La vida no vale nada
Epigmenio Ibarra
2013-08-23 • ACENTOS
A tres años de la masacre
de San Fernando.
de San Fernando.
México, suele decir Diego Enrique Osorno, es una enorme fosa común y la realidad se empeña en confirmar su dicho.
¿Cuántos miles o decenas de miles de cuerpos esperan en esta vasta geografía, y quizás en vano, ser descubiertos algún día?
¿Cuántas familias mantendrán viva la esperanza —sin ningún fundamento— de encontrar vivos a sus seres queridos?
¿Cuántas fosas clandestinas más habrán de descubrirse?
¿Y entonces cuántos verán que termina su angustia y comienza un dolor que no encontrará consuelo?
¿Para cuántos deudos, para cuántas familias, será entonces demasiado tarde y la violencia o la desesperación se volverán el único destino?
¿Cuántas masacres se producirán antes de que el país horrorizado diga: “Ya basta de tanta muerte”?
Me espanta e indigna la forma en que nos hemos acostumbrado a tolerar esta tragedia, esta crisis humanitaria que el régimen, corresponsable de la misma, ni siquiera reconoce.
Me espanta e indigna escuchar a las buenas conciencias rasgar sus vestiduras ante la protesta social y dar simplemente vuelta a la página cuando se habla de masacres y desapariciones.
Me espanta e indigna la hueca retórica gubernamental hablando de un “país exitoso y competitivo” mientras los jóvenes se ven obligados a matar y morir.
Me espanta e indigna que el régimen, empeñado en consumar el saqueo y rematar los recursos naturales de la nación, simple y sencillamente continúe en silencio la misma guerra que nos fue impuesta e ignore una tragedia que no cesa.
Me espanta e indigna la apatía de un Congreso que permitió primero a Felipe Calderón declarar una guerra insensata y que ahora le permite a Enrique Peña Nieto, sin hacer el más mínimo aspaviento, sin el menor atisbo de dignidad, continuarla impunemente.
Me espanta e indigna que para los medios no sea la preservación de la vida la primera de todas las prioridades y que, con tanta facilidad, callen tanto dolor.
Me espanta e indigna el coro de condenas a quien se atreve a alzar la voz contra el régimen y el de alabanzas al mismo. La forma en que la pantalla de la tv se ha convertido en espejo de quienes gobiernan y sus opinadores en defensores de sus excesos y traiciones.
Algo está podrido por estos lares.
El cuerpo de este país ensangrentado se descompone.
Esa descomposición que nos corroe, esta pérdida brutal de respeto por la vida, nace del régimen que padecemos.
A la corrupción que es violencia extrema se debe.
Por la impunidad se extiende incontenible.
La muerte se contagia.
Es el cinismo del régimen, su habilidad para mentir, lo que la enmascara, lo que le extiende patente de corso.
Aceleran el proceso de descomposición, lo facilitan, la desmemoria, la resignación, la forma en que, mansamente, toleramos todos los agravios del poder.
De un poder que no persigue a los criminales, que premia a los saqueadores, que celebra a los infames.
De un poder que simula la democracia, la libertad, el respeto a los derechos humanos y al que, desgraciadamente, le creemos todas sus mentiras.
Escribo así, encabronado, avergonzado, a tres años de la masacre de San Fernando.
Del asesinato impune de 72 migrantes.
Del absolutamente inhumano, totalmente indigno trato que este régimen que padecemos diera a los despojos de las víctimas.
Escribo y recuerdo porque el que olvida consiente y al hacerlo se vuelve cómplice.
Porque me duele este país en el que la muerte se ceba con propios y extraños.
País de migrantes que da la espalda a quienes atraviesan su territorio intentando llegar al norte en busca de trabajo, de una vida más digna.
País de migrantes que tolera y fomenta que se extorsione, se maltrate, se secuestre y se masacre a nuestros hermanos migrantes centroamericanos.
País de migrantes que discrimina, que desprecia al diferente.
País en el que se niega, a los migrantes de otros países, lo que tan “airadamente” reclamamos para nuestros compatriotas que pasan y viven ilegales en los Estados Unidos.
A tres años de esa masacre y precisamente el día en que se descubre una nueva fosa clandestina en el Estado de México escribo este texto.
Pensando en esos 72 migrantes y en los miles más de los que sus familiares no sabrán nunca nada y que tienen este país por tumba.
Ya va siendo hora, digo, en que con Jaime Sabines digamos “a la chingada la muerte” y nos alcemos en defensa de la vida frente a este régimen en el que ésta no vale nada.
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