Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno electo de la ciudad de México, dice que será institucional pero no sumiso al poder cuestionado, por decir lo menos sobre lo que le confirió el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a Enrique Peña Nieto.
Fue claro: tendrá que haber un trato institucional entre el GDF y el gobierno federal, pero eso no debe, no puede, nublar la visión de Mancera respecto de lo que significa, en todos los terrenos, el regreso del PRI al poder.
Lo debe saber porque ya conoce la capacidad del panismo para hacer daño a la población, y los priístas no son nada diferentes. Digamos que en la elección pasada el poder real echó un moneda al aire con la misma cara para escoger con quién debería seguir la depredación. El resultado ya lo conocemos, ya lo conoce Mancera, y por lo pronto advierte que no se dejará engullir por quienes tratarán de mantenerlo sumiso, cuando menos.
Así han transitado los tres anteriores gobiernos de la ciudad respecto de quien habita Los Pinos, y el resultado es el respaldo de la gente a la hora de decidir hacia dónde orienta su preferencia electoral. Por eso, además, Mancera no puede equivocarse, y aunque en fechas recientes alguien podría decir que Marcelo Ebrard aflojó en su postura frente a Calderón, y hasta la tan deseada foto de la derecha que los quería mirar juntos para leer en ella la división de Ebrard y López Obrador, no se dio; nunca se pudo constatar que el gobierno de la ciudad hubiera quedado a merced de Los Pinos.
Hoy, al final –oficial– del proceso electoral, la legitimidad de Peña Nieto al frente de la administración de todo el país resulta peor que la de Calderón. Quedó claro que desde el PRI se puede llegar a cualquier exceso si se pretende obtener algo, y cambiar el sentido del trabajo en el Distrito Federal sería la muerte para la única esperanza que le queda a mucha gente de mantener viva la posibilidad de romper la inercia del neoliberalismo.
La responsabilidad de Mancera es mucha, pero como ya lo hemos dicho, el apoyo de los habitantes de la ciudad de México ya ha puesto su opinión sobre la mesa, y no le dan opción a Mancera. Seguir independientes del poder, que hasta ahora han representado el PAN y el PRI, en el mismo carril, es mandato que obliga a Mancera.
Se podrá entender que hay momentos en la administración, cuestiones como el suministro del agua para el DF, donde los poderes federal y de la ciudad deberán juntarse para impedir un desastre por los caprichos de la Federación, pero habrá otros terrenos, como la justicia en el reparto de los dineros de la recaudación, en los que el gobierno de Mancera tendrá que ser firme para evitar que esos recursos sigan sin llegar al Distrito Federal.
Total, ayer Mancera pareció haber dejado en claro que no estará él o su administración al servicio de Peña Nieto y quienes lo mueven, pero también tendrá que saber que enfrentar no sólo a la fuerza avasalladora del PRI, sino más que nunca a los poderes que están detrás de ese partido, de quienes lo eligieron desde antes de que se realizara la elección, y de quienes impusieron ceguera y sordera a los jueces que, efectivamente, no vieron ni escucharon las pruebas y los argumentos de un robo que habrá de costar, y mucho, a todo el país. Por eso, bien lo que ayer declaró Mancera, ninguno de sus electores esperaba menos.
De pasadita
Tan ciegos como los propios miembros del tribunal electoral, las autoridades de tránsito siguen si ver ni escuchar los reclamos ciudadanos sobre la forma en que trabajan las compañías distribuidoras de refrescos y cerveza por toda la ciudad. Ya hemos dicho que estas compañías deben tener algún arreglo con la autoridad, porque parece imposible que mientras las grúas de tránsito que levantan cualquier auto mal estacionado no miran ni de broma que todos los camiones repartidores rompen cualquier reglamento sin que se les toque con el pétalo de una infracción. ¿Cuánto habrá que esperar para que la autoridad sea justa y pareja?
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