Torpeza e irresponsabilidad pontificia
Abordo del avión que lo transportaba a Yaundé, capital de Camerún, el papa Benedicto XVI declaró a los periodistas que viajaban con él que la epidemia de sida –particularmente catastrófica en el continente africano– no se puede superar con la distribución de preservativos, que, al contrario, aumentan los problemas.
Ciertamente, los condones no sirven para superar el síndrome de inmunodeficiencia adquirida –es decir, no lo curan–, pero hasta el momento su uso constituye el único medio conocido, aparte de la abstención, para contener la propagación por vía sexual de una enfermedad que en África ha adquirido proporciones devastadoras. La afirmación de que el dispositivo aumenta los problemas constituye, en esta medida, un sabotaje a los esfuerzos, de por sí insuficientes, de gobiernos, organizaciones no gubernamentales y organismos internacionales, y contribuye, en forma objetiva, a la expansión de la epidemia y a agravar el desastre social provocado por los millones de fallecimientos ocasionados por el sida: incontables menores en situación de orfandad, familias y comunidades desintegradas, pueblos enteros en vías de extinción, pérdida de fuerza laboral y necesidad de destinar al tratamiento de los pacientes –los seropositivos y los que ya han desarrollado inmunodeficiencia– enormes recursos monetarios que, en otra circunstancia, podrían orientarse al alivio de la gravísima miseria que azota a la mayor parte de los países africanos en los que el sida es pandemia.
Con este telón de fondo, lo dicho por Joseph Ratzinger es un agravio a las poblaciones de África afectadas por el desarrollo del sida, una falta de respeto a las entidades, asociaciones y personas que se empeñan en difundir medidas de profilaxis que contribuyan a acotar la propagación de la enfermedad, especialmente en ese continente, y un gesto de desprecio hacia el conocimiento científico –desde el cual se fundamenta la distribución de preservativos entre poblaciones e individuos en riesgo de contraer el VIH– que recuerda, de manera inevitable, el juicio contra Galileo y otros episodios en los que el Papado abominó de la ciencia y fue defensor del fanatismo, la ignorancia y la superstición.
No debe soslayarse que, en los pocos años que lleva en el cargo, el actual pontífice se ha destacado por expresiones torpes y ofensivas hacia grandes sectores de la humanidad.
Por mencionar sólo algunos ejemplos, baste recordar que declaró –en mayo de 2007– que la evangelización de América no había sido una alienación ni una imposición de una cultura extraña, sino la posibilidad de conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas, como si tal evangelización no se hubiera desarrollado en el contexto de los genocidios, la destrucción de civilizaciones, ciudades y culturas que supuso la conquista europea de este continente.
Para entonces, Benedicto XVI ya había agraviado a la comunidad islámica al suscribir, en el curso de una plática teológica en la Universidad de Ratisbona, las palabras de un emperador bizantino, Manuel II Paleólogo, que afirmaba que Mahoma no ha aportado sino cosas malvadas e inhumanas.
Hace unas semanas, el pontífice alemán levantó la excomunión que pesaba sobre el obispo tradicionalista Richard Williamson, quien previamente se había sumado a quienes sostienen que la masacre de judíos por parte del Tercer Reich nunca existió, o bien que fue mucho menor que lo que asienta la historia. El perdón al negacionista provocó una justificada reacción de repudio de comunidades judías y de otros sectores no hebreos, pues el negacionismo del holocausto perpetrado por el régimen hitleriano –y en el que fueron asesinados decenas de millones de judíos, eslavos, gitanos, comunistas, socialistas, liberales y homosexuales, entre otros– constituye, al fin de cuentas, una manera de procurar la inocencia de los nazis. En esa oportunidad no pasó inadvertido para sectores de la opinión pública que el propio Ratzinger militó en las Juventudes Hitlerianas, hecho por el cual nunca ha expresado una clara e inequívoca disculpa.
Por añadidura, en años recientes, Benedicto XVI ha tenido expresiones de intolerancia y condena hacia los derechos reproductivos, hacia los avances logrados por las mujeres en su emancipación del machismo opresivo, hacia la dignidad de los homosexuales y hacia la libertad de pensamiento y de creencia.
Si una persona anónima afirma algo semejante a lo dicho ayer por el pontífice en su vuelo a Camerún, el hecho es irrelevante, pero el Papado aún goza, entre amplios sectores, de autoridad y credibilidad, y en esa medida la descalificación de la distribución masiva de condones en África es una grave irresponsabilidad que puede afectar la salud de centenares de miles de personas y que, a no dudarlo, terminará por revertirse contra la propia institución vaticana.
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