Manuel Pimentel, en un artículo publicado, en 2003, en El Periódico de Aragón, dice que:
“Es terrorismo la violencia practicada por grupos minoritarios que tratan de conseguir por la fuerza –o por el chantaje social y político que sus crímenes ocasionan– un fin político. Si la violencia se aplica a otro fin –dinero, venganza o locura– estaríamos ante mafias o psicópatas, personas que matan, pero que no desean modificar el rumbo político ni acceder al poder. Por tanto, sólo practican terrorismo los grupos que están fuera del poder y desean influir sobre él con el terror. La violencia aplicada desde el poder entraría en otra consideración, que merecería un detenido análisis”.
Las causas del terrorismo, dice el mismo analista, “son normalmente causas ideológicas, religiosas, de sentimiento nacional ultrajado o mitificado, o de grito desesperado de minorías las que terminan generando esos núcleos clandestinos que practican el terror. Además, normalmente estos grupos se adornan de cierta ideología –en muchos casos delirante– por la que dicen luchar, y alrededor de la cual pueden agrupar minoritarios apoyos, adhesiones y comprensiones”.
¿Por qué algunas personas se suman a la irracional causa del terrorismo? Es difícil saberlo, pero como el terrorismo no suele conseguir sus fines, “es muy difícil que logre conectar alrededor de sus ideas a personas suficientes como para producir cambios políticos sustanciales. Frente a las democracias se demuestra totalmente estéril, además de criminal y cruel. Tarde o temprano, los pacíficos, a través del Estado de derecho, terminan erradicándolo. Los grupos terroristas saben que su potencial de destrucción es limitado. Nunca podrían enfrentarse abiertamente ni a la policía ni a los ejércitos. Por eso buscan las acciones espectaculares que obtengan relevancia en los medios de comunicación”.
Estas reflexiones las hago después de leer que son ya 91 los muertos en el doble atentado ocurrido en Noruega y que, al parecer, ha sido obra de radicales de extrema derecha.
Ellos han matado por su ideología enferma y por sus convicciones fanáticas y, seguramente, para la policía de ese país resultará hasta cierto punto sencillo ubicarlos y desarticular la banda en que están organizados, que no puede ser ni muy numerosa ni poderosa.
Eso representa una diferencia enorme con el terrorismo que estamos viviendo en México, que no es ideológico ni religioso ni responde a fanatismo alguno. Lo que hacen en nuestro país los narcos que siempre el terror en no pocas de nuestras ciudades es un asunto comercial, es violencia aplicada por dinero, por defender puntos de venta, violencia en la que, además, mucho tienen que ver autoridades que actúan en complicidad con el crimen organizado.
Si el terrorismo fanático, como el de Noruega (o el de Atocha en España o el de las Torres Gemelas en Nueva York), es difícil que logre sumar a un número suficiente de personas como para retar al poder del estado, en el caso del terrorismo por dinero que sufrimos en México resulta todo lo contrario: como se pelea y se mata por ganancias, sobran los desheredados, desempleados y marginados sin educación ni principios morales dispuestos a participar en lo que es, para ellos, una forma de enriquecimiento instantánea.
Esa es nuestra tragedia, que a la sociedad mexicana no la atacan apasionados defensores de ideas enfermas, sino comerciantes ilegales y sin escrúpulos con enorme poder de fuego porque son exitosos a la hora de conseguir el dinero, que es en última instancia la mercancía que más degrada la vida y la dignidad humanas.
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