En Nuevo León, fue atacada con explosivos la camioneta de los guardias de Clara Luz Flores, alcaldesa del municipio de Escobedo.
En Zacatecas, un comando irrumpió en las instalaciones de la Unión Ganadera Regional para secuestrar, con lujo de violencia, a Fortino Cortés Sandoval, alcalde de Florencia de Benito Juárez.
Hechos como los mencionados ya no sorprenden a nadie en el México de la guerra perdida de Felipe Calderón.
Y tampoco resultan sorprendentes, en nuestro país, las aprehensiones semanales de grandes y terroríficos jefes de la mafia.
El problema es que, en México, los atentados y los muertos son de verdad, de ahí que vivamos en el horror, mientras que las capturas de los jefes de jefes son de mentiras.
Entendámonos, es cierto que se arresta a algunos narcos, pero es falso que se trate de los verdaderos jefes del crimen organizado.
Ante la evidencia de su derrota policiaca y militar, Felipe Calderón, que es el principal responsable de la guerra contra el narco, utilizando una lógica fascista, ha decidido hacer de su fracaso un éxito.
Así, cada aprehensión de un narco más o menos importante, sea o no un jefe verdadero de la mafia –ninguno lo ha sido hasta el momento –, Calderón la transforma en propaganda y publicidad.
Pero si eso funcionó al principio, el recurso ha perdido toda su eficacia.
En efecto, con sus “logros” expresados en arrestos de cada día más “jefes” del narco, Calderón ya no engaña a nadie, menos aún a los que sí saben, como los analistas de la consultora de seguridad estadounidense Stratford.
Para la consultora, tales arrestos solo representan, para Calderón, pretextos para mejorar su imagen, y la de su partido, de cara a las elecciones presidenciales de 2012.
Lo malo, y Calderón ya debería saberlo, es que tal estrategia propagandística está resultando tan fallida como la guerra contra el narco.
Y el único que pierde con todo eso es México.
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