lunes, 10 de septiembre de 2012

¿Tiempos de esperanza? Víctor Flores Olea

Cada sexenio regresa algo así como el ceremonial de la esperanza: llega el nuevo y el bueno con vagas promesas que buena parte de la población toma como hechos consumados y, eso sí, como carburante de sus propios entusiasmos. Ante la ausencia de hechos reales que promuevan el arrebato éste se construye en la imaginación, sin faltar la indispensable ayuda de los medios de comunicación: el presidente anterior, en nuestro caso Felipe Calderón, explica con entusiasmos (falsos la mayoría de las veces, y simplemente autocompensatorios) sus logros, hechos y obras admirables que la mayoría obtusa de la población no alcanza a ver ni a comprender. Y, por supuesto, llega el nuevo, cargado de promesas y compromisos hasta firmados ante notario, lo cual significa que se realizarán y cumplirán indefectiblemente.

Y la vida sigue adelante, entre oleadas de confianza y borbotones también de dudas y vacilaciones. De todos modos, la tendencia más general y dominante es la de la esperanza; cómo no, ¡si para eso se ganaron las elecciones! ¡Y quien ponga en duda esa victoria es tan sólo un mal nacido que existe para frustrar a sus semejantes y a sí mismo! Porque ¿de qué otra manera se pueden interpretar los aprendices de Cassandra para los que no hay bien posible? Y claro, no basta con recordar que hace seis años se guardó silencio sobre la guerra contra el narco y sobre los más de 60 mil asesinatos ocurridos ni de los 20 mil desaparecidos que en aquellos tiempos de esperanza no podían sospecharse ni por asomo. Pero ahora sí, al final del sexenio, se recuerdan con todo el dolor del corazón, al mismo tiempo que el mandatario que deja el escenario ¡se va echándose porras a sí mismo y que se frieguen los de las quejas!

Y en todo este ir y venir de elogios y autoelogios, de rechazos y concesiones, de esperanzas y confianzas que se solicitan como condición primera del nuevo sexenio, ocurren algunos fenómenos difíciles de entender. Por ejemplo, la designación de un equipo de transición que debería llevarnos de la frustración profunda con el anterior a una nueva esperanza con el que llega: difícil de entender porque el hombre que viene, supuestamente el más poderoso político del país, nos arroja una lista de nombres que muchos han calificado ya como la lista de los soberanos desconocidos, o como la lista de los aldeanos sin remedio, o como la lista de los que difícilmente sacarán al país de los atolladeros en que se encuentra. Tuvo el cuidado Peña Nieto que decir que no son todos los que serán, pero aun admitiendo un porcentaje de cambios o no coincidencias, es evidente que 70 u 80 por ciento, al menos, ocuparán los más altos cargos del próximo gobierno, y eso es lo que resulta absolutamente desalentador.

Los hombres de Estado propiamente, antes que nada piensan en colaboradores de primerísimo nivel. Parece que no es el caso de Peña Nieto, salvo alguna excepción. (Por ejemplo, hasta donde lo he podido escuchar en diferentes intervenciones, estaría Luis Videgaray, inteligente y preciso, aunque pudiera no estarse de acuerdo con él.) Pero, ¿el resto? (debo confesar, por supuesto, mi ignorancia, que no es tanta pensando en personajes del PRI o cercanos a ese partido) que pudieran de verdad ayudar al presidente electo con experiencia y conocimientos sobre una variedad de temas que exigen a las mejores cabezas de la nación. ¿No hay o no existen? Claro que sí, pero obviamente no fue el enfoque ni la preocupación primordial de Peña Nieto al seleccionar a la mayoría de sus colaboradores, tal como se han anunciado hasta el momento.

Decepcionante en general, diría, esta primera aproximación a los colaboradores de Peña Nieto. Sin hablar de la decepción en grandes sectores de la población que causó el modo del triunfo del presidente electo, en serias dudas para muchos mexicanos para quienes las autoridades debieron analizar con detenimiento y a fondo las denuncias que en muchos aspectos se formularon, no tanto seguramente en el campo de la contabilidad de los votos, sino en el de las condiciones de inequidad que aparentemente volvieron a presentarse abrumadoramente. El análisis del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación era mucho más de orden constitucional que de legalidad reducida. La opinión general es que pocas veces se había presentado un pacto o incluso un contubernio tan cerrado entre las autoridades electorales y el candidato triunfador.

Dicho de otro modo: Enrique Peña Nieto la tiene muy cuesta arriba para compensar con legitimidad de mandatario las muchas dudas que levantó y sigue levantando como candidato. Otro tanto se dijo hace seis años de Felipe Calderón y, por supuesto, no lo logró; al contrario, seguramente se desbarrancó en su ejercicio real. Pocos presidentes tan mediocres y debilones como Felipe Calderón, aunque seguramente superado en estos terrenos por su predecesor del PAN, Vicente Fox. ¿Se dará la sorpresa?

Parece difícil: según ciertas nuevas recientes, Peña Nieto se suma al planteamiento laboral de Felipe Calderón, acuerdo privado entre el saliente y el entrante, según el cual el primero acepta cargar él con las severas críticas que ya ha levantado la reforma laboral, que en la práctica liquida al artículo 123 constitucional y a la Ley del Trabajo, puntales de prestigio mexicano en un mundo no neoliberal. Bueno, se trata apenas de las primeras liquidaciones que efectúa Peña Nieto, que no son modernizantes, sino anteriores a cualquier modernización concebible, propiamente caducas y retrógradas.

Y todavía Peña Nieto anuncia que no habrá modificaciones a la política económica de Felipe Calderón, lo cual advierte ya de los rumbos que ha decidido tomar en la economía el nuevo presidente. ¡Para muestra un botón y todos a temblar!

¿Se trata de una nueva generación de priístas a los que debemos conocer, incluido Peña Nieto? Pues ya los vamos conociendo y el encuentro no es de ninguna manera grato.

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