Así como la violencia genera violencia, la sensibilidad despierta emociones y sentimientos que nos permiten ver el mundo con otra óptica, dejando a un lado el poder y el dinero.
Andrés Manuel no sólo se ha dado a la tarea de denunciar la corrupción y el abuso de los gobiernos prianistas que han contribuido a la descomposición del país, ni se conforma con el Proyecto Alternativo de Nación que viene defendiendo desde la campaña por la Presidencia, que ganó.
Su gran labor ha sido la sanación de ese sentimiento de frustración que vivimos tras el fraude electoral.
Para curar un dolor del alma, lo primero es expresarlo y ser escuchado, y eso es justamente lo que ha hecho Andrés Manuel en su recorrido histórico a través de los pueblos olvidados de México. Escuchar los problemas de la gente y prestarles atención, corresponder con miradas y apretones de mano a su confianza. Sólo de esa manera se explica que ante su llamado, la gente siga inundando el Zócalo y las plazas municipales.
La reacción del pueblo ante las acciones del Presidente Legítimo es positiva e impresionante. Sólo quien ha asistido a una concentración, a una marcha o a un mitin puede entender lo que trato de explicar. El domingo pasado fue tan emotivo el discurso de Andrés Manuel que las campanadas de la Catedral ya no consiguieron su objetivo. Nadie protestó ni se sintió incómodo, al contrario, la gente guardó silencio absoluto para no perder ni una sola palabra de su Presidente. A esa acción, provocadora o no, correspondió la reacción inteligente de la gente.
Esto es lo que se llama transitar por la civilidad y la no violencia. El ejemplo del líder está calando hondo y va a ser la clave para lograr la transformación sin derramamiento de sangre.
La derecha retrograda debería de agradecerlo en vez de echar a andar su maquinaria trillada de descalificaciones y provocaciones
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