenemos la figura del Presidencialismo Trinitario (el presidente en turno se convierte a la vez en el gobernador y en el alcalde de las zonas devastadas); pero a la hora de deslindar responsabilidades, asoma el Federalismo incompetente e irresponsable: “Yo alerté, pero no me hicieron caso. Yo no fui, fue teté”.
No hay que ser Laura Bozzo para saber el scrpit que seguirán ahora las autoridades involucradas en esta inevitable rendición de cuentas: “Que pase el desgraciado: yo avisé a tiempo a ____________ (gobernación, gobernador, presidente municipal, población); pero el desgraciado _____________ (presidente municipal, gobernador, gobernación, población) no atendió el llamado”.
¿Qué hacían los responsables de los tres órdenes de gobierno al momento de la tragedia? De acuerdo a la información periodística disponible, Manuel causó su primera víctima mortal en el río de la Sabana en Acapulco a las nueve la de la noche del sábado 14 de septiembre. A esa hora, el alcalde Luis Walton terminaba de dar su primer informe de gobierno (ceremonia breve, austera, en local cerrado, sin posibilidad de cancelarlo por dos razones: por mandato legal debe comparecer ante el cabildo en esas fechas y, además, a esa hora el semáforo del Sistema Nacional de Protección Civil mantenía en color amarilla, no naranja ni roja, la alerta sobre la tormenta); procediendo de inmediato a solicitar la activación del Plan DNIII-E a las autoridades estatales y militares correspondientes. Esto me consta, porque estuve presente en ese evento.
Por su parte, a esa hora, el gobernador del estado, Angel Heladio Aguirre, sostenía una reunión con el consejo estatal de protección civil para evaluar las acciones preventivas, y a la espera de que el semáforo del SNPC de gobernación decretara oficialmente la alerta naranja, situación que ocurrió hasta las 1:30 de la mañana del domingo 15 de septiembre (ver comunicado 8 del sistema de alertamiento de tormentas tropicales del SNPC, por el que se rigen los protocolos de protección civil de estados y municipios), cuando ya había decesos, deslaves e inundaciones en Chilpancingo, en Acapulco y en la autopista del Sol.
¿Qué pasaba en la Ciudad de México a las nueve de la noche del sábado 14? Las autoridades federales custodiaban el zócalo, monitoreaban a los maestros de la CNTE reubicados en el monumento a la Revolución y seguían festejando ante los medios de comunicación el desalojo magisterial del día anterior. Zócalo y CNTE, no Manuel ni Ingrid, eran su máxima prioridad.
De acuerdo a las imágenes de satélite, a las cuatro de la mañana del domingo 15 de septiembre, las dos tormentas se encontraron cara a cara en la zona alta de la montaña en Guerrero y Oaxaca: la tormenta perfecta, algo que no ocurría desde hace medio siglo. Por la mañana el alcalde de Acapulco anuncia la cancelación del grito de independencia y el desfile de las fiestas patrias. Lo mismo harían sensatamente en diversos municipios de Tamaulipas, Veracruz y Oaxaca.
En el zócalo, en cambio, esa noche hubo Grito, fiesta pirotécnica y el desfile militar al día siguiente, lunes 16. Lo único que se canceló fue una cena: cuando ya había media centena de muertos, los primeros 10 mil damnificados, una autopista colapsada y el cerro de La Pintada desgajándose.
Este es el federalismo en desgracia que debe ser sentado en el banquillo de la rendición de cuentas, no mediante linchamientos escenográficos al estilo Laura Bozzo de tal o cual nivel de gobierno, sino con los recursos de la transparencia, la información y el valor cívico para reconocer que somos muy buenos para responder después de los desastres, pero muy malos para prevenirlos. Todos. Y todos, somos todos.