martes, 1 de julio de 2014

#Brasil: El muchacho que quiso ser famoso en el suicidio

@NietzscheAristolun 30 jun 2014 16:23
  
 
  Desvelado empedernido, pintado de besos simulados, abotagado por los efectos del vino, se aventó desde el piso quince de un crucero turístico.
Se suicidan los poetas, los escritores, los músicos y los artistas en general. Quizá sus causas sean distintas a las del suicida común; tal vez no. En todo caso, al expirar, un trabajo, una obra, una aspiración les da a los primeros cierto peso específico.
Al matarse por mano propia, el desesperado, el angustiado y el enfermo encuentran la razón en los cauces de su crisis.
El auto-muerto por amor, igual.
Pero matarse por gusto, para impresionar a alguien, resulta novedoso, al menos en los anales recientes del suicidio (la “pasión” sádica de morir ahorcado en tanto se eyacula, es un referente, sin duda; la “ruleta rusa”, también en cierto modo).
Un joven no tan joven llamado Seroma abrió cuentas en las redes sociales y gustó de ser conocido. Expuso su vida frívola en ellas. Fotografió y videograbó momentos felices con amigos, con mujeres atractivas a las cuales solicitó un beso en la mejilla y que ellas, generosas, concedieron, con la compañía permanente del alcohol, la broma y el chiste elementales.
Hijo de la nada, de una parasitaria existencia dependiente del erario de la burocracia paterna, hizo maletas y se fue al mundial de futbol donde llegaría a ser internacionalmente famoso. Los medios impresos, televisivos y virtuales darían cuenta de sus actos.
Desvelado empedernido, pintado de besos simulados, abotagado por los efectos del vino, se aventó desde el piso quince de un crucero turístico.
¿Exceso, mezcla de alcohol, embotamiento de los sentidos? ¿Felicidad extrema, euforia ante la belleza? ¿Torpeza, estupidez animada por las circunstancias? ¿Búsqueda de la fama en el escenario mundial con mayor público de la humanidad?
Voló el cuerpo y se clavó insignificante en las amplias aguas del mar. Aseguran quienes le vieron que fue por voluntad propia, por impresionar a una mujer.
No sabemos si ese mínimo instante en que se dice que el cerebro recorre vertiginosamente la memoria antes de expirar haya registrado, en el caso de Seroma, el de la estupidez de lanzarse al vacío, el sentido de la vacuidad y el vehemente deseo del retorno imposible (en todo caso, en algún momento se ha de morir). No sabemos, sobre todo, porque la memoria de ese acto transcurría en el instante en que se agotaba ya para siempre.

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