2014: olvidar la soberanía
Carlos Bonfil
Sandra Bullock y George Clooney protagonizaron la cinta Gravedad de Alfonso Cuarón
E
l año 2013 será recordado en México como el año en el que los conceptos de nacionalismo, democracia y soberanía se volvieron oficialmente, para los gobernantes en turno y para millones de gobernados suyos que pasivamente los apoyan, palabras vacías de sentido y consecuencia real. De haber sido durante décadas valores relativamente firmes que bien o mal arropaban la retórica de los líderes políticos y sus intelectuales orgánicos, con un aura de respetabilidad social y prestigio, esos conceptos de pronto se volvieron sinónimos de atraso cultural y obsolescencia. No sólo en el terreno de la política neoliberal dominante, sino en buena parte de las manifestaciones culturales del país. El sueño ya no habrá de ser el de desmarcarse de la hegemonía política y cultural estadunidense, sino por el contrario, el de integrarse en lo posible a ella, incluso en calidad de aprendiz protegido que por resignación o abulia se declara de entrada incompetente.
El año 2013 será recordado también en México como el año del relativo desgaste de las inconformidades ciudadanas y las resistencias culturales. Luego de las vibrantes movilizaciones juveniles del #132, que por un momento hicieron pensar en una primavera de los indignados en el país conformista por excelencia, y de las poderosas marchas del SME y de la CNTE, se apoderó del país un gran desánimo que la inseguridad potenció al máximo y que los gobernantes cómodamente capitalizaron. No son pocos los intelectuales de izquierda que consternados se preguntan dónde está la protesta pública que podría frenar el alud de reformas estructurales aprobadas al vapor o por acuerdos cupulares de todos los partidos, sin necesidad de consulta popular, con aplanadoras en el congreso, haciendo del pueblo mexicano un eterno convidado de piedra en un largo festín ajeno.
Volviendo la mirada a los grandes proyectos culturales del sexenio anterior, a sus sueños de modernidad y de grandeza, retomados por el sexenio actual y apenas matizados en su desmesura ingenua, queda por considerar y valorar qué nos depara el nuevo año, y se podría empezar, en lo que toca a esta columna, con algunas posibles perspectivas para la producción y exhibición de cine en México.
Por el momento todo es conjetura. Sin embargo, cabe preguntarse qué podrá proteger al todavía llamado cine nacional del impulso neoliberal que sólo concibe la modernización por vía de las privatizaciones y a través de la forzada supeditación a los modelos culturales hegemónicos. El año 2013, nos repite la retórica oficial, fue un año formidable para el cine mexicano. Cada vez más cerca del objetivo de 100 producciones al año, ese triunfalismo apenas toma en cuenta la suerte real de la mayoría de esas películas que pasan desapercibidas por el gran público y que terminan relegadas, muchas de ellas, en la todavía llamada Cineteca Nacional.
Los éxitos mayores del año fueron las cintas Nosotros los Nobles y No se aceptan devoluciones, lo cual es indudablemente un triunfo comercial, pero también, y sobre todo, una prueba contundente de los niveles de exigencia cultural que la cinematografía local maneja hoy y con los que hoy se satisface.
El cine mexicano de mayor calidad ha tenido un fuerte reconocimiento en los festivales extranjeros (Heli, La jaula de oro, Club sándwich, Los insólitos peces gato, entre otros títulos), pero en nuestro territorio su distribución es y será escasa, y su viabilidad futura plantea un gran signo de interrogación. Algo similar sucede con el cine documental, que este año tuvo una producción estupenda, pero que tampoco se distribuye adecuadamente.
De nueva cuenta, un año más termina con un muy buen saldo en materia de producciones y con el mismo viejo lastre en lo que toca a su distribución y exhibición comerciales. Paradójicamente, el logro más reconocido este año es el de un director mexicano en Hollywood, Alfonso Cuarón, quien con Gravedadpropone la única cinta latinoamericana que se juzga digna de competir por el Óscar de la Academia.
La pregunta obligada para el año que empieza es saber hasta qué punto un cine mexicano, cuyos máximos logros son eminentemente mercantiles, y cuyas mejores películas son sistemáticamente relegadas a la periferia de la exhibición masiva, será capaz de sostener y defender una vigorosa identidad cultural, de sustraerse tan siquiera un poco a la marea de productos audiovisuales globalizados que programan nuestros dos muy hegemónicos circuitos de exhibición comercial. ¿Habrá de resignarse el cinéfilo a frecuentar un buen cine mexicano en ese exitoso gueto cultural en que se ha convertido la hasta hoy llamada Cineteca Nacional? ¿Y la gran mayoría de espectadores que hoy rompe récords de asistencia a los complejos cinematográficos donde reina Hollywood, habrá de seguir celebrando el persistente milagro del entretenimiento neoliberal? Para librarse de toda sospecha de anacronismo y anquilosamiento, muchos funcionarios de cultura deberían, a partir de este nuevo año, abstenerse de emplear el término nacional en sus discursos.
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