Reforma publicó un análisis acerca de la posición económica y el grado de escolaridad de las personas que votaron por Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. La gente de menores ingresos, con el nivel de estudios más bajo, tachó su boleta por el PRI; en el extremo opuesto, quienes cuentan con formación universitaria y títulos de posgrado, así como los que no sufren las estrecheces cotidianas de la carestía, se inclinaron por el Peje.
En otras palabras, fueron los más pobres e ignorantes –la población mayoritaria– los que por medio de la coerción o por voluntad propia o por ambas razones sufragaron por el espejismo de Peña Nieto: el metrosexual uxoricida, corrupto y frívolo, semianalfabeta, oportunista y exitoso.
Al revés, los de la clase media acomodada que le tiran a la alta, los que viven bien, los ricos a secas, y los que fueron entrenados académicamente para reflexionar, los que leen y cultivan una mentalidad crítica, los que advierten en la multiplicación exponencial de los pobres la mayor amenaza a la sobrevivencia del país, los más capaces y no obstante desempleados o subempleados, votaron por AMLO.
Por encima de la élite intelectual y de los ricos a secas, y de los pobres pobres y los no tan pobres pero tan analfabetas y enajenados como los miserables, la verdad es que quienes realmente ganaron la contienda –no las “elecciones” porque éstas no ocurrieron: todo fue un simulacro asqueroso– y compraron la Presidencia de la República para instalar en ella a su pelele, fueron los ricos más ricos entre los ricos, esto es, los dueños de todo, los mismos fabricantes de pobres que desde 1982 –y en algunos casos mucho antes– poseen el poder supremo.
Antes de iniciar su campaña, López Obrador dibujó un triángulo en forma de puerta de iglesia gótica y lo dividió en tres: sobre la línea más corta y más alta, hasta arriba, muy cerca del vértice, en la porción más pequeña, trazó el número 15. En la de en medio el 25 y en la inferior, la más grande, el 60. Luego dijo: “En este país hay un 15 por ciento de gente de la que no podemos esperar nada, ni debemos perder el tiempo tratando de convencerla”.
Estaba aludiendo, sin llamarla así, a la oligarquía, el club de los 30 potentados que por sus nexos con los jefes de jefes del narcotráfico, a mi modo de ver en realidad constituye una olinarquía, que no es lo mismo sino algo peor. Pero Andrés Manuel siguió diciendo: “Debajo de ese 15 por ciento de retrógradas hay un 25 por ciento de personas educadas, cultas, progresistas, deseosas del cambio; ahí está nuestra mayor fuerza política. Y por último, hasta abajo, está el 60 por ciento de la gente que o no va a votar, o va a vender su voto, o incluso va a votar espontáneamente por la derecha y en algunos casos hasta por nosotros”.
Ahora, todo así lo indica, el análisis de Reforma, basado en encuestas confiables, le dio la razón. Los de hasta abajo, empobrecidos y manipulados por los de hasta arriba, votaron por Peña Nieto o le vendieron su voto por una tarjeta de Soriana, una cubeta de plástico o un puerquito. Y, marionetas de los de hasta arriba, prostitutas de la justicia como Vazurita del Trife y Luna Ramos y Maca y los macacos del Trife, toleraron todas las trampas, todas las argucias y todos los delitos para convalidar el resultado del proceso y garantizarles seis años más de impunidad, saqueo y depredación a sus amos, los olinarcos.
Si colocamos esta pavorosa radiografía sobre una mesa de luz, encontraremos cosas raras. Por ejemplo: la contienda “electoral” –por decirle de algún modo– fue una lucha entre los ricos más ricos y los ricos a secas por controlar el ritmo de crecimiento de los pobres: los votantes de AMLO impulsaron un proyecto estratégico destinado a reducir la miseria, la ignorancia, el desempleo, la destrucción del medio ambiente, la violencia y el terror con políticas públicas a favor de las grandes mayorías.
No pudieron vencer –ni con el proselitismo, la vigilancia de las casillas, la denuncia de las irregularidades y el cúmulo de prueba de fraude que desechó el Trife– a quienes seguirán promoviendo el hambre, las enfermedades, la obesidad, el fanatismo, la estulticia, el terror y la violencia, esto es, la multiplicación de los pobres más pobres a ritmos vertiginosos, para que esas legiones los mantengan de-mo-crá-ti-ca-men-te en el poder.
En resumen, en la disputa por la Presidencia de la República ganaron los más ricos entre los ricos porque a partir de ahora serán más ricos, perdieron los pobres más pobres porque serán más y más pobres, y los ricos a secas vivirán otra vez en riesgo de ser menos ricos e incluso de volverse pobres como los intelectuales y los estudiantes y los maestros en pie de lucha y los sindicalistas y cooperativistas conscientes, y los artistas y los antisistémicos.
Yo por eso hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, esperando a ver cómo la autocompasiva víctima de un ya legendario furor uterino, la ex maoísta, ex perredista y ex jefa del Gobierno del Distrito Federal, la madrina de Leonardo Valdés Zurita (a quien le debe su cargo en el IFE), la camaleónica Rosario Robles de Ahumada y Fernández de Cevallos y Salinas de Gortari, le dará “una visión de izquierda” a Peña Nieto, digo, por si ocupan.
Jaime Avilés
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