Anoche, después de hojear los periódicos y saltar de una noticia mala a otra terrible y de esa a una tonta exigencia: que pruebe AMLO que no está contra la iniciativa privada, me quedé despierto largo rato, preguntándome lo que a muchos mexicanos nos inquieta: ¿cómo apuntalar lo que se está derrumbando? ¿Cómo superar las pugnas por los cargos públicos, el entreguismo al capital extranjero y cómo librarnos del tobogán de ineficacia, educación deficiente, masificación de los sentados frente al televisor, por el que vamos descendiendo?
Me levanté al día siguiente con el desasosiego de la noche anterior y ya en mi escritorio, revisando correspondencia que no había visto por una breve ausencia, me topé con una invitación atrasada a un ciclo de conferencias sobre cooperativismo, que ya tuvieron lugar en la ciudad de México, en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, con el sugestivo nombre que tomé prestado para encabezar mi colaboración a La Jornada.
Revisé el programa, amplio y bien pensado; además de integrantes de la comunidad de la Escuela Nacional de Trabajo Social, institución anfitriona participaron de otras escuelas de educación superior, la Universidad Autónoma de Chapingo, la Universidad Obrera de México; hubieron ponencias de FONDESO, de cooperativas vivas y ejemplares como la Pascual y otras, menos conocidas, como Taller Salud y Naturaleza o Cooperativa Xochinalch.
Mi desazón de la noche anterior, se fue disipando; en la ciudad de México, mientras otros pierden el tiempo, en la universidad se desarrolló un programa bien estructurado de pláticas sobre el cooperativismo, en búsqueda de soluciones viables. La cooperativa es una fórmula alternativa para la creación de empresas, en México no se ha desarrollado como debiera pero se mantiene como una esperanza realizable, es una forma de crear riqueza sin que esté fundada en la injusticia ni en la desigualdad.
En nuestro país tuvo impulsos iniciales y entusiastas. Desde la iglesia Católica, el padre Pedro Velázquez (1913-1968) fundó cajas populares, cooperativas de artesanos, de agricultores y de consumidores y durante varios años fue reconocido como promotor de cooperativas exitosas y por cierto, también como fundador escuelas de trabajo social.
Otro impulsor del sistema fue Lázaro Cárdenas, cuyo gobierno reservó áreas específicas de la economía a empresas cooperativas, creó el Banco de Fomento Cooperativo e impulsó las cooperativas escolares; bajo su gobierno surgieron industrias poderosas, como las cementeras Cruz Azul, aún trabajando y la Hidalgo ya triturada por el sistema y los monopolios.
Leer el programa me devolvió el optimismo. Los asistentes debieron escuchar, desde planteamientos teóricos hasta relatos de experiencias exitosas. Mientras sesudos empresarios privados repiten lugares comunes y se resisten a ver el bien común como prioritario a sus bienes particulares y mientras que los que han hundido a México en la pobreza y en la dependencia del exterior, repiten discursos ampulosos sobre la competencia y la competitividad, sin pensar que en un sistema competitivo necesariamente uno gana y los demás pierden, en la Escuela de Trabajo Social se reflexionó sobre formas de economía social reconocidas por la Constitución, pero postergadas en la práctica por los apologistas de la codicia.
El sistema cooperativo se basa en la solidaridad, los procesos sociales que detona son procesos conjuntivos, que consolidan los lazos sociales, que crean ámbitos propicios para el bien común y la justicia social, en tanto que la propuesta contraria, la de la libre competencia como ley suprema de las relaciones humanas, acarrea necesariamente desigualdad, dolor, injusticia y odios.
Es alentador ver entrelazados los nombres de la máxima institución de educación superior del país y el más justo y racional sistema de organización económica, la cooperativa; UNAMonos con las cooperativas es una gran idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario